Adán y el diablo

En un hermoso libro de Germán Sánchez Espeso, de título Paraíso, se menciona el primer encuentro entre Adán y el diablo. Yo me permito rememorarlo de la siguiente manera:

Recién creado por Dios, todavía fresco, pero en plena posesión de una capacidad mental poco común -era por aquel entonces el hombre más inteligente del planeta-, Adán sentía una curiosidad insaciable hacia todo lo que le rodeaba. La verdad es que tenía muchas cosas que aprender y poco tiempo para ello: Dios lo había creado con 30 años, así que tenía que darse prisa.

Deambulaba un día por el Edén preguntándose para qué servirían las bellotas. Todavía no les había puesto nombre, por lo que le resultaban más extrañas aún si cabe y tampoco sabía lo que es un jamón. Embebido en su meditación, casi se dio de bruces con un individuo que apareció de pronto. Era un ser siniestro, medio animal, renegrido como si viniera de limpiar una chimenea, y tenía pezuñas, cuernos y cola de cabra. Su cara esbozaba una malévola y algo diabólica sonrisa y, para colmo, despedía un insoportable hedor a azufre.

Adán no esperó a que se lo presentara nadie:

– ¿Quién eres tú?

– Yo soy el diablo. -repuso aquel sujeto.

– Eso es imposible -dijo Adán- El diablo siempre miente. Si tú fueras el diablo, me habrías contestado que no lo eres. Pero me has dicho que sí. Luego no eres el diablo.

– Tienes razón, no soy el diablo.

Adán, orgulloso de su silogismo, se convenció de que su conclusión era correcta. Pero ¿lo era realmente?

Obsérvese que no es lo mismo mentir que decir falsedad. De una persona que siempre dice falsedad es extremadamente fácil obtener verdades. Para ello sólo es preciso saber que siempre está obligado a decir lo que no es. Supongamos que un señor está en estas condiciones. Si se quiere conocer su nombre, bastará con irle preguntando: ¿se llama usted Juan, Pedro, etc.? Invariablemente irá diciendo que sí. Cuando conteste que no, entonces conoceremos su nombre con total certeza.

Una persona así dice falsedades, pero no miente. Ahora bien, el diablo miente. Luego no puede responder a Adán, cuando éste le pregunte quién es, otra cosa que la verdad, es decir, que él es el diablo. Si dice lo contrario, o sea, que no lo es, entonces Adán podría haber concluido que sí lo es, con lo que no habría conseguido mentirle. Pero diciéndole la verdad, puede propiciar el razonamiento del primer hombre, que es correcto, pero incompleto, para, una vez construido, decir la falsedad con el único fin de confirmarlo y así lograr su objetivo: mentirle.

De todo esto no se concluye todavía que el interlocutor de Adán sea el diablo, sino que si lo hubiera sido habría actuado de la forma antedicha. Podría haber sido un bromista disfrazado que, sorprendido por Adán, habría decidido mentirle para burlarse de él, pero que, una vez descubierto por la sagacidad del primer hombre, no hubiera tenido más remedio que decir la verdad. Pero eso no es posible, porque Adán fue el primer hombre, porque Eva no existía aún, los animales no hablan y ni Dios ni los ángeles pueden mentir.

Volvamos a nuestro hilo. Si mentir es distinto de decir falsedad, si lo opuesto de decir falsedad es decir verdad y lo opuesto de mentir es no mentir, entonces podría suceder que alguien mintiera diciendo verdad y que alguien no mintiera diciendo falsedad.

Mentir es inducir a alguien a creer lo opuesto de lo que es, a dar su asentimiento a lo que no es. Con vistas a ello puede utilizarse cualquier procedimiento, incluido el de decir la verdad. Una prueba de todo lo anterior sería el siguiente acertijo:

Un preso está en la cárcel, en una celda con dos puertas, una de las cuales conduce a la calle y otra a una celda de la prisión. Se presentan dos individuos, uno de los cuales dice siempre la verdad y el otro siempre la falsedad. Con una sola pregunta, dirigida a cualquiera de ellos, el preso puede saber qué puerta conduce a la libertad: ¿qué me respondería tu compañero si le preguntara cuál es la puerta buena? Es obvio que, sea quien sea el que conteste, la respuesta será falsa, porque:

a. Si pregunta al que siempre dice verdad, la dirá también ahora. Por eso tendrá que decir la falsedad que contestaría el otro.

b. Si pregunta al que siempre dice falsedad, también dirá falsedad en este caso, pues sabe que el otro nunca la dice.

Luego los dos indicarán la puerta falsa. El preso sabrá que la otra es la que da a la calle.

Complíquese un poco más la situación. ¿Cuál sería la respuesta a esa misma pregunta en el caso de que los dos mintieran siempre? Tanto uno como otro contestarían lo mismo: la verdad. Esto es así porque, sabiendo cada uno que el otro miente, cuando tenga que decir lo que contestaría su vecino, diría lo contrario de la mentira que el otro tendría que verse obligado a decir. Es decir, contestaría la verdad.

De lo que se sigue que para mentir, para lograr que una persona sea engañada, no basta con decir falsedad. Cuando la ocasión lo requiera, hay que decir verdad, como en el caso último que hemos tratado.

Conclusión: el individuo que Adán encontró en el Paraíso era el diablo.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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