El gobierno estable

Una tiranía no es en rigor un gobierno, pues es inestable y lo propio del Estado es lo contrario. Esto es lo que siempre se ha pensado, pero en nuestro tiempo existen tiranías que parecen perdurar, como China. Ello es debido tal vez a que han logrado constituir una especie de Senado capaz de renovarse. No es el caso de Cuba ni Corea, cuyos regímenes deberían quebrar en una o dos generaciones. Pero hay otros muchos países tiránicos, no obstante, cuya existencia parece contradecir este principio general que dejó sentado Aristóteles para las tiranías.

Hay que descontar por ahora estos gobiernos, si es que lo son en verdad, cosa que habría que estudiar con más detenimiento. También hay que dejar de lado por ahora las tendencias a la tiranía que se dan en gobiernos no tiránicos, como el ponerse al lado del vulgo y excitar sus iras contra el orden de la pólis, cosa que se ve en nuestros días con frecuencia.

Lo que resta ahora es decir qué es un gobierno con constitución, o gobierno constituido de manera durable.

Éste es un gobierno que se inclina a la democracia, pero no lo es. En verdad no lo es ninguno, porque el pueblo no puede gobernar en ningún lado cuando es demasiado grande. La democracia solo puede darse en pequeñas poblaciones. Si recibe ese nombre el régimen político que se da en grandes solo puede recibirlo por analogía. El que derrama una botella de buen vino en el río puede luego decir que allí hay vino y dirá verdad, pero no se le podrá creer. Así es con el que dice que hay democracia en un pueblo de cuarenta millones. Será cierto que hay algunas moléculas de ella difuminadas en la multitud. Pero el río sigue llevan agua.

Hay quien piensa que un régimen bien constituido se ha de aproximar entonces a la aristocracia, que es el gobierno de los mejores, pero también es falso. Es verdad que los ricos son más ilustrados y tienen más virtudes que el pueblo bajo, pero también que muchas veces esos dones proceden de la compra fraudulenta y que es así como obtienen una alta consideración. Dado que el sistema aristocrático es aquel en que los ciudadanos sobresalientes poseen el poder, se ha podido creer que las oligarquías están compuestas de gentes nobles y virtuosas. Lo más normal es entonces que se aproximen a esta clase de gobierno oligárquico.

Luego un gobierno bien constituido tiene que estar entre la oligarquía y la democracia.

Para situar mejor aún nuestro objeto y ajustarlo cuanto sea posible a la realidad de las cosas, no debe olvidarse que nuestros gobiernos parlamentarios son en realidad oligárquicos y que, cuando se aproximan demasiado a la multitud se están acercando a la tiranía. Es entonces cuando se justifican con cosas fantasmales, como la voluntad general y otras parecidas. Pero estas cosas no pueden existir. En efecto, una vez abstraídas las voluntades particulares, ¿habrá que admitir que todavía queda la voluntad general? Sería como decir que cuando se ha quitado uno el zapato izquierdo y también el derecho todavía queda el par de zapatos.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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