ETA: el miedo y el odio

El terrorismo no es solo un conjunto de actos criminales y una banda de individuos que los cometen. Significa también la perversión de la sociedad en que germina esta mala hierba. Inocula en sus miembros el miedo a convertirse en víctimas y con el miedo llega la cobardía y la aceptación resignada e incluso complaciente del terror. También su justificación. “Por algo habrá sido”, se decía con frecuencia ante un asesinato de un guardia civil o de un policía en los años de plomo de la ETA, cuando había que oficiar el funeral a escondidas y sacar el ataúd por la puerta trasera de la iglesia. Nadie confesará nunca que es un cobarde. Su conciencia se retorcerá hasta presentarle la maldad de modo aceptable y convincente, hasta que la vea como un bien o, cuando menos, como un mal necesario.

La sociedad se va corrompiendo poco a poco y el terrorista toma sin oposición la dirección civil, política y moral. Nadie habla en público de lo que a todo el mundo interesa. Pocos españoles son tan reservados en España sobre asuntos de política como los vascos y los navarros.

Es el miedo, que vuelve mansa a la gente. Luego es también el odio. Sobre un rebaño de hombres que aman la verde quietud del pasto es fácil extender el odio a todo lo que quiere destruir el terrorismo. La estratagema es harto conocida: consiste en presentarse como víctima. La verosimilitud de los agravios importa poco. Lo más normal es que sean inventados. Y tienen un efecto sobrecogedor, porque al dibujar un enemigo en el que volcar el miedo y el odio sirve para unir a todos contra alguien. Ese alguien, supuesto enemigo del “pueblo vasco”, que a estas alturas tiene únicamente la consistencia y entidad de un fetiche ensangrentado en la mente de muchos, es, por supuesto, el español, cualquier español. Él es el culpable. Es el enemigo a destruir.

Si el español reacciona en contra de esos sentimientos habrá caído también en la trampa del terror. Su reacción será uno más de los efectos de la estrategia terrorista. También si se siente culpable de ser español y aboga por “el fin de la violencia venga de donde venga”, olvidando que la violencia ejercida por el Estado para la salvaguarda de todos es legítima y moral. La locura es contagiosa. Hay que permanecer alerta y no caer en un sentimiento ni en el otro. Hay que mantener el juicio claro.

Tan claro como lo están manteniendo en el momento presente las víctimas, que están dando muestras de discernir dónde están el bien y el mal.


 

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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