Archivo mensual: agosto 2011

Profesor de filosofía

La función del profesor en un curso de historia de la filosofía explicado a alumnos jóvenes es ambigua y aun contradictoria. Aparentemente no tiene más remedio que difuminarse, esconderse tras los filósofos cuyos sistemas explica, para que sólo ellos aparezcan. En ello consiste su supuesta sinceridad, pues, al actuar así obligatoriamente, parece que sólo deja traslucir, no sus preferencias, sino lo que otros han pensado. Pero cualquier alumno llega a sospechar a lo largo del curso que su profesor bien puede estar transmitiendo conflictos propios cuando explica filosofía. Intuyo que un alumno tal está en lo cierto. Estoy además convencido de que, aparte de inevitable, es conveniente que sea así: no podemos saltar por encima de nuestra propia sombra ni podemos prescindir de nosotros mismos. Que la persona del profesor, su deseo de no aceptar las medias verdades o falsedades completas en que está sumergido, forme parte de sus explicaciones es deseable, porque en caso contrario el mejor profesor sería un loro que se limita a repetir lo que oye. Su grado de éxito estribará en la pericia que posea para particularizar o generalizar lo que tantas veces son preocupaciones y experiencias personales.

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Papilla democrática

Una de las muchas cosas que debo a Gustavo Bueno -gracias, D. Gustavo- es el relato de un hecho acontecido en las cortes formadas a raíz de las elecciones generales habidas el mes de febrero de 1936 en España. Uno de los diputados del PSOE, llamado José de Acuña, hizo un día una interesante propuesta en sede parlamentaria. Todo hombre, rezaba la propuesta, debería tener el derecho a ser vestido y alimentado por el Estado. Con el fin de dar satisfacción a ese derecho habrían de instalarse por todo el territorio nacional artilugios a modo de surtidores, como los que suministran combustible a los automóviles, para servir gratuitamente a todo el mundo que lo solicitase unas gachas que contuvieran los ingredientes alimenticios necesarios para mantenerse vivo y saludable. Las gachas no deberían tener mal sabor, pero tampoco bueno. El que quisiera comer mejor tendría que trabajar. Don José propuso además que aquella comida se llamara papilla democrática.
La propuesta, como es sabido, no siguió adelante en aquellos aciagos años ni después, pero yo tengo para mí que se ha puesto en práctica en nuestros días, aunque en otra forma. Ahora se sirve a todo el mundo gratuitamente, por medio de surtidores repartidos por todo el territorio de España, una información que en conjunto no tiene mal sabor, pero tampoco bueno, por lo que quien quiera estar mejor informado no tiene más remedio que dedicar algunas horas al análisis y el estudio. Los surtidores de que hablo son los receptores de televisión, los periódicos, la radio, etc. Y también en gran medida los centros de enseñanza, tanto públicos como privados. Éstos se han convertido ahora en surtidores de papilla democrática por obra de una insensata legislación que no tiene visos de mejorar, no sé si por el empecinamiento del poder en la ignorancia o porque no puede ser de otro modo en un régimen político como el que se ha extendido por medio planeta. Yo me inclino por lo segundo, pero no es éste el momento de decir por qué. Si fuera verdad, la legislación no sería entonces tan insensata, sino la que correspondería a la presente situación.
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