Salvemos el euro

Los bancos centrales, tanto en Europa como en Estados Unidos, se dedican en gran parte a permitir y fomentar la expansión ilimitada del crédito sin respaldo en el ahorro real, lo cual, alentado por grupos de interés, como los partidos políticos, los sindicatos y las entidades financieras dedicadas a la especulación, tiene que conducir de forma recurrente a que la institución financiera en su conjunto se halle al borde del colapso, a que quiebren muchos bancos y cajas de ahorro y a que se desplome la producción económica. Ésta es la dolorosa lección que estamos aprendiendo en estas fechas. Un sistema financiero así es fuente constante de inestabilidad económica.

Es, por otra parte, un grave atentado contra el derecho de propiedad el hecho de que los bancos no estén obligados por la ley a mantener el cien por cien del coeficiente de caja, lo cual entra en el terreno de la ética. Esto se evitaría volviendo al patrón oro, pues entonces habría una base monetaria que los poderes públicos no podrían manipular y sometería a una disciplina estricta a muchos agentes sociales y sus tendencias inflacionistas. También disciplinaría a los ciudadanos particulares, que no encontrarían el medio de endeudarse y dejar pender su futuro y el de sus hijos del hilo del crédito fácil.

Cuando la moneda depende de los gobernantes, cuando está en su mano fijar el cambio de la misma, la dejan flotar, provocando la inflación. Así se ahorran la impopular decisión de subir impuestos y recortar el gasto público, porque la causa real del empobrecimiento consiguiente de la población se oculta a los ojos de ésta. De esto saben mucho en Alemania. Un ciudadano de la República de Weimar, que tenía en el banco una pequeña fortuna, recibió una carta del mismo en que se le rogaba que la retirara porque, debido a la vertiginosa escalada de la inflación, al banco le resultaba más caro el franqueo de la carta de lo que valía el depósito de aquella persona. La devaluación del marco había conducido a una expropiación brutal de gran parte de la población. No es de extrañar que la constitución germana actual limite estos excesos. Y con razón lo hace, sobre todo desde el punto de vista de la moral, pues del precio de la moneda depende la propiedad de todos. Tienen algo de repugnante las razones de quienes, recordando los años del nacionalsocialismo, achacan hoy la postura germana en la crisis a sus supuestas inclinaciones al dominio de Europa.

Por esto es absolutamente necesario no salir del euro. Aunque no cumple a la perfección las funciones del patrón oro, sí impide que los políticos hagan fluctuar la moneda, pone al descubierto su arbitrariedad y frena la mentira y la demagogia. No es un modelo perfecto, pero es una aproximación muy superior a las monedas nacionales. Si España volviera a la peseta, su devaluación sería inmediata, volvería probablemente a fluir el crédito sin respaldo en el ahorro, la moneda estaría otra vez al servicio de los agentes sociales y políticos, se reanudaría el despilfarro a costa de la renta de la población y todos seríamos más pobres todavía.

Esto parece evidente porque cuando aún no existía el euro los gobiernos actuaban de la misma forma cada vez que había una crisis: aumentaban la liquidez, dejaban fluctuar la moneda y retrasaban sin fin las reformas que pudieran poner fin realmente a la crisis. Pese a sus defectos, el euro no permite esta irresponsable huida hacia adelante. Quienes nos gobiernan no tienen ahora otra salida que gobernar, es decir, reformar lo que hay que reformar para encauzar las cosas como es debido atendiendo al bien general. La alternativa más probable a ésta no es otra que un marasmo político, social y económico mucho mayor aún que el que padecemos ahora.

(Publicado en La piquera, de Cope-Jerez, el día 06-06-12)

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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