Dice Sartre en L’Action que todo objeto consta de esencia y existencia. La primera es un conjunto de propiedades que definen al objeto. La esencia del agua, según esto, sería el estar compuesta de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Son propiedades que no pueden desaparecer ni cambiar, pues ya no se trataría de agua, sino de otra cosa. Son propiedades necesarias. Eso es lo que debe entenderse por «propiedades constantes».
La existencia es por su lado una «presencia efectiva en el mundo». Presencia ante algo o alguien, se entiende. Efectiva también y no meramente posible o figurada. Y ha de darse en el mundo, es decir, entre las cosas.
Añade Sartre que para muchas personas la esencia viene antes de la existencia y que esa convicción procede la fe cristiana. Puesto que Dios habría creado el mundo según sus ideas, en las que estaban presentes las propiedades necesarias de las cosas, ha de entenderse que la esencia de cada una de ellas es anterior a su existencia. Esta es una forma de pensar que permanece viva en muchos que no tienen fe, según él.
No le falta razón. Concebir la naturaleza o esencia humana como algo dado con independencia de que haya hombres es algo común a casi todos los filósofos ilustrados y sigue siéndolo de manera más o menos consciente para casi todas las personas de nuestro tiempo.
Es sabido que, según la tesis de Sastre, en el hombre y solo en el hombre estas cosas suceden al revés, pues ahí la existencia precede a la esencia. Venimos a este mundo y no somos nada, una cosa más entre las cosas. Lo que seamos lo construiremos nosotros. Esta es una tarea de la que no podemos evadirnos. Estamos condenados a ser libres, dijo. Con menos dramatismo había dicho Ortega y Gasset varios decenios antes que somos libres por fuerza.
Lo cual es cierto, sin duda alguna. Sartre sostiene además que el modelo al que hemos de ajustar nuestro ser también hemos de construirlo nosotros. En lo cual vuelve a tener razón. La existencia, la vida, es el medio del que hemos de hacer uso para conquistar nuestro ser. Esto no se desenvuelve por sí solo sin que nosotros tengamos nada que ver.
Si esto es lo que significa para Sartre la existencia, un acto de libertad por el que uno se convierte en un santo o en un canalla, habrá que convenir en que dice la verdad. Pero si las ideas de esencia y existencia que él usa se refieren a los antiguos conceptos encerrados en ambos términos, entonces debe estar en un error.
La esencia y la existencia se dan en un ente particular, sin que por sí mismas y de forma separada sean entes. Esto último sería inconcebible. Un ente concreto, un hombre por ejemplo, no se da si no es con ambas. No puede decirse que primero existe y luego es algo ni al revés, pues ello equivaldría a admitir que pueden darse separadas físicamente. Esto es algo que puede y debe decirse de todos los entes, con independencia de que sean humanos o no.
Se ha de añadir algo más. Toda cosa es producida por otra y producida a partir de otra, que en ningún caso puede ser ella misma. Lo que se produce no puede ser anterior a la producción de sí mismo. Ni el hombre se hace a partir del hombre ni, generalizando esta idea, el ente se hace a partir del ente. Tampoco a partir de uno cualquiera de sus elementos, sea la esencia o la existencia, porque éstas se producen con él.
Si no hay posibilidad alguna de que haya una existencia pura, entonces parece que habría que admitir que el ente se produce a partir de su esencia. Si preguntamos entonces a partir de dónde se hace la esencia, habría que contestar que a partir de algo que no es ella, para así caer en la afirmación de Heidegger: «todo ente en cuanto ente se produce a partir de la nada», una afirmación que tiene un claro precedente en Santo Tomás (S. T., I, q. 45, art. 1): «la emanación de todo ser es de lo no ente, lo cual es nada».
V. Aquino, T. de, Sobre el ente y la esencia