Papilla democrática

Una de las muchas cosas que debo a Gustavo Bueno -gracias, D. Gustavo- es el relato de un hecho acontecido en las cortes formadas a raíz de las elecciones generales habidas el mes de febrero de 1936 en España. Uno de los diputados del PSOE, llamado José de Acuña, hizo un día una interesante propuesta en sede parlamentaria. Todo hombre, rezaba la propuesta, debería tener el derecho a ser vestido y alimentado por el Estado. Con el fin de dar satisfacción a ese derecho habrían de instalarse por todo el territorio nacional artilugios a modo de surtidores, como los que suministran combustible a los automóviles, para servir gratuitamente a todo el mundo que lo solicitase unas gachas que contuvieran los ingredientes alimenticios necesarios para mantenerse vivo y saludable. Las gachas no deberían tener mal sabor, pero tampoco bueno. El que quisiera comer mejor tendría que trabajar. Don José propuso además que aquella comida se llamara papilla democrática.

La propuesta, como es sabido, no siguió adelante en aquellos aciagos años ni después, pero yo tengo para mí que se ha puesto en práctica en nuestros días, aunque en otra forma. Ahora se sirve a todo el mundo gratuitamente, por medio de surtidores repartidos por todo el territorio de España, una información que en conjunto no tiene mal sabor, pero tampoco bueno, por lo que quien quiera estar mejor informado no tiene más remedio que dedicar algunas horas al análisis y el estudio. Los surtidores de que hablo son los receptores de televisión, los periódicos, la radio, etc. Y también en gran medida los centros de enseñanza, tanto públicos como privados. Éstos se han convertido ahora en surtidores de papilla democrática por obra de una insensata legislación que no tiene visos de mejorar, no sé si por el empecinamiento del poder en la ignorancia o porque no puede ser de otro modo en un régimen político como el que se ha extendido por medio planeta. Yo me inclino por lo segundo, pero no es éste el momento de decir por qué. Si fuera verdad, la legislación no sería entonces tan insensata, sino la que correspondería a la presente situación.

Todos estos surtidores sirven los ingredientes básicos necesarios a la gente para que mantengan el mínimo de información y conocimientos que requiere el mercado democrático. No es que la papilla sea falsa, ni siquiera que sea inútil o perjudicial. La mayor parte de las veces es incluso necesaria, pues no vamos a estar a todas horas estudiando a Kant o a Santo Tomás de Aquino. La atención tiene que relajarse. Lo que digo es que sabe a poco y que quien no se conforme con ella tiene que trabajar, como dijo José de Acuña sobre la otra papilla, de la nutricional. Este señor un un sabio si se toma metafóricamente su visión de la vida, no si se la toma en sentido literal. Fue un sabio metafórico.

Pues claro, D. José. Lo mismo que es preciso trabajar para tener mejor comida es preciso también estudiar para dejar de lado la información que nos dan los herederos de Ud. y tener otra mejor. El estudio es imprescindible para no caer en una medianía que no es totalmente falsa ni totalmente verdadera y que es necesaria para la estabilidad de nuestros regímenes democráticos. Una medianía que sabe a poco. Pero, eso sí, el que quiera algo más tendrá que aprender de la mejor manera que pueda.

Quevedo dice además, como aquí se ha citado, que hasta para ser bueno y valiente es imprescindible el estudio: «Puede el hombre con ardimiento y con bondad ser valiente y virtuoso; mas faltándole el estudio, no sabrá ser virtuoso ni valiente» (Vida de Marco Bruto).

Share

Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
Esta entrada fue publicada en Filosofía práctica, Política. Guarda el enlace permanente.