Para que la fe cristiana en la creación del mundo pueda ser verdadera se requiere que los objetos que componen el mundo tengan una consistencia ontológica tal que puedan ser producidos sin contar con un material preexistente y también aniquilados sin convertirse en otra cosa. La primera opción no parece que esté al alcance de ningún ser natural, pues todo lo que se hace se hace a partir de algo. Eso al menos dicta nuestra experiencia. La segunda tampoco, pues lo que se destruye deja de existir en su forma actual, pero los elementos de que está compuesto quedan disponibles para formar parte de otra cosa. Que nada nace de la nada y que nada desaparece en ella ha sido siempre para muchos filósofos un principio inconmovible de filosofía natural. Un hombre que muere deja de existir como tal hombre, pero el material de su organismo entra en otras combinaciones de la naturaleza. Un hombre que nace se construye con piezas aportadas por sus progenitores, a las que se van adhiriendo otras en el curso de su vida posterior. Y entre la cuna y la tumba no sucede nada que no sea idéntico hasta cierto punto -hasta el mantenimiento de la estructura del organismo- a lo que se da en ambos extremos, pues el cuerpo está sin cesar adquiriendo unas sustancias de su medio y desprendiéndose de otras.
El fundador de la escuela de Elea, Jenófanes de Colofón, expresó este principio del modo más conciso que quepa imaginar. Nada, dijo, se produce y nada deja de existir: si algo nuevo se hiciera, se haría de algo o de nada, pero lo segundo no es posible, pues de nada no se hace algo, y lo primero tampoco, porque entonces ya habría algo antes de hacerse. (V. Fernández Rueda, E., y Giménez Pérez, F., Historia de la filosofía y de la ciencia, Editorial Penta, La Coruña, 2003, página 17)
En contra de este argumento, la doctrina de la creación afirma que sí se produce algo nuevo, lo que lleva consigo el que también pueda aniquilarse. ¿Cómo es esto posible?
Varios argumentos deben tenerse en cuenta antes de responder a esta pregunta.
El primero tiene que ver con el significado de la expresión "a partir de". Se dice que crear es hacer algo a partir de la nada. También que fabricar algo es hacerlo a partir de algún material anterior. Parece así que, lo mismo que se hace una mesa partiendo de la madera, Dios hizo a Adán partiendo de la nada. Muchos entienden por esto que lo mismo que la mesa está hecha de madera, Adán está hecho de nada o que la nada entra en su ser.
Pero esto último no parece posible. La mesa se hace a partir de la madera y es de madera. La expresión "a partir de" apunta en este caso a la causa material aristotélica, lo que no sucede con Adán, donde significa solo orden de sucesión, como al decir que la noche se hace a partir del día. Lo que no es no puede ser materia de lo que es porque habría contradicción. La nada no puede ser entendida como causa material, pues habría entonces algún ser que constaría de no ser.
El segundo argumento tiene que ver con la causa eficiente de Aristóteles, la cual no es requerida necesariamente en la aparición de un nuevo objeto, como Hume puso de manifiesto (V. Hume, Tratado de la naturaleza humana, libro primero, parte tercera, "De los elementos componentes de nuestros razonamientos relativos a la causa y efecto"). No puede probarse por experiencia ni por razonamiento que todo lo que tiene un comienzo tiene también una causa, dice este filósofo. Nuestra experiencia, que es limitada, no puede hacerlo, porque nunca podrá recorrer la totalidad posible de los sucesos para comprobar que en todos ellos se dan juntos y, aunque lo lograra, no se seguiría de ello que deben darse juntos necesariamente, porque una cosa es que algo suceda de un cierto modo y otra que deba suceder así. Tendría que ser la razón quien probara que es imposible que se den separados, pero eso es algo que está fuera de su alcance, porque si dos ideas como la de causa y la de comienzo son distintas entonces pueden separarse en nuestra mente y ésta no viene por tanto obligada a pensar una cuando piensa la otra ni al revés. Es posible por tanto concebir que un objeto no existe en un momendo dado y sí en el siguiente, sin tener que concebir por ello que algo lo ha producido. No hay en ello contradicción alguna y, dado que nuestra razón solo puede probar lo contrario de lo que implica contradicción, no podrá nunca demostrar que lo que empieza a existir tiene una causa.
Luego el razonamiento de Jenófanes de Colofón no prueba lo que pretende probar y queda en pie la idea de que algo puede empezar a existir a partir de la nada. Así lo entiende Santo Tomás de Aquino (V. Summa theologica, I, q. 45, art. 1), quien dice que no solo debe analizarse el origen del ser particular, sino también el de todo ser. Cuando se trata del primero lo nacido no se presupone en su nacimiento y así al brotar el árbol, antes no era ese árbol y de ahí se hizo él. Pero al tratarse de lo segundo, del origen del ser universal, no resulta posible presuponer cosa alguna en su nacimiento. Ahora bien, la nada es la negación de toda cosa. Luego, lo mismo que el árbol se hace a partir de algo que no es árbol, el ser universal se hace a partir de algo que no es ser, es decir, de la nada.
Lo cual prueba, a mi entender, que la estructura ontológica de los seres del mundo es tal que pueden haber nacido de la nada.