Los impuestos pueden tener un fin recaudatorio, pero también pueden tener otros fines y en muchas ocasiones no es fácil distinguirlos. El anterior gobierno del PSOE gravó las bebidas alcohólicas y el tabaco buscando incrementar la recaudación. Si en lugar de ello hubiera buscado la supresión de ese consumo, lo que habría seguido más de cerca su intención de cuidar nuestra salud más incluso que nosotros mismos, tendría que haber elevado la imposición mucho más, hasta lograr disuadir a la gente.
Si lo hubiera hecho habrían disminuido las ventas, se habría paralizado la producción y al final el consumo de alcohol y tabaco habría dejado de generar impuestos. El final habría sido el mismo si los consumidores hubieran decidido obtenerlos por medio de la producción ilegal y el contrabando. Todo el mundo sabe lo que sucedió en Chicago a principios del siglo pasado.
No hay una raya nítida que separe la recaudación de la aniquilación. Esto solo puede saberse por tanteo. Lo que sí queda claro es que más allá de ese límite que el tanteo puede descubrir demasiado tarde la carga fiscal excesiva tiende a deteriorar gravemente la recaudación fiscal. Por esto se ha dicho con razón que el poder tributario es un poder destructor de lo que halla a su paso y de sí mismo, como el escorpión de la fábula, que pidió a una rana el favor de trasladarle al otro lado del río y cuando se hallaban en la mitad del trayecto le clavó el aguijón, respondiendo a la protesta de la rana que estaba en su naturaleza.
En la naturaleza del impuesto puede no haber otro objetivo que atacar la producción económica incluso cuando el gobernante se propone únicamente aumentar los ingresos del Estado. No es lo mismo el finis operis que el finis operantis, la finalidad perseguida por la obra misma que la perseguida por quien la pone en marcha.
Los gravámenes pesados y numerosos transforman un capital que sería productivo en manos particulares en capital de consumo en manos de la burocracia estatal. Si se fiscaliza en exceso el ahorro de aquellos se ponen obstáculos a la formación de la inversión necesaria para la economía. Las actividades productivas empresariales o bien no se ponen en marcha o bien corren el riesgo de abandonarse si se ven forzadas a considerar la fiscalidad como el obstáculo más importante al que tienen que hacer frente, un resultado que obedece tanto a la falta de financiación como a la obligación de pagar impuestos tan altos que la perspectiva de ganancia se reduce más de lo que pueden soportar.
Estas confiscaciones de capital no conducen al socialismo, a no ser al socialismo de consumo. Sin embargo, los socialistas del PSOE y del PP recurren a ellas por igual, con el apoyo implícito de casi todos los partidos. Y todos tratan de justificarlas con el mismo argumento falso: que son las grandes rentas las que hacen un esfuerzo mayor, cuando la verdad es que la cantidad que éstas aportan es insignificante en comparación con el total, que procede de las rentas medias y bajas.
(Publicado en La piquera, de Cope-Jerez el 11/01/2012)