Cuando Jorge Manrique dice que “cualquiera tiempo pasado fue mejor” se equivoca. Con él se equivocan también los cristianos que creen, por ejemplo, que los siglos que median entre la caída de Roma y el Renacimiento fueron siglos de acendrada fe religiosa y estabilidad de la Iglesia, tiempos en que las gentes seguían las normas de la moral y la religión y, temerosas de los castigos de la Inquisición, tenían una conducta más recta que la de hoy.
El siglo XIV, por ejemplo, que siguió a la instauración del Santo Oficio para atajar las herejías de albigenses, insabattatos, etc., fue un siglo de barbarie, un salto hacia los tiempos más duros de la Historia. El siglo X, el siglo de hierro, no fue tan malo. El papa estaba cautivo en Aviñón, las herejías crecían sin cesar, la lujuria estaba a la orden del día, los cismas en la Iglesia aparecían por todas partes, hubo un fervor apocalíptico como nuna antes había tenido lugar, apareciero falsos profetas predicando el fin del mundo, hubo guerras feroces que ensangretaron media Europa, los reyes empobrecían a sus súbditos, los campesinos se levantaban contra los nobles y por todas partes se producían devastaciones de regiones enteras. Se recurría a la violencia con la mayor facilidad, decaían las órdenes religiosas, los grandes teólogos y filósofos se sumían en la oscuridad. Al siglo anterior, el de los reyes Fernando III, Jaime I, San Luis, el de los filósofos y teólogos Tomás de Aquino, Buenaventura, etc., sucedió el de Felipe el Hermoso, Pedro el Cruel, Carlos el Malo, Juan Wiclef. En lugar de la Divina Comedia hubo el Roman de la Rose.
A España le tocó su parte. El reino de Aragón cayó en luchas intestinas que fueron reprimidas a sangre y fuego por Pedro el Ceremonioso. El de Castilla se entregó a luchas fratricidas. La civilización nacional dio un paso atrás.
A la sombra de la devastación creció el oscurantismo, que no otra cosa es en el fondo todo aquel magma de herejías de los siglos XIII y XIV. En nuestra península hicieron su aparición los begardos, laicistas y falsos místicos que anticiparon a los alumbrados.
La Inquisición catalana quemó en 1263 a un tal Berenguer de Amorós. Hacia 1320 se prendió a Pedro Oler de Mallorca y Fr. Bonanato. El primero fue también quemado. El segundo abjuró y salió de la hoguera medio chamuscado. En 1323 apareció Durán en Gerona. Era otro begardo que condenaba la propiedad privada y el matrimonio. Junto con varios seguidores suyos, también fue quemado. Algo más tarde le volvió a tocar el turno a Fr. Bonanato, que había reincidido. Hacia 1344 aparecieron en Valencia Jacobo Juste y sus secuaces, que fueron a prisión.
Los delitos de los begardos era los siguientes: creer que eran tan puros que no podían pecar, que una vez llegado, como ellos, a la perfección se puede conceder al cuerpo todo lo que pida, que en ese estado no se está sujeto a ninguna obediencia humana, que es posible llegar a él en esta vida, que el alma perfecta está sobre las virtudes, así que no tiene que practicar ninguna, etc.
«Estos hipócritas se extendieron por Italia, Alemania y Provenza, haciendo vida común, pero sin sujetarse a ninguna regla aprobada por la Iglesia, y tomaron los diversos nombres de Fratricelli, Apostólicos, Pobres, Beguinos, etc. Vivían ociosamente y en familiaridad sospechosa con mujeres. Muchos de ellos eran frailes que vagaban de una tierra a otra huyendo de los rigores de la regla. Se mantenían de limosnas, explotando la caridad del pueblo con las órdenes mendicantes». (Menéndez y Pelayo, M., Historia de los heterodoxos españoles, tomo I, Editorial católica, Madrid, 1978, página 518)
Su doctrina no se extinguió con ellos, sino que continuó durante el siglo XV con las herejías de Durango, en el XVI con los alumbrados y en el XVII con los molinosistas.