El mundo tribal de la antropología

El nivel de banda en la sociedad.

Todas las sociedades cazadoras–recolectoras tienen ciertas características comunes que sirven para diferenciarlas de las sociedades tribales o de las sociedades de nivel más elevado. Lo más obvio y probablemente lo más crucial por su efecto en la cultura es generalmente el nomadismo requerido por la economía recolectora. Por supuesto, hay variaciones considerables en la frecuencia y duración de sus viajes, pero todas las sociedades de bandas se mueven a veces, y, a excepción de los esquimales, que utilizan botes y trineos, deben llevar consigo todos sus bienes. La simplicidad y la pobreza, por tanto, son las características principales de la cultura material de tales pueblos.

El modo de vida nómada influye también fuertemente la organización social. Hay, por supuesto, muchas variaciones en las características demográficas de estas sociedades, según la clase de alimento buscado, la abundancia de agua, etc. Algunas de las sociedades cazadoras–recolectoras pueden acomodar a mucha más gente que otras, y cualquiera de ellas puede variar mucho de una estación a otra, pero en ninguno de estos casos encontramos una comunidad consistente de un tamaño ni siquiera comparable al más modesto asentamiento de las tribus dedicadas a la horticultura. Obviamente, el pequeño tamaño de la comunidad y la baja densidad de población implican que la sociedad de banda es una sociedad simple a la que le faltan los recursos de integración de los niveles más altos de la evolución sociopolítica.

La débil integración de las familias en la sociedad de bandas se consigue sólo por concepciones de parentesco extendido a base de alianzas matrimoniales. Y además, normalmente, la organización del parentesco no se halla complicada por el reconocimiento de clanes y linajes, tan típico de las sociedades tribales más extensas. La banda es generalmente una entidad sin límites muy definidos. La familia doméstica es a menudo el único grupo sólido, aunque los hermanos y sus familias pueden encontrarse de cuando en cuando y a veces cazan y recolectan juntos. El grupo más amplio, la misma banda, puede tomar su definición simplemente del hecho de que sus miembros se sienten emparentados tan próximamente que no se casan entre sí. En algunos casos también se definen a sí mismos territorialmente como habitantes y «propietarios» de una extensión de tierra. En otros casos, la celebración conjunta de ceremonias totémicas les ayuda a diferenciarse. De todas formas, los matrimonios, que establecen o intensifican relaciones entre las bandas, recíprocamente tienden también a distinguir a las bandas más claramente entre sí. Los grupos, las subdivisiones de la sociedad, son así de naturaleza familiar, por mucho que se extiendan los lazos de parentesco.

Y finalmente, la sociedad de bandas es simple en el sentido de que no hay instituciones o grupos especializados que puedan diferenciarse como económicos, políticos, religiosos, etc. La misma familia es la organización que lleva a cabo todos los roles. La importante división económica del trabajo se realiza por diferencias de edad y de sexo; cuando funciones políticas tales como el liderazgo se formalizan, son de nuevo meros atributos de los rangos de edad y sexo; incluso las ceremonias más importantes se ocupan únicamente de los ritos que acompañan las crisis en la vida del individuo, tales como el nacimiento, la pubertad, el matrimonio y la muerte. Este hecho ilustra por qué el nivel de la sociedad de banda es de orden familiar en términos de organización social y cultural. (Service, E., Los cazadores, 136 págs., Labor, Barcelona, 1973, páginas 16 y 17.)

Auge y ocaso de la cultura tribal.

Si el mundo actual pertenece a Estados nacionales que pueden proceder a su albedrío, de modo similar hace miles de años se dividió en asociaciones tribales. La expansión de la civilización moderna se ha comparado a una triunfal historia evolutiva: el nacimiento, la extensión y la diversificación de un tipo avanzado, que comporta el desplazamiento de tipos primitivos. Pero el escenario se había creado antes, en un período prehistórico, durante la transición del paleolítico al neolítico, con ventaja entonces para cultura tribal y desplazamiento del destino de los cazadores y recolectores indígenas. En el impulso dado por la agricultura y economía neolíticas, los pueblos tribales pasaron a dominar buena parte del globo. La vida del cazador se convirtió bruscamente en una estrategia marginal.

La historia ha quedado decidida por la fuerza económica. Ello ocurre con tal regularidad, que sugiere la regla –o la «ley», como algunos gustan llamarla– según la cual el dominio cultural va al predominio técnico: el tipo cultural que desarrolla más fuerza y mayores recursos en un espacio ambiental dado se extenderá en él a expensas de las culturas indígenas y rivales. Esta «ley del predominio cultural» explica, de modo general, la historia del triunfo tribal neolítico. Los cazadores y recolectores, incapaces de crear la mano de obra y la organización precisas para enfrentarse con regímenes neolíticos intrusivos, no pudieron defender los medios ambientes accesibles y fértiles de su mundo contra los agricultores y pastores, a menos que los propios cazadores adoptaran la domesticación, superando la condición paleolítica. En todo caso, una vez el cultivo del suelo y la economía agraria hicieron su aparición, no transcurrió mucho tiempo antes de que los recolectores itinerantes de alimentos quedaran reducidos a márgenes inhóspitos y a intersticios de un mapa neolítico mayor. En lugares aislados y en ámbitos geográficos remotos, tales como los desiertos, donde la recogida de alimentos proporciona rendimientos mayores de los que suministrarían las técnicas neolíticas, pudo seguir subsistiendo el mundo paleolítico. Pero sólo como fenómeno histórico secundario.

Todo esto se produjo muy rápidamente, si se considera desde la perspectiva total de la historia humana. Los primeros agricultores de que hay constancia arqueológica ocuparon bosques montuosos y valles del Próximo Oriente, donde hombres del neolítico parecen haberse desarrollado durante el período comprendido entre el 10.000 y el 7.000 a. de J. C. Hacia el 2000 antes de nuestra era hubo comunidades neolíticas a lo largo de Eurasia, desde Irlanda hasta Indonesia. En el Nuevo Mundo la domesticación de los alimentos comenzó algo más tarde que en el Antiguo: el producto principal del neolítico americano, el maíz, parece haber sido cultivado por primera vez hacia el 5.000 a. de J. C. en América central. Tras un periodo de lenta gestación, la cultura neolítica se extendió amplia y rápidamente; en tiempos de Jesucristo se hallaba distribuida desde el Perú hasta el suroeste americano.

El neolítico fue el día histórico de las sociedades tribales. Pero cuando este día estaba alboreando en las márgenes de Europa, Asia y las Américas, el sol tribal se había eclipsado en regiones cruciales críticas. La civilización se estaba gestando ya en el 3.500 antes de Jesucristo en el Próximo Oriente, y tribus neolíticas eran reemplazadas progresivamente de igual modo que antes ellas habían reemplazado a los cazadores paleolíticos. Hacia el 2.500 antes de Jesucristo la civilización se había desarrollado en el valle del Indo; hacia el 1.500 a. de J. C. lo había hecho en el río Amarillo, de China, y hacia el 500 a. de J. C., en América central y él Perú. Fue un nuevo grupo dominante que creó sin interrupción nuevas variedades mientras avanzaba, oponiéndose siempre al tribalismo indígena, y minándolo. Incluso antes de que Europa iniciara la misión que se había asignado de dar “nuevos mundos al mundo”, digamos antes del siglo XVI, la distribución de la cultura tribal había sido seriamente cercenada. Quedaba reducida principalmente a América septentrional al sur del Canadá y al norte del valle de México, al Caribe y la Amazonia, a ciertas partes de África del sur del Sáhara, al Asia interior y Siberia, las trastierras del Asia suroriental y las islas de la cuenca del Pacífico.

Estas diversas regiones integran el mundo tribal de la antropología cultural moderna. Tenemos aquí no prehistoria sino etnografía: testigos oculares dan cuenta de tribus como organismos en marcha. Cierto que los antropólogos, excepto cuando cobran interés por los cambios culturales recientes, prefieren pensar que los nativos (salvajes) siguen existiendo en su estado prístino, o por lo menos hablar de ellos como si vivieran en él. Adoptamos el convencionalismo del “presente etnológico” al tratar de los iroqueses o los hawaianos tal como eran en tiempos del descubrimiento europeo; es decir, cuando eran “realmente” iroqueses y hawaianos.

Fuentes

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Bueno, G., Intervención el 14 de abril de 1998, en la reunión Hispanismo en 1998 (Club de Prensa Asturiana), publicada en El basilisco.

Chesneaux, J., ¿Hacemos tabla rasa del pasado? A propósito de la historia y de los historiadores, trad. de A. G. del Camino, Siglo XXI, México, 1977.

Gehlen, A., Antropología filosófica. Del encuentro y descubrimiento del hombre por sí mismo, trad. de C. Cienfuegos,W., revisión e introd. de A. Aguilera, 1ª, Paidós, Barcelona, 1993.

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Lévi–Strauss, C., Race et histoire, (suivi de L’oeuvre de Claude Lévi–Strauss, par Jean Pouillon), Editions Gonthier, Unesco,1961,

Marx, K., y Engels, F., El manifiesto comunista, trad. de W. Roces, Ayuso, Madrid, 1977.

(Sahlins, M., Las sociedades tribales, trad. de F. Payarols, 180 págs., Labor, Barcelona,1972, páginas 12–15.)

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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