El códice de Samarcanda

 – ¿Para qué sirve un zapato? –preguntó una vez Sócrates a un zapatero.

– Para calzarse, ¿para qué si no? -respondió el otro como si hablara con un idiota.

– Y un zapatero ¿qué es?

– Un hombre que hace zapatos.

– De dos zapateros ¿es mejor el que los hace buenos o el que los hace malos?

– El que los hace buenos, claro está.

– Para ello hay que saber antes qué es un buen zapato ¿no?

– ¡Pues claro!

– Luego un buen zapatero sabe lo que es un buen zapato ¿no es verdad?

– Sí.

– ¿Y qué es un buen zapato?

– Pues… –el zapatero titubeó; no se le ocurría nada convincente y definitivo, pero tampoco podía decir que lo ignoraba. Había oído decir que Sócrates era un impertinente y no quería ser objeto de su ironía, así que optó por guardar silencio.

– Parece cierto que para hacer bien algo hay que saber antes lo que uno se trae entre manos. También que si uno no lo sabe no podrá hacerlo, y menos aún hacerlo bien, a no ser por casualidad, pero no es de creer que alguien trabaje bien y lo haga por casualidad, ¿no es así?

– Sí, sí -respondió el zapatero.

– Por otro lado, hemos admitido demasiado deprisa que un buen zapatero es el que hace buenos zapatos y uno malo el que los hace malos. Habría que decir más bien que un zapatero es bueno tanto si sabe hacer zapatos buenos como si sabe hacerlos malos. Además, una cosa no va sin la otra. No puede negarse que quien sabe hacer bien una cosa también sabe hacerla mal. Depende de que quiera o no. Luego la clave está en saber y querer, ¿no te parece?

El zapatero no contestó. Se negó a seguir hablando con Sócrates, pro éste ni siquiera se percató de ello, pues siguió calle arriba conversando con su daimon:

– ¿No sucede aquí como en geometría, que primero se sabe con exactitud lo que es una circunferencia y solamente después es posible dibujarla?

– Sí, sin duda -respondió el daimon.

– Es indudable que no resulta igual de fácil decir con exactitud qué es un buen zapato, un buen barco o una buena espada. Pero que no sea fácil no quiere decir que sea imposible. La dificultad parece que está más bien en nuestra inteligencia que en la cosa misma.

– Cierto.

– Algo tienen que ser el buen zapato y la buena espada, aunque no haya zapatos o espadas. En caso contrario ¿cómo es que se dice de alguien que es un buen zapatero o un buen herrero? Si estas dos cosas son nada, si no tienen ser, entonces o bien no se sabe lo que se dice y en ese caso sería mejor callar o bien sí se sabe y en ese otro caso debería poderse contestar a quien pregunte. Sin embargo, nadie contesta cuando se le pregunta, como acabamos de ver.

– Luego parece que esas cosas no tienen ser.

– ¿Son no seres acaso? Bien sabes cuál es a mi juicio la naturaleza de los hombres, pues alguna vez te he explicado que nacen en el fondo de una caverna y allí permanecen toda su vida, que se encuentran atados de pies y manos de tal suerte que solamente pueden mirar una pared que hay al fondo, en la que se proyectan las sombras de unas figuras por causa de una hoguera que hay tras ellas, y que ninguno puede darse cuenta siquiera de que las sombras son sombras.

– Los hombres son seres extraños, sin duda alguna, Sócrates.

– Pero es así. Por eso pregunto ahora si lo que hace que alguien sea bueno o malo en algo es una sombra y un no-ser o es, por el contrario, algo real. Lo primero no puede ser. Las cosas no serían largas ni cortas si no existiera la unidad de longitud, con respecto a la cual son ciertamente largas o cortas. Los escribientes no cometerían faltas si no existieran las normas sintácticas, morfológicas, etc., con respecto a las cuales las cometen. Del mismo modo nadie obraría bien ni mal si no existieran normas morales. Y no habría asesinatos, violaciones, traiciones, ni, en general, existirían el bien y el mal sobre la faz de la tierra. Otra cosa bien distinta es que nos sea fácil saber con exactitud qué son y cuáles son. Pero primero habría que aceptar que son reales para más tarde definir su ser.

– Es verdad.

– Que el bien y el mal existen es una cosa cierta. Que se ha de practicar el primero y evitar el segundo no lo es menos. De otro modo no habría bienes ni males, no podría decirse que alguien es asesino, violador o ladrón, y no sería justo que fuera castigado con multas o penas de prisión.

– Tampoco sería injusto, Sócrates.

– Tienes razón, pues donde no existe norma o criterio de bien y mal, de justicia e injusticia, nada es bueno o malo, justo o injusto, como nada es grande o pequeño si no existe una unidad de medida.

(Del códice hallado en Samarcanda el año 173 d. C. y falsamente atribuido a Platón)

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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