Filosofía en el siglo XII

En el siglo XII renace la filosofía con fuerza renovada por causa de la cuestión de los universales, que suscitó una notable controversia. El problema estaba presente en Isagoge, de Porfirio. En esa obra se trataba, entre otras cosas, de dilucidar si los géneros y las especies existen en la realidad o solamente en el sujeto que los concibe. En el primer caso todavía había que decidir si son corpóreos y existen en los objetos o si están separados de ellos. En el segundo si el sujeto los concibe antes o después de tener experiencia de los objetos. No se trataba sólo de dificultades filosóficas, sino también teológicas. Si existe una sola divinidad en tres Personas, parece que lo universal divino, por ser común a las tres, debe ser real, y si la humanidad entera pecó con Adán, parece que lo universal humano, por ser común a todos los hombres, debe serlo también.

Los que negaron la realidad objetiva de los universales recibieron el nombre de «nominalistas». Los que la afirmaron fueron llamados «realistas». Entre los primeros, Roscelino (1050-1125) afirmó que son aire (flatus vocis), meros conceptos que no contienen el ser de las cosas, creyendo así evitar el panteísmo en que, a su juicio, había incurrido el Erígena, pero no pudo eludir el triteísmo. En contra de él, encabezando el partido de los realistas, GuillermodeChampeaux (1070–1120) insistió en que lo universal es lo único real en el particular, que «hombre» es lo mismo para todos los hombres y que lo que distingue a cada uno de ellos es un cierto número de cualidades prescindibles, como la estatura, el color, etc.

PedroAbelardo (1079–1142) entró en la liza aceptando la definición aristotélica de universal, “lo que ha nacido para ser predicado de muchas cosas”, para argüir a continuación que si el universal, así entendido, es lo único real en el individuo, entonces solamente existe el hombre, no los hombres. Además, si la especie es todo en todo, también el género es todo en la especie. ¿Por qué no aceptar entonces que Dios es en todo, como parece que había dicho el Erígena? Aducir que el universal se encuentra en el individuo no resuelve nada, pues no se entiende que los particulares se opongan entre sí, como se opone, por ejemplo, lo bueno a lo malo.

El universal, concluía Abelardo, no es una cosa, porque una cosa no se predica de otra. Tampoco es un simple aire (flatus vocis), como había dicho Roscelino, porque incluso en este caso sería una cosa y no podría ser predicada de otra. Es una palabra (sermo) que, en cuanto tal, tiene existencia individual, pero puede significar lo que hay de común entre los particulares. Un hombre es distinto de otro hombre y no hay una tercera cosa, llamada universal, entre ellos dos. Pero no se sigue de aquí que el universal es nada. Los dos hombres convienen en ser lo mismo, a saber, hombres. Esta conveniencia no es un ser aparte y tampoco un no-ser. Abelardo dice que en las cosas es un status y en la mente un significado subjetivo que captamos en ellas y hacemos entrar en un concepto, pero tal concepto se encuentra en nuestro entendimiento.

Al lado de la filosofía de este siglo, la mística experimentó un vigoroso impulso propiciado por Guillermo de Champeaux en la abadía de San Víctor. Su máximo exponente fue San Bernardo de Claraval (1091–1153), quien, tras negar el valor de la razón y del hombre mismo, utilizó la mística como un arma contra la herejía, en la cual le pareció que desemboca toda filosofía.

La batalla que se estaba librando entre el ala religiosa y la filosófica del Medievo no tuvo un claro vencedor, pues la filosofía habría de tener su momento de esplendor un siglo después y la religión no tuvo que ceder un solo palmo de terreno. La suerte, como veremos, fue muy otra en una batalla parecida que se estaba librando casi al mismo tiempo en el mundo musulmán español.

También reverdecieron durante este siglo los movimientos mesiánicos, extrañamente relacionados con el misticismo de San Víctor. La estructura conceptual de tales movimientos se remontaba a la teoría de Orígenes (185-254) sobre las tres maneras de leer los textos sagrados: la carnal, la anímica y la espiritual. La primera entiende literalmente el texto, la segunda lo interpreta alegóricamente y sólo la tercera desvela el mensaje eterno oculto en el fárrago de las letras. Los místicos de San Víctor habían recogido y transformado la tríada de Orígenes en los tres escalones que conducen el alma a la visión beatífica de Dios: la cogitatio o comprensión de las cosas corporales, la meditatio o reflexión sobre la propia alma y la contemplatio o elevación hasta la divinidad.

La aplicación de estos tres momentos de la ascensión mística a la historia de la humanidad por Joaquín de Fiore (1145–1202) recogió el sustrato profundo de los anteriores movimientos de insurgencia social y legó a los posteriores la trama básica de sus ideas. El transcurso de las sociedades era dividido por él en tres etapas o ascensos, cada uno de los cuales dependía de una de las Personas de la Trinidad. En el primer estadio, el del Padre, habrían reinado la servidumbre y los azotes, en el segundo, del Hijo, la sumisión filial, y solamente en el tercero, del Espíritu Santo, reinaría la libertad. Así se plasmaba el dogma trinitario en la historia. La luz que ilumina a la humanidad emana tres fulgores, cada uno más brillante que el anterior. El postrero es el del Tercer Reino, que precede a la vida eterna en el cielo y será un reinado de igualdad y libertad.

Esta división tripartita de la historia no murió nunca. La pluma de Lessing la rescató de nuevo para la Ilustración alemana. Según Bloch, esta teología de la historia, corrompida y pervertida, fue también la del nazismo. Incluso el término “Tercer Reino”, cambiado en “Tercer Reich”, fue sacado de las cenizas antiguas y, remozado por Moeller van den Bruck, quedó listo para su uso por el Partido Nacional Socialista Alemán. También el marxismo adoptó la tripartición de la historia, pero, también según Bloch, su caso fue netamente distinto de todos los movimientos teológicos anteriores. La utopía milenarista de los primeros tiempos del cristianismo y de los tiempos medios y modernos se habría trocado finalmente en ciencia por obra del socialismo científico, es decir, del marxismo.

(Historia de la filosofía. 2 Bachillerato, Sección II)

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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