El etarra

Tiene que ser un vida de perros. Eso de dedicarse a obedecer ciegamente a unos matones iluminados y convertirse uno en un iluminado matón es seguro que resulta satisfactorio al principio, cuando se entra en la banda, te dan la primera pistola, aspiras con gozo el olor de la cuadra, después de que te hayan metido en tu cabeza hueca unas cuantas ideas delirantes sobre el pueblo vasco, la revolución socialista -¿todavía la revolución socialista?- y también nacionalista, sobre la necesidad de derramar sangre por tan altos fines, etc. La sangre convence mucho a los depredadores. A veces también a quienes les sufren. Así son las cosas por estos predios.

Esos delirios tienen una fuerza irresistible en la personalidad de un mentecato. Para él debe ser muy gratificante haber dado ese paso.

Pero una vez que se ha entrado en el corro selecto de los caníbales se aprende con dolor muchas cosas nuevas que no encajan con la gloria que se creía haber hallado. Hay que aprender a vivir escondido, a relacionarte solo con quien se te mande, a guardar silencio, a no conocer a tus jefes, que mandan sobre ti en todo. Es esencial no conocer a los jefes, por si te pilla la policía. Así no podrás denunciarlos. Eso indica que no esperan mucha lealtad de tu parte. Es un desprecio que tendrás que sobrellevar por el alto fin a que te has entregado.

También tendrás que aprender a alegrarte por el asesinato de un profesor que prepara una clase en su despacho, de un médico en su consulta, de un niño que pasaba por la calle. Hay que doblegar mucho la propia naturaleza para no sentir náuseas por esas acciones, para considerarlas una victoria sobre el enemigo -¿sobre qué enemigo, si no es el que ha fraguado la mente calenturienta de los sucesores de aquel tronado que fue Arana?-, para creerte de verdad que eres un valiente gudari mientras el personal sanitario te lleva al hospital tapándose las narices porque has ensuciado tus pantalones con tus propios excrementos, que no has podido contener por el miedo de la buena gente que te perseguía por la calle aquella de Sevilla, gente desarmada y tú con pistola, ¿te acuerdas?

¡Qué perra y arrastrada vida la del que se ha convertido a fin de cuentas en matón a sueldo para que ahora vengan esos señoritos de Bildu y se cuelguen las medallas, para que se aprovechen de lo que hemos hecho otros y adquieran buenos puestos y mejores sueldos! Y mientras tanto tú pudriéndote en la cárcel o escondido dentro de una capucha bajo el siniestro símbolo del hacha y la serpiente. La vida, que es injusta.


Share

Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
Esta entrada fue publicada en Filosofía práctica, Política. Guarda el enlace permanente.