Clases de funcionarios

 Los cambios que han tenido lugar en la posesión y administración del poder han transformado la actividad política en una empresa. Los que se dedican a ella deben conocer y manejar a conveniencia los métodos que conducen a la conquista del poder, métodos tales como la presentación adecuada de imágenes en televisión, la desacreditación del adversario, la utilización de fraseología apta para ser utilizada en cualquier ocasión, etc. Esa es su especialización.

Esto condujo a su vez al fraccionamiento de los funcionarios del Estado en dos clases que deberían ser diferentes pero que en muchas ocasiones se confunden. Una clase es la de los funcionarios de profesión y otra los funcionarios de partido. Estos últimos no necesitan capacitación alguna, al menos en España, donde se está dando el caso de que dicha capacitación se mide muchas veces por los cargos que ha desempeñado, como si la valía de alguien procediera del puesto y no fuera un requisito previo para desempeñarlo. En otros países no sucede así. Por otro lado, estos funcionarios no son fijos ni vitalicios y pueden ser colocados en diferentes puestos, según el criterio del jefe de filas. Pueden ser también destituidos en cualquier momento si el trabajo que desempeñan no satisface a dicho jefe.

La oposición con los de la primera clase no puede ser mayor. Esta está compuesta de individuos cuya capacitación ha tenido que ser previamente demostrada y su actividad se rige por reglamentos establecidos con anterioridad, no por el criterio personal de individuo alguno. No pueden ser destituidos ni trasladados si no es en virtud de dichos reglamentos y siempre tienen la ocasión de reclamar si juzgan que se les ha sancionado indebidamente. Su actividad, pues, no obedece a otro criterio que al de su entrega a la función que se le ha asignado: la aplicación de la ley, la enseñanza según programas establecidos, el orden público, la sanidad, etc. De esta disparidad entre ambas clases han derivado no pocos conflictos en la administración pública, pues muchas veces se exige a los funcionarios de profesión una fidelidad partidaria a la que no están obligados.

La esencial dependencia de los funcionarios políticos se manifiesta en que tienen que abandonar sus puestos cuando cae el partido por el que han sido designados. No obstante, los jefes del partido se suelen preocupar por hacer cuanto está en su mano para lograr convertirlos en funcionarios vitalicios, pues de esa manera no solo logran que la administración les sea fiel una vez que abandonan el poder por haber perdido las elecciones.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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