De lo escrito en la ficha anterior se extrae con facilidad una visión certera de la evolución del dominio de los menos sobre los más, evolución que por ahora tiene su culminación suprema en el régimen democrático, pese a que éste parecería ser el dominio de los más sobre los menos, lo cual es solo un espejismo nominal.
Para caer en la cuenta de ello no se debe centrar la atención sobre el hecho de que en los últimos cuatro o cinco siglos hayan existido monarquías, directorios, consulados, repúblicas, gobiernos de partido único, o regímenes parlamentarios llamados democracias. El poder es uno y tiene su propio desarrollo a través de esas formas que no alteran su sustancia.
Ese desarrollo le ha ido conduciendo hacia la unificación y el fortalecimiento. Las revoluciones no han cambiado su faz, antes al contrario, hay sido la demolición del dique que contenía su fuerza expansiva. Ellas han culminado en gran parte la tarea del monarca de los siglos pasados, aunque en su marcha han puesto la corona de éste sobre otras sienes. Lo fundamental permanece y sigue adquiriendo vigor entre nosotros, aunque gusta esconderse bajo el disfraz de su contrario.
El que casi nadie sea consciente de ello se debe a la ingente labor de engaño emprendido hace más de doscientos años por los historiadores, los novelistas y otros muchos creadores de la opinión pública. Actuando quizá de buena fe en la mayoría de los casos, todos ellos han contribuido a la afirmación ideológica del fortalecimiento estatal a costa de los súbditos. Hay que leerlos desde una perspectiva poco común para percibir la verdadera marcha de las cosas. Hay que comprender que la auténtica acción política, es decir, la administración burocrática, es hoy omnipotente y que en el pasado no hay apenas nada que se le pueda comparar. Solo entonces es posible hacerse la pregunta más importante a este respecto: ¿cómo ha sido posible llegar a este punto en que la vida de un hombre está regida en todos sus aspectos por el Estado?, ¿qué camino ha seguido la fuerza de la dominación?