El anarquismo

Las dos primeras generaciones de izquierda han convertido el Antiguo Régimen en Nación política moderna. Esta ha sido su obra. Su proyecto, la racionalización política y social del género humano por holización, sigue abierta, pero se sirve del Estado. La Nación es la plataforma para llevarlo a cabo. En la propagación de este proyecto se han constituido por todas partes naciones políticas, venciendo las resistencias exteriores, procedentes de otras entidades políticas, como los reinos o los imperios, sean los de centro Europa u otros, y las interiores, procedentes de los grupos antiguos, que se resisten a desaparecer.

El problema de fondo es el conflicto entre los derechos de los hombres en cuanto tales, que solo pueden satisfacerse en la constitución de una República Universal, y los de los hombres en cuanto ciudadanos, que se satisfacen en el interior de las fronteras de una Nación. La evolución de este conflicto conducirá a la aparición de los estados de bienestar, cuyos miembros serán los ciudadanos de cada Nación, frente a la imposibilidad de hacer lo mismo para seis mil millones de hombres o más.

Esta es una tendencia interna y contradictoria del movimiento revolucionario. Por una parte se tiende a la fraternidad universal por causa de la fuerza atomizadora y por otra al conflicto entre agrupaciones políticas entre sí, por un lado, y estados nacionales también entre sí, por causa del surgimiento necesario de éstos.

Pero es que también en el interior de cada Nación existe conflicto entre individuos, legalmente libre e iguales, pero realmente desiguales según su posición social, económica y política. En el interior de cada Nación puede haber clases homologables a las de las demás naciones: la clase proletaria, la burguesa, la agrícola, etc. La cuestión está en saber si esa homologación puede llevar lejos, hasta una identificación de los intereses de sus miembros, o si queda detenida en las fronteras de cada Nación. Esto último es lo que realmente ha sucedido y sigue sucediendo, de lo cual son una prueba las guerras europeas, donde las confrontaciones eran entre, por ejemplo, proletarios y burgueses alemanes en bloque contra proletarios y burgueses franceses también en bloque. La confrontación real es entonces entre franceses, alemanes, etc., no entre clases sociales, pese a los intentos de Marx y sus seguidores por hacer realidad lo contrario, las clases universales. Si Marx, por otro lado, alentaba a que se unieran los proletarios de todos los países -“¡Proletarios de todo el mundo, uníos!”, Manifiesto comunista-, es porque estaban divididos por países. A confesión de parte, relevo de prueba. Luego la aparición de las naciones ha marcado las líneas de confrontación de los últimos doscientos años.

El despliegue de estos conflictos llena los siglos XIX y XX. Los principios de la Revolución de 1789 deberían haber conducido, según la intención de sus ponentes, a la racionalización del Género Humano y a la resolución consecuente de los conflictos. Esta fue la perspectiva adoptada por el marxismo y las generaciones de izquierda que le sucedieron, que son incompatibles entre sí-, pero no ha sido así. Cabía, sin embargo, la posibilidad de volver a aquellos principios de atomización de los grupos sin pensar en detenerse en ningún grupo concreto, en ninguna Nación política. Cabía la posibilidad, en suma, de intentar disolver el Estado. Fue el camino seguido por los anarquistas.

Esta posibilidad tenía que presentarse en cuanto se viera con claridad que el nuevo Estado construido por la Revolución era más bien un obstáculo para los fines propuestos para el Género Humano. Y así fue en realidad. Pronto se comprendió que para lograr los fines universalistas del primer impulso izquierdista había que destruir el Estado, cualquier tipo de Estado, fuera o no nacional. Había, pues, que enfrentarse a muerte a los jacobinos y sus sucesores, es decir, a todas las izquierdas y, por supuesto, también a la derecha.

El anarquismo, definido negativamente por el Estado, fue otra forma del izquierdismo.

Aunque los anarquistas no son políticos desde una perspectiva emic, lo que parece que obligaría a no considerarlos de izquierda por referencia al Estado, sí lo son desde una perspectiva etic, porque los mismos anarquistas así lo hacían al establecer alianzas con las izquierdas contra la derecha en 1934 y 1936. En realidad se definen como negación de todas las izquierdas y, todavía más, desde una perspectiva emic, de la derecha.

Al definirse como negación, el anarquismo puede discurrir por dos vías:

La primera consiste en avanzar por el camino de la atomización sin detenerse en nada, aproximándose al nihilismo y a las posiciones de una izquierda indefinida. Muchas veces, en efecto, se ha acusado al anarquismo de nihilismo: Bentham, en Anarchical fallacies (1791), también se acusó a Bakunin, a Netchaev… También durante finales del siglo XIX y principios del XX el terrorismo anarquista fue tachado de nihilista, pero en ningún caso se practicaba la autoinmolación, como los musulmanes, ni se predicaba el suicidio colectivo, como Schopenhauer.

La segunda consiste en detenerse efectivamente en el individuo humano y entonces éste y su libertad serán el fin de todo. Pero el individuo no está solo, sino que hay muchos millones. Lo importante es ver sobre qué plataforma social o comunitaria se apoya entonces el movimiento anarquista. Esa plataforma ya no será un medio para él, como para los comunistas lo es el Estado, sino un fin, una forma de convivencia que se supone será la definitiva, la del futuro de la humanidad, pero un futuro que habrá que empezar a trazar ya en el presente -presentismo-. ¿Qué plataformas sociales son esas? Tres: la comuna, el cantón y el sindicato.

Hay muchos casos de anarquismo comunalista: la república libertaria de Por de Selva (1929), la “Cecilia” en Argentina, los icarianos de Cabet, comunas hippies de los años sesenta, etc. Este anarquismo recuerda los huertos epicúreos y su retirada de la vida política.

Del anarquismo federalista, o cantonalista, que tiene más contenido político, habría que poner a la cabeza a Proudhon, que buscaba fundar el orden social en las leyes naturales y sociales que las ciencias estaban investigando, un orden que habría de aniquilar el Estado, por no ser natural. Influyó en individuos como Bakunin y Pi y Margall.

El anarcosindicalismo es, de estas tres corrientes, la izquierda más definida. Encuentra en el Sindicato la pieza revolucionaria del presente mediante la acción directa, la pistola, el terrorismo o la huelga general revolucionaria, pero también la unidad de producción y distribución del futuro. Empezó con la CGT en Francia (1902), la CNT en Barcelona (1910)… El anarcosindicalimo profundizará la división entre la izquierda política y la socioeconómica. Con sus sindicatos de ramo prefiguraría el sindicato único de la Falange.

Lo específico del anarquismo no estaría en aquello en que coincide con el marxismo, en la supresión del Estado, sino en las agrupaciones de que se ha de servir para llegar a ese fin, agrupaciones que son para él el futuro en el presente. El anarquismo es por esto una ruptura con la Revolución Francesa, con sus logros reales, no ideales o utópicos, metafísicos, y también con las generaciones cuarta, quinta y sexta, de izquierda, las cuales reanudan el curso de la Revolución Francesa, basado en el Estado. Estas generaciones serán de inspiración marxista, no bakuninista, aunque en ocasiones se hayan desprendido de Marx o se hayan inclinado al federalismo, que es de inspiración anarquista.

En un principio Bakunin y Marx se distanciaron de la Revolución Francesa, aunque por motivos poco coincidentes: uno la vio como aberración, otro como paso necesario para la aparición del proletariado, la clase universal. En la AIT, creada en 1864, confluyeron los dos, porque buscaban el internacionalismo. Pero el conflicto entre ellos estalló pronto, cuando Marx quiso dotar a aquella Primera Internacional de una estructura jerárquica, algo que Bakunin rechazó, por lo que fue excluido de ella y la Asociación se trasladó a Nueva York.

Marx no militó propiamente en ningún partido político. Puede decirse que tanto él como Bakunin se apoyaban en el sindicato para su tarea revolucionaria. Pero desde su internacionalismo Marx fijó su mirada sobre las naciones particulares, naciones como Francia, Alemania o Inglaterra, donde las asociaciones obreras deberían conquistar el poder. Por eso despreciaba las naciones sin historia, pues en ellas no podían darse las condiciones necesarias para la revolución. Por esto daba importancia a las entidades políticas que habían brotado de la revolución burguesa.

Bakunin prescindía de esas entidades y solo venía en ellas a individuos humanos, que ni siquiera eran para él miembros de una clase social. ¿Cómo iba a aceptar que hay que abolir el poder de esas entidades comenzando por su fortalecimiento? El parámetro del Estado era lo que enfrentaba a ambos. Y no del Estado en abstracto, sino del Estado prusiano y del francés, pues en la guerra entre ambos, entre Bismarck y Napoleón III, Marx aconsejó que los obreros apoyaran a Prusia y Bakunin que no fueran a la guerra.

La izquierda siguió el camino de Marx, como es sabido, pero eso no quiere decir que el anarquismo se extinguiera. Su influencia continua viva a través de muchas ONGs (de inspiración eclesiástica bastantes de ellas), de movimientos ecologistas, antiglobalización, comunas hippies, la microfísica del poder de Foucault, etc. A veces incluso las miasmas anarquistas se han insuflado sobre partidos marxistas, como el de Jaurès, y en España podrían estar muy activas en el zapaterismo, después de que el PSOE renunciara al marxismo en su XXXIII Congreso de 1984 y asumiera, más o menos claramente, los principios de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Racionalidad, a los que añadió los de Ética y Solidaridad. Pero si la derecha parte también de esos principios ¿dónde está la diferencia? En que los dos quieren lo mismo: el gobierno.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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