Archivo mensual: octubre 2012

Los seres contingentes

Para que la fe cristiana en la creación del mundo pueda ser verdadera se requiere que los objetos que componen el mundo tengan una consistencia ontológica tal que puedan ser producidos sin contar con un material preexistente y también aniquilados sin convertirse en otra cosa. La primera opción no parece que esté al alcance de ningún ser natural, pues todo lo que se hace se hace a partir de algo. Eso al menos dicta nuestra experiencia. La segunda tampoco, pues lo que se destruye deja de existir en su forma actual, pero los elementos de que está compuesto quedan disponibles para formar parte de otra cosa. Que nada nace de la nada y que nada desaparece en ella ha sido siempre para muchos filósofos un principio inconmovible de filosofía natural. Un hombre que muere deja de existir como tal hombre, pero el material de su organismo entra en otras combinaciones de la naturaleza. Un hombre que nace se construye con piezas aportadas por sus progenitores, a las que se van adhiriendo otras en el curso de su vida posterior. Y entre la cuna y la tumba no sucede nada que no sea idéntico hasta cierto punto -hasta el mantenimiento de la estructura del organismo- a lo que se da en ambos extremos, pues el cuerpo está sin cesar adquiriendo unas sustancias de su medio y desprendiéndose de otras.
El fundador de la escuela de Elea, Jenófanes de Colofón, expresó este principio del modo más conciso que quepa imaginar. Nada, dijo, se produce y nada deja de existir: si algo nuevo se hiciera, se haría de algo o de nada, pero lo segundo no es posible, pues de nada no se hace algo, y lo primero tampoco, porque entonces ya habría algo antes de hacerse. (V. Fernández Rueda, E., y Giménez Pérez, F., Historia de la filosofía y de la ciencia, Editorial Penta, La Coruña, 2003, página 17)
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Jerez de la Frontera

Jerez, la antaño industriosa Jerez, que en tiempos concentró casi un tercio de toda la exportación comercial española, es ahora una ciudad fallida, según se ha escrito en un periódico nacional. La que ha exportado su nombre con su vino. Vino que es otra cosa que vino. ¿Cómo se entiende si no que Shakespeare le atribuya las propiedades que le atribuye?:

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Esencia y existencia

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¿Progresismo malthusiano?

La Revolución Francesa parecía una promesa de realización de los ideales utópicos que muchos hombres de letras –philosophes- habían alimentado durante el siglo XVIII: desaparición de los privilegios de la nobleza, igualdad de todos los hombres, difusión de las luces y retroceso de las tinieblas, liberación de los oprimidos, paz perpetua, pan, prosperidad, seguridad, etc. El fervor revolucionario llevó a algunos a creer que a la familia y a la propiedad les había llegado también su hora.
El resultado buscado no coincidió exactamente con el logrado, pues la nueva etapa se abrió con guerras mucho más sangrientas que las anteriores, el poder político culminó la concentración y la potencia que había comenzado a adquirir con Luis XIV, apareció la nación política, la época del terror, etc. Fueron luces y sombras, aunque al principio predominaron las segundas. Los partidarios de la Revolución, muy numerosos hasta que cayeron las primeras gotas de sangre, se escindieron en partidarios y adversarios.
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John Stuart Mill

John Stuart Mill fue un niño prodigio. Fue educado por su padre, que estaba convencido de que la mente es como una tabla rasa en la que no hay nada escrito(tanquam tabula rasa in qua nihil scriptum est) Esta falsa convicción fue aparentemente corroborada sin embargo por su puesta en práctica en la educación de Mill. Sin ir a ningún colegio ni universidad, aprendió griego a los tres años, aritmética poco tiempo después, latín a los ocho, lógica a los doce, economía a los trece. A todo ello se iban juntando largas lecturas de historia. A los trece años había culminado su instrucción según los planes de su progenitor.
Las disparatadas concepciones pedagógicas del padre no surtieron el efecto deseado, al menos en teoría económica. Había enseñado a su retoño las teorías clásicas, que no establecían una neta distinción entre los sistemas productivos y las instituciones de distribución basadas en la propiedad privada. Contra esa idea se acabaría rebelando Stuart Mill. Así fue cuando se convenció de que los sistemas de producción obedecen a leyes estrictas, como las de la física o la química, sin depender por tanto de los hombres, y de que la distribución de los productos es efecto exclusivo de las instituciones humanas. Lo primero venía a ser natural e inmutable, lo segundo cultural y sujeto a la voluntad política. Era posible entonces dejar que la producción siguiera su ritmo propio y diseñar planes de "justicia social" para la distribución.
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Reducción del gasto médico

Se dice que ha disminuido considerablemente el consumo de medicamentos desde que se ha instaurado la obligación de pagar una parte mínima de los mismos para cada individuo que los demande. Como es de creer que, salvo algunas excepciones, nadie haya dejado de medicarse según su necesidad, hay que pensar que antes había un exceso innecesario de gasto porque se trataba de productos gratuitos o casi gratuitos.
Que una persona pague una parte importante de su medicación le hace ser más responsable de su propia salud y se exime de paso a otros de la obligación de pagar impuestos por él. El beneficio, pues, es doble, pues se gana en libertad y se disminuye la exacción del patrimonio de los ciudadanos. Si se hiciera lo mismo con la educación y las pensiones, entonces se estaría encaminando a los individuos por el camino de la libertad, que no es otra cosa que enseñorearse de sí mismos, de su salud, su preparación para el trabajo, su presente y su futuro. Y también el de sus hijos, claro está. De paso se valoraría mucho más lo que ahora se menosprecia: el trabajo intelectual, la dedicación de los médicos, la atención a los ancianos, etc. Como todo eso es ahora como el aire, que cada cual toma lo que necesita, no se entiende que tenga un dueño al que hay que resarcir con justicia.
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