El rey antiguo no disponía del poder que la demagogia actual le atribuye con el fin de justificarse a sí misma. Es verdad que su autoridad había crecido, pero con mucha lentitud y penetrando de forma desigual en los diferentes estratos de su reino. Basta leer la biografía de un monarca tan esforzado como fue la reina Isabel de Castilla para comprender las limitaciones de la realeza.
Los impuestos del rey tenían que ser refrendados por las cortes. Su justicia no se aplicaba igual en todas las regiones y provincias de su reino. Venía obligado a guardar respeto en público y en privado a los usos y derechos de los territorios. No tenía más remedio que entenderse con los representantes del clero para los asuntos más importantes. La adjudicación de Brasil a la Corona de Portugal y del resto a la de Castilla hubo de tener lugar por un veredicto papal, que causó profundo disgusto, entre otros, al rey de Francia. Es fama que este rey pidió que se le mostraran las cláusulas del testamento de Adán que daban ese derecho a ambas coronas y privaban del mismo a las del resto de Europa. Con todo, el rey francés acató el dictamen de Tordesillas y las Bulas Alejandrinas.
Lo que en rey ordenaba en un sitio tenía que comprarlo en otro y en un tercero se veía obligado a discutirlo con nobles que en la práctica eran sus iguales. Éstos se mostraban dispuestos, llegado el caso, a aliarse con potencias extranjeras para no verse privados de sus prerrogativas.
El gobierno real era una difícil tarea en medio de tantas fuerzas centrífugas. Los funcionarios del rey hallaban obstáculos por doquier entre la nobleza, ávida de cargos. Para que se mantuvieran fieles a la autoridad real, tales funcionarios tenían que proceder de la plebe, como ya habían comprendido bien los emperadores de Roma, que fundaron siempre en el pueblo llano su fuerza contra los patricios. El pueblo es el verdadero partido del rey. El pueblo odia a los poderosos y a los hacendados. Siempre ha preferido a Pedro el Justiciero sobre Enrique el de las Mercedes.
El pueblo será por eso el encargado de remover los obstáculos que impiden el ascenso del poder real. Siempre que se le abren las puertas de la revolución arremete contra los nobles, la Iglesia y los poderes territoriales que se interponen entre él y el rey. Barrunta que la opresión de estos poderes es mayor que la del centro porque se hallan más cerca y contribuye con toda su fuerza al triunfo del centro sobre la periferia. Así es como levanta sobre sus espaldas un dominio superior que no dejará por ello de oprimirle, pero que le resulta siempre menos indeseable que el otro.