Las feministas

Habían pasado unos pocos días desde mi última visita a la cafetería de aquel hotel. Me senté a la mesa de siempre. A través de los cristales pude ver el almendro en flor, anuncio de una pronta primavera. En la mesa contigua estaban las dos damas. La que había hablado sobre el feminismo como una forma del resentimiento seguía aduciendo razones, ahora de tipo social y económico.

«Es fácil probar, decía, que el feminismo no es causa, sino efecto, en lo social y económico, de algo que las secuaces de esta ideología desconocen, seguramente de modo voluntario. Sigue leyendo

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Feminismo

Hay un hotel antiguo, de paredes vetustas, que aloja un año tras otro a los mismos huéspedes. Entre ellos hay un cierto aire familiar. El hotel dispone de una cafetería amplia y señorial; una de sus paredes es una gran cristalera que da a un jardín bordeado de gruesos y elevados muros, un jardín melancólico en invierno, alegre cuando llegan los lirios de la primavera. A ese lugar me retiro a veces para pasar unas horas leyendo plácidamente. Pero ayer me fue imposible. Había dos damas ocupando una mesa contigua y una le estaba diciendo a la otra lo que expongo a continuación.

Por más que pienso en el feminismo, no encuentro más que resentimiento. Este afecto es un sentimiento de repulsión contra otro, un movimiento de hostilidad propio de alguien que no se soporta y trata de expulsar hacia afuera una furia que le asfixia. No es sentir, sino re-sentir. No es una relación emocional con otro que puede volverse a pensar, sino que se ha transformado en un veneno que se dirige hacia dentro porque no puede asomarse al exterior. Es algo que trata de revivirse una y otra vez. No tiene nada que ver con un recuerdo. No es cosa de la memoria. Sigue leyendo

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Los hombres puros no pecan

Viajero, si vas alguna vez a Münster no dejes de visitar la plaza de san Lamberto, que acoge una bella iglesia-catedral consagrada al santo. Te deseo una mañana luminosa, con una temperatura suave y un cielo azul, para que puedas tomar tranquilamente un café con alguno de los buenos dulces que un camarero cortés te servirá, al aire libre, en una de esas terrazas que te recordarán las de Madrid, Sevilla o Málaga. Te aseguro que no te será fácil hallar un paisaje urbano más grato a los sentidos.

Desde tu mesa, con la taza en la mano, podrás examinar el magnífico templo gótico que tendrás enfrente, con su hermosa torre enhiesta, que se alza por encima de todos los demás edificios. Recorre con tu mirada esa torre, que algo llamará inevitablemente tu atención: encima del reloj, prendidas del campanario, hay tres jaulas de hierro; cada una tiene el tamaño de un ataúd. En esas jaulas se expusieron un tiempo los cadáveres de Juan de Leyden, llamado Jan Bockelson, Bernt Kniperdollink y otro dirigente anabaptista cuyo nombre no ha guardado la historia. Fijaron esas jaulas al campanario el mes de enero de 1536. Ese mes fue el final de una pesadilla que había asolado la ciudad desde febrero de 1534, cuando Bockelson y sus apóstoles comenzaron a proclamar por las ciudad la inminente destrucción del mundo y la salvación exclusiva de Münster, que se había de convertir en la Nueva Jerusalén. En ella, que entonces contaba con unos 10.000 habitantes, habrían de vivir solamente los Santos de Dios durante los mil años que iban a comenzar de inmediato, mil años previos a la entrada definitiva en la eternidad. El poder de la oratoria de Bockelson, su magnífica presencia física y la fuerza de su fe arrastraron a las gentes a arrepentirse de sus pecados y hacer penitencia con el fin de entrar puros y santos en el Nuevo Reino, del que Bockelson era el profeta. Hubo algunos que tenían visiones apocalípticas, otros que se arrojaban al suelo exhalando gritos y espumarajos por la boca, otros que entraban en éxtasis, etc., y casi todos se declararon fieles seguidores de aquel profeta de la Nueva Edad. Sigue leyendo

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La guerra de Ucrania

Las naciones europeas han puesto todo su empeño en liquidarse unas a otras durante demasiado tiempo. Un ejemplo: después de más de cien años de guerra entre mediados del siglo XVI y mediados del XVII, una vez que comprobaron que no podían destruirse, acordaron la Paz de Westfalia, de donde surgió un orden que consistía en vigilarse unas a otras para evitar que ninguna se alzara con la hegemonía sobre las demás. En realidad, seguían estando en guerra, si, como advirtió Hobbes, guerra no es batalla, sino disposición a batallar cuando no hay garantía de paz. Tampoco un día nublado tiene que ser un día de lluvia, sino de amenaza de lluvia.

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La liberación de los hombres

Entre los años 1965 y 1969 el 59% de las novias de raza blanca y el 25% de las de raza negra llegaron embarazadas al altar en los Estados Unidos, según los cálculos de Janet Jellen, Georg Akerlof y Michael Katz. En ese cálculo hay que resaltar dos notas. La primera es una constatación que trasluce en él: que las relaciones prematrimoniales eran generalizadas en aquellos años. La segunda, más llamativa y sólo en apariencia contrapuesta a la anterior, es que llegaban al altar, es decir, que los hombres se declaraban responsables del cuidado de sus novias y del niño que llevaban en su vientre.

El papel de la mujer en el parentesco es biológico. De ahí las él brota un impulso muy fuerte para el cuidado de su prole, impulso que es imprescindible para la continuidad de la sociedad. El del hombre no es biológico, sino social o moral. Es necesario que haya en su medio social un conjunto de principios de conducta que le inciten a cuidar de la madre y del niño, porque si no lo hace corre peligro la continuidad de la sociedad. En algún momento de la historia de la humanidad, dice la antropóloga Margaret Mead, se hizo un grandioso descubrimiento: las sociedades tienen que inducir en los varones el deber de aportar cuidados y recursos a las madres y a sus hijos.

 

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El relato

“Relato” es la palabra clave. Roland Barthes, que la extrajo de las obras estrictamente literarias, la puso en circulación y la aplicó a todas las formas de comunicación. Hay innumerables formas de relatar algo, decía, tanto en el lenguaje oral como en el escrito.

Están las imágenes, los mitos, las fábulas, los cuentos, las ficciones, las narraciones, las leyendas, las historias. Los relatos se hallan en la comedia, la tragedia, el cine, las noticias del telediario (donde suele contarse una historia que empieza mal y acaba bien; observen con atención), los cuadros, etc. Están por todas partes y en todas las sociedades. Todo grupo tiene su historia, que sus componentes usan como señal de identidad. El relato está siempre ahí, por encima de naciones y culturas.

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