Procul a Iove, procul a fulmine

 Es casi inevitable en nuestro tiempo que los individuos que se dedican a la política vivan también de ella. Esto no quiere decir que sean más egoístas que los de otros tiempos. Es seguro que nunca ha existido un grupo humano que no haya hecho uso del poder político para beneficiar su situación económica. Que lo haya hecho de manera directa o indirecta es irrelevante.

Las camarillas de consejeros que rodeaban al rey en el Antiguo Régimen recibían a veces el nombre de partidos, pero eran algo muy distinto de lo que ahora se nombra con ese vocablo, porque eran muy reducidas y no necesitaban seguidores fuera de la corte. ¿Con qué motivo habrían de buscar Floridablanca, Aranda o Jovellanos el apoyo popular en un tiempo en que el pueblo llano no tenía ninguna posibilidad de intervenir en política? Los jefes de esas camarillas son vistos hoy por algunos como personalidades altruistas y patrióticas. Es indudable que en algunos casos así fue. Pero lo cierto es que también ellos procuraban que el agua de la economía corriera hacia su molino. Al menos procuraban la seguridad en la salvaguarda de su fortuna, ya que ésta era muchas veces suficiente como para no tener que vivir de su actividad política.

Ahora las cosas han cambiado. Los gobernantes necesitan el apoyo de la masa del pueblo. Necesitan además reclutar a individuos que ocupen puestos dirigentes cuando ellos conquisten el poder. Ahora bien, una vez que la actividad política se abre a gentes no adineradas es imprescindible que ésta sea una actividad pagada. La formas de pago pueden revestir diferentes formas.

La más evidente es la percepción de un sueldo, que seguramente irá seguido de una pensión, vitalicia o no, cuando tenga que abandonar su puesto. Es la más corriente y la que el dirigente tiene más a mano, pues dispone de innumerables cargos en las múltiples administraciones –municipios, regiones, diputaciones, empresas públicas, medios de comunicación, etc.  Otra es recibir remuneraciones en ciertos momentos a cambio de prestaciones de servicios, lo que puede fácilmente transformarse en cohecho y corrupción. Una tercera es la que consiste en que el prestador de servicio se presenta como empresario independiente que logra ciertos contratos con la administración estatal, pese a que ha fundado su corporación exclusivamente con el fin de atender las solicitudes del poderoso y las suyas propias.

Esta situación es inseparable de la democracia de masas y la acompañará mientras ésta dure. Lo que importa no es que exista, sino cómo debe hacerse para que su carga no sea excesiva para la población, no solo desde el punto de vista económico, sino también desde el político, porque puede ser ciertamente una carga muy pesada si se mide en dinero, pero será más pesada todavía si se mide el libertad ciudadana, debido a la excesiva cercanía de los seguidores del dirigente. Los romanos antiguos lo sabían muy bien: procul a Iove, procul a fulmine (lejos de Júpiter, lejos del rayo)

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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