Un funcionario de partido dirá que sus objetivos son políticos. Un funcionario independiente que los suyos son su profesión. Los del primero se sitúan, pues, más allá de su actividad diaria. Los del segundo en su propia actividad. Pero ambos tienen que vivir de lo mismo, de la administración del Estado.
No es fácil establecer una separación rígida entre ambas actividades. El que se aprovecha del puesto que ejerce por una finalidad política podrá decir seguramente con verdad que tiene la conciencia tranquila, pues ha puesto su capacidad al servicio de algo importante, el programa de su partido, y se creerá con derecho a exigir que el “ministro del altar viva del altar”.
Sin embargo, no es ésta la actitud de quien pretende hacer de su funcionariado de partido una fuente permanente de ingresos. La finalidad de un hombre así ya no es política, sino monetaria. Eso es lo que le diferencia de quien dedica de manera altruista su vida a los fines de su partido y vive ocasionalmente de ello.
Lo ideal sería este último fuera un hombre económicamente independiente, pero solo puede serlo el que recibe rentas sin tener que ocuparse de ellas. Pero esta figura es muy poco probable que exista en nuestro tiempo. Ni el empresario ni el obrero cumplen esa condición. El primero no puede dejar su negocio, so pena de ir a la ruina. El segundo no puede dejar de asistir a su trabajo, so pena de perderlo. Tampoco son independientes en este sentido aquellos que practican una profesión liberal, como la de médico o abogado, pues la consulta y el bufete exigen una dedicación ininterrumpida.
Los políticos profesionales, en conclusión, no pueden ser hoy más que hombres que, aun dedicándose a la política por vocación, tienen que vivir de ella. Más tarde o más temprano esto les situará ante la disyuntiva de elegir entre los programas o las remuneraciones y no será raro que se inclinen por estas últimas. No son ricos terratenientes, ni viven de sus rentas. Tampoco ejercen por lo corriente profesiones liberales. Luego puede suceder que olviden que viven para el altar y se dediquen a vivir de él.