Archivo mensual: febrero 2012

España: el todo y las partes

Un individuo nacido en Reus el año 1850, de nombre Joaquín Bartrina, dijo lo siguiente: Oyendo hablar a un hombre, fácil es
Acertar dónde vio la luz del Sol:
Si os alaba a Inglaterra, será inglés;
Si os habla mal de Prusia, es un francés,
Y si habla mal de España, es español. Son versos que expresan la inclinación de muchos españoles a escarnecer su nación y su historia y a poner en solfa un día sí y otro también su unidad y su existencia. Parecería que se han tragado toda entera la leyenda negra y la están regurgitando, como los bueyes. Los alemanes, franceses, chinos, rusos y americanos tendrían muchos más motivos que los españoles para comportarse de ese modo, pero se cuidan mucho de hacerlo. En España, por el contrario, es corriente sentir vergüenza. Se celebran las regiones, cuya estructura política actual deriva exclusivamente de la Constitución Española de 1978 –una de las muchas constituciones que ha tenido España- y no de una historia regional inexistente si se la separa del conjunto. En los institutos de bachillerato, por virtud de una leyes de enseñanza destinadas a falsear la realidad o a encubrirla, se enseña a los jóvenes la idea que España es un agregado de partes, cuando es justamente al revés. Las partes existen aquí después del todo y sin él no serían lo que son. Hasta en el lenguaje corriente se pretende disfrazar este hecho. Se da al todo el nombre de Estado, un nombre que propuso el mes de octubre de 1936 el general Franco, no con el fin de evitar el de España, sino el de República y el de Reino. Sucesores semánticos suyos son quienes ahora sí procuran evitar el de España y procuran convencer a otros de que lo que en realidad existe son diecisiete partes firmantes de un contrato constitucional que habría originado el Estado Español, como si éste hubiera empezado a existir después de 1978 y como si la Constitución de aquel año no fuera más que una serie de normas que habrán acertado mejor o peor a reflejar la tradición nacional más antigua de Europa. El patriotismo se restringe según ellos a las supuestas naciones firmantes. Al patriotismo español le reserva la izquierda socialdemócrata el pedante título habermasiano de patriotismo constitucional. Sigue leyendo

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Dos fuerzas políticas

En la mente de muchos debe perdurar la idea del sistema aristocrático como sistema que pone por encima de todo la virtud de los ciudadanos superiores, porque se sigue exigiendo a los poderosos que sean sabios, honrados, eminentes, capaces y diestros en el ejercicio del poder y porque ellos mismos hacen gala de esos dones. Se espera entonces que un régimen de democracia parlamentaria sea en realidad una aristocracia, un gobierno de los mejores y a la vez que éstos procedan del pueblo llano, lo que no es posible.
Si unos y otros justifican la situación de esta manera es porque no quieren reconocer que la realidad política actual no es otra cosa que el dominio de varias oligarquías de partido. El que pretenda entender las cosas como son no pondrá su esperanza en estas falsas ideas, sino que irá a las cosas mismas.
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El gobierno estable

Una tiranía no es en rigor un gobierno, pues es inestable y lo propio del Estado es lo contrario. Esto es lo que siempre se ha pensado, pero en nuestro tiempo existen tiranías que parecen perdurar, como China. Ello es debido tal vez a que han logrado constituir una especie de Senado capaz de renovarse. No es el caso de Cuba ni Corea, cuyos regímenes deberían quebrar en una o dos generaciones. Pero hay otros muchos países tiránicos, no obstante, cuya existencia parece contradecir este principio general que dejó sentado Aristóteles para las tiranías.
Hay que descontar por ahora estos gobiernos, si es que lo son en verdad, cosa que habría que estudiar con más detenimiento. También hay que dejar de lado por ahora las tendencias a la tiranía que se dan en gobiernos no tiránicos, como el ponerse al lado del vulgo y excitar sus iras contra el orden de la pólis, cosa que se ve en nuestros días con frecuencia.
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Democracia fundamentalista

Lo mismo que existe un fundamentalismo islámico y otro cristiano, existe también un fundamentalismo democrático y no es menos peligroso que los otros. Para no referirme a ninguno de los muchos secuaces de esta fe política recordaré a Rousseau, su más conocido fundador.
Es opinión de este filósofo que el punto de partida y la meta de lo político es la libertad individual. Un Estado donde no haya nadie que no sea libre es un tipo de asociación en que cada uno se une a los demás por un acuerdo libre y luego se obedece a sí mismo al obedecer la voluntad general, quedando tan libre como antes del pacto. El pacto se toma por unanimidad. En todo lo que venga después la mayoría puede obligar a la minoría.
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Sobre la existencia de Dios

Cuestión 2. Sobre la existencia de Dios Así, pues, como quiera que el objetivo principal de esta doctrina sagrada es llevar al conocimiento de Dios, y no sólo como ser, sino también como principio y fin de las cosas, especialmente … Sigue leyendo

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Cómo ser un tirano

Lo propio del Estado
La virtud o potencia propia de un régimen político no es la justicia, la felicidad de los súbditos, el bien común, ni ninguna otra cosa parecida a éstas, que son más bien virtudes morales propias de los individuos o situaciones vitales adquiridas con el propio esfuerzo. Una consideración especial merece quizá el bien común. Si se entiende como paz social, es decir, como aquella situación en que cada persona puede dedicarse a sus actividades sin temor de ser molestado, entonces sí puede considerarse como efecto propio de la virtud del Estado.
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Los poderes del Estado

En un Estado bien construido pueden los hombres poner en práctica su sentido del bien y del mal, algo en lo que se diferencian esencialmente de los animales, por mucho que se empeñen en lo contrario los defensores de los mismos, empezando por los promotores del proyecto Gran Simio, que difícilmente podrán probar que los gorilas y los chimpancés pueden ser ciudadanos de una pólis.
Al integrarse en la misma, los hombres realizan la moralidad, el derecho, las artes, las ciencias, la filosofía, la religión, etc. En suma, ponen en práctica una vida civilizada y se alejan de la barbarie. Por esto pertenece el Estado a la naturaleza humana y no es algo que se le agrega de manera accidental.
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El mito de la Utopía

La idea de Utopía, una idea-fuerza presente aún en alguna corriente política actual, apareció mucho antes que el libro homónimo de Tomás Moro, cuyo centenario se celebró ayer día 7 de febrero. Está en el jardín de Gilgamesh, las Geórgicas de Virgilio, el mito de la Atlántida, se menciona en la Historia natural de Plinio y hasta reaparece a principios de la Edad Moderna en la Isla de Jauja y el País de la Cucaña.
Hay mitos que inducen a la claridad, como el de la caverna de Platón, y mitos que inducen a la confusión, como éste de la utopía. El hecho de que sea confuso no impide, sin embargo, que haya servido para engendrar largos sueños de justicia y felicidad, sueños que casi siempre pasan por la comunidad de bienes y la liquidación de la propiedad privada. Así habla el mismo Tomás Moro: “donde las propiedades son privadas, donde todo el peso se apoya en el dinero, es difícil y casi imposible que la república pueda ser gobernada justamente y florezca en la prosperidad”.
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La Utopía de Tomás Moro

Al abordar el siglo XVI los libros de historia destacan las luchas religiosas y políticas derivadas de la Reforma protestante y dan menos importancia a los graves desequilibrios ocasionados por la implantación de un nuevo modelo económico y el abandono del anterior. Los hombres reflexivos del momento tampoco fueron conscientes de este hecho, por lo que sus ideas, valoraciones y propuestas de solución, cuando las hubo, quedaron atrapadas en una visión moral y social que estaba feneciendo ante ellos.
Uno de ellos fue Tomás Moro, el autor del primero libro que llevó el nombre de Utopía y tal vez el que puso en circulación el término. La obra expresa el disgusto del autor ante un modelo económico que consiste en comprar bienes a bajo precio en un lugar para venderlos en otro a un precio más alto y ofrece como alternativa la vida en comunidad de los utopienses, habitantes de una isla del Atlántico, pues no en vano el Mediterráneo había sido desplazado como lugar de aventuras fantásticas después del descubrimiento de Colón.
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La ley humana

San Alberto el Grande y su no menos grande alumno Santo Tomás de Aquino son una muestra del vigor filosófico, científico y teológico de la Edad Media, que después solo sería igualado en el siglo XVII. El primero hizo cuanto estuvo en su mano, que no fue poco, para recuperar el saber guardado en libros escritos en árabe y hebreo en las bibliotecas que los reyes españoles iban adquiriendo al tiempo que hacían avanzar la Reconquista contra el poderío musulmán y luego ordenaban traducir al latín pasando antes por el castellano. Uno de los que más contribuyeron a esa tarea fue Alfonso X el Sabio, el conquistador de Jerez. Con razón es San Alberto el patrón de las facultades de ciencias.
Su discípulo Santo Tomás lo es de las de letras y Bachillerato. Su festividad fue el pasado sábado.
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