Que Dios ha muerto significa para el filósofo prusiano que Europa se enfrenta a la desaparición de los valores racionales y morales que la han guiado hasta el presente. Hay todavía quien sigue fingiendo que queda algún rescoldo del fuego antiguo, pero incluso él está secretamente convencido de la extrema fragilidad de aquellos valores, aunque sigue aferrándose a ellos por ver si llena el hueco que ha quedado. Una voluntad incapaz de querer algo se ha convertido en su propio verdugo, tornándose voluntad de la nada. Un hombre se inmolaba antes al más allá religioso. Ahora dice que, habiendo sustituido ese más allá por el ideal científico, causa del derrumbamiento del anterior edificio en el interior de su conciencia, se entrega a la búsqueda de la verdad objetiva. Pretende seguir orientando hacia la verdad el afán que el creyente orientó hacia Dios. El ateo es el hombre más piadoso que hay. Es víctima de su deseo de verdad porque no puede permitirse el lujo de creer en la religión. Dios ha matado a Dios. La tradición moral y religiosa se ha suicidado. Su acta de defunción es el nihilismo del presente.
Es el nihilismo que ha anegado a toda Europa. El empirismo, el kantismo, el positivismo, el marxismo, etc., han socavado los cimientos del antiguo edificio. La filosofía ha vuelto contra sí su crítica implacable y los valores metafísicos, religiosos y morales que se habían propagado a todo el cuerpo de la civilización se han apagado sin remedio.
Nuestro tiempo es el final. El hombre de ahora, el del nihilismo pasivo, aquel en quien se ha extinguido la potencia creadora del ser humano, que no sabe hacer otra cosa que vegetar, que no es un trabajo para sí mismo, el hombre pequeño y sin entusiasmo que únicamente aspira a tener un poco de placer para la noche y un poco de placer para el día, que tiene una cultura amplia y se preocupa de su salud, es el último hombre. Nosotros somos el último hombre, el que ha dejado ya de lanzar la flecha de su anhelo más allá de sí mismo porque la cuerda de su arco ya no sabe vibrar.
Este es el cuadro del presente, poblado de individuos que hacen uso de diversiones masivas que otros disponen para ellos y del ocio tedioso que les permiten sus tediosas ocupaciones, de seres humanos que acaso se pregunten por Dios cuanto tienen que asistir a un funeral, pero se dicen ateo el resto del tiempo, y que hacen lo que hacen para no ser presa del inmenso aburrimiento de una vida que no quiere nada o, mejor, que quiere la nada. El último hombre es el más débil que haya existido jamás, el animal de rebaño. No hay aquí progreso posible. No es posible ya poner un tiempo tras otro sobre una escala de mejora moral para la humanidad. Esta ha entrado definitivamente en la vía muerta de la inanidad. En Europa, en Occidente.