Ética y moral

A. Significado de los vocablos “ética” y “moral”

La filosofía se divide en teórica y práctica. Esta última recibe el nombre de “filosofía moral” y tiene como objeto las conductas humanas. Otras veces se le llama “ética”, pero este vocablo puede prestarse a confusión si no se aclara debidamente su significado.

En griego, que es el idioma en que empezó a hacerse filosofía, existen dos nombres emparentados entre sí a los que se ha asignado la sola voz española “ética”. Uno es eethos” y el otro ethos”. Según el diccionario de Pavón y Echauri, el primero vale por “morada o lugar habitual, morada, habitación, residencia, patria; de animales, cuadra, establo; guarida; de los astros, lugar por donde salen o aparecen // hábito, costumbre, uso; carácter, sentimientos, manera de ser, pensar o sentir, índole, temperamento…”. El segundo por “costumbre, hábito, uso”. Como este último está próximo a éthnos”: “banda, grupo, cuerpo, escuadrón, rebaño, enjambre, pueblo, raza, linaje, nación, clase, casta…”, parece que ha de pensarse que se refiere a las costumbres del grupo más bien que a los hábitos individuales, de donde se infiere que la voz “ética” debería cubrir en español dos sentidos, uno para la conducta personal y otro para la grupal o comunitaria.

El vocablo “moral”, por su lado, ha hecho fortuna en el lenguaje filosófico desde que lo introdujo Cicerón. En De fato, I, avisa al lector de que ellos, los romanos, suelen llamar doctrina de las costumbres a lo que los griegos llaman eethos, pero que él, con el fin de enriquecer la lengua latina, propone que en adelante se le llame moral (mos=costumbre), y desde entonces así se viene haciendo en los idiomas que, como el nuestro, proceden del latín.

De lo cual resulta la existencia de dos vocablos, “ética” y “moral”, con los que designar aquella parte de la filosofía que se ocupa de las conductas humanas. Pero en gracia a la precisión el primero designará en adelante lo que tenga que ver con lo individual y el segundo lo que tenga que ver con lo grupal. Así será casi siempre, pues habrá que entender también que, dado que el concepto del primero es más general que el del segundo, al cual incluye dentro de sí, en más de una ocasión se hará uso de él para referirse a cuanto tenga que ver con la conducta humana general, prescindiendo de que sea individual o grupal. Algo semejante ocurre en nuestra lengua con las palabras “hombre” y “mujer”. La segunda nombra siempre a los individuos pertenecientes al sexo femenino, en tanto que la primera se una unas veces para englobar a ambos sexos y otras solamente para el masculino. Entendemos perfectamente que el libro de Darwin, El origen del hombre, se refiere a los antecesores del ser humano en general, y no pensamos que debería titularse El origen del hombre y de la mujer.

Baste, pues, con lo dicho para comprender que esa parte de la filosofía que se llama “filosofía moral” y se ocupa de las conductas, por oposición a otra, que se llama “filosofía teórica”, consta por ahora de dos secciones, que la primera recibirá el nombre de “ética” y tendrá por objeto todo lo que se refiera a las conductas individuales y que la segunda recibirá el de “moral” y su objeto será lo que se refiera a las conductas grupales.

B. Objeto material de la ética

De los significados incluidos en la etimología de la voz “ética” no debe prestarse atención por ahora más que a tres: las conductas, los hábitos y el carácter.

a)  Actos humanos

No todas las conductas humanas interesan por igual a la ética, sino solamente aquellas que se llaman “actos humanos”, que son los ejecutados de manera consciente y voluntaria. Un acto humano es, pues, aquel que se ejecuta sabiendo y queriendo, es decir, sabiendo lo que se hace y queriendo hacerlo. Si falta una cualquiera de estas dos condiciones, o las dos a la vez, el acto no es humano y, por tanto, carece de interés para la ética.

Los que no cumplen ninguna estas condiciones se llaman “actos del hombre” y son los ejecutados por la naturaleza física o biológica del hombre, sin que éste tenga poder sobre ellos, pues no son realizados por él como sujeto responsable. Hacer la digestión, parpadear si se siente una molestia en los ojos, sentir hambre y muchos otros actos de esta clase son conductas que los hombres realizan cotidianamente, pero, aun siendo conscientes de ellos, no suceden porque ellos los quieran, sino por la necesidad de la naturaleza y, en consecuencia, no revisten carácter ético alguno.

Los actos humanos, por el contrario, proceden de la voluntad, que exige un conocimiento previo por parte de la inteligencia. No es posible querer algo si no es antes conocido. La inteligencia y la voluntad son, pues, requisitos indispensables de la ética.

No todos los actos voluntarios son iguales. Unos caen inmediatamente bajo el poder de nuestro querer y otros no. A los primeros se les llama “actos elícitos”, a los segundos “actos imperados”.

Un acto es elícito cuando es producido directa e inmediatamente por nuestro querer, sin que intervenga nada más que él. Así sucede con la volición, que es el simple acto de querer algo, como cuando uno goza por el simple hecho de desearlo sin haber puesto todavía los medios para conseguirlo. Sea ejemplo de ello el enamoramiento, que produce complacencia en la imaginación antes y al margen de la realidad. Otro es la intención, en que la voluntad se ha decidido ya a poner los medios para lograr lo que quiere. Otro la elección, en que se inclina por unos determinados medios, eliminando otros. Y otro el consentimiento, en que acepta conjuntamente el objeto de deseo y los medios y los medios para alcanzarlo.

Un acto imperado, o acto que no cae inmediatamente bajo el poder de nuestro querer, es el ejecutado por otras facultades, las cuales pueden o no depender completamente de la voluntad. Las fuerzas motrices de nuestro cuerpo que comprenden los movimientos de manos, pies o cabeza, están completamente sometidas al control del querer. En efecto, la mano no se mueve por sí misma, sino porque uno quiere. Y no puede quedarse quieta cuando uno no quiere, a no ser por una enfermedad o algún otro accidente físico. No sucede así con la imaginación, pues el dominio de la voluntad sobre ella es incompleto. Hay ocasiones en que uno puede imaginar escenas bajo la guía de su deseo, pero hay otras en no es posible apartar otras de la imaginación, sobre todo si le han causado una fuerte excitación. Cuando alguien ha presenciado un asesinato horrible no podrá seguramente dejar de recordar la escena durante muchos días. Parece evidente que en estos casos uno no actúa voluntariamente y, en consecuencia, no tiene responsabilidad moral alguna.

Tampoco es perfecto el dominio de la voluntad sobre el entendimiento. Ciertamente uno puede esforzarse o no por entender un asunto. Esto depende de que quiera o no quiera. También es cierto que puede guiarse al entendimiento sobre la orientación general de problemas prácticos relacionados con la fe, el derecho o la política. Así, es posible inclinarse por una ideología u otra o por una religión u otra. Esto depende de la voluntad. Pero no depende de ella el entender o no algo, sobre todo si es evidente. Si se ha comprendido, por ejemplo, que una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y desde el mismo punto de vista, no es posible negarlo ante sí mismo de manera convincente.

b)   Trabas o impedimentos de los actos humanos

Si un acto humano solamente lo es cuando está acompañado de conciencia y voluntad, es decir, cuando el sujeto sabe lo que hace y quiere hacerlo, entonces no lo será cuando algo impida o disminuya cualquiera de estos dos factores. Entre estos impedimentos cabe destacar como los más importantes los siguientes la ignorancia, la pasión y el miedo.

Ignora algo quien lo desconoce teniendo capacidad de conocerlo. No llamamos ignorante a un animal por no saber leer, sino a un hombre, pues el primero no es capaz de aprender y el segundo sí. Pero no toda ignorancia es igual, pues hay una de la que se es responsable y otra de la que no. Si un juez que desconoce las leyes penales por no haberlas estudiado en la facultad condena injustamente a un reo no puede alegar en su defensa esa ignorancia, pues estuvo en su mano superarla y tuvo la obligación de hacerlo.

Hay ignorancia culpable e ignorancia no culpable. Una existe bien porque el sujeto la ha querido o bien porque no ha querido superarla, debiendo hacerlo. La otra porque no ha sido posible superarla bien porque no estaba en poder del sujeto hacerlo o bien porque éste si siquiera sabía de su existencia.

La pasión es la tendencia que arrastra al sujeto hacia un objeto que ha afectado su sensibilidad. La tendencia suele poner en movimiento las fuerzas corporales para conseguir el objeto. Un hombre que está hambriento, por ejemplo, puede sentir un fuerte impulso hacia un trozo de carne asada que acaba de oler. A continuación puede dominar su impulso o, por el contrario, puede abalanzarse sobre la carne.

La pasión enciende la voluntad, pero no es voluntaria. Aunque ocurre muy rara vez, puede darse el caso de que sea tan violenta que destruya la voluntad de tal manera que ésta no puede resistirse. También puede en algún caso extremo destruir la conciencia, haciendo que el sujeto actúe como un autómata inconsciente. La acción de un hombre en estas circunstancia ya no es un acto humano y no debe imputársele. Pero, eliminada esta circunstancia por presentarse en muy contadas ocasiones, lo normal es que la pasión no destruya la voluntad, sino que disminuya.

El miedo, por último, es la conmoción del ánimo por un mal probablemente inminente. Siempre sucede por causa de un mal, pero no de un mal posible, pues el número de los males posibles es seguramente infinito, sino por uno probable e inminente. Y, desde luego, no es voluntario.

En determinadas circunstancias, el miedo también puede encender la voluntad de manera que ésta ponga en movimiento las fuerzas corporales para provocar una acción. En este caso el acto habrá dependido finalmente de la voluntad y será, en consecuencia, un acto humano. Pero si el miedo llega a hacer que se extinga totalmente la voluntad, lo que casi nunca sucede, entonces no lo será y no podrá imputarse al hombre que lo haya ejecutado.

Lo corriente, sin embargo, es que el miedo no destruya las condiciones de la responsabilidad por no destruir las que hacen que un acto sea humano.

c)  Los hábitos

Solamente los seres activos, como el hombre, tienen hábitos, pues éstos no existen donde no hay actividad. No decimos, en efecto, que el agua tiene el hábito de discurrir siempre por el mismo cauce o que el olivo tiene el de dar aceitunas en invierno.

Por esto deben distinguirse los hábitos de las acciones innatas, por más que éstas son también repetitivas en muchas ocasiones, pues aquéllos no son innatos, sin adquiridos. Se agregan así a lo innato y natural, formando una segunda naturaleza. En el hombre son la parte más importante de su estructura psicológica y moral, pues el hombre es un ser eminentemente activo.

Todo ello hace que el hábito se defina como una disposición permanente, agregada a las conductas innatas inamovibles, a obrar de una determinada manera.

Se dice que es una disposición porque la repetición de actos, cuando hace nacer el hábito, inclina al hombre a seguir repitiendo dichos actos y hacerlo además con agrado. Cada cual disfruta, en efecto, en aquello a lo que se habitúa.

Es permanente porque una vez adquirido resulta difícil removerlo, incluso cuando es perjudicial para su portador, como el beber, el fumar, el tener un lenguaje soez, etc.

Los actos impulsados por el hábito son siempre actos concretos, determinados, no cualesquiera actos. Quien tiene el hábito del alcohol no se inclinará por ello a la lectura, sino a tomar bebidas alcohólicas, y quien tiene el de hacer ejercicio físico no por ello sentirá inclinación al cine, sino a hacer deporte, gimnasia, etc.

Los hábitos son, por último, algo agregado a los automatismos naturales del hombre. Pueden ir a favor de la corriente generada por éstos, lo que es común en los animales. En los hombres, en cambio, pueden orientarse además en contra de esa corriente, pues ellos son capaces de contener sus inclinaciones naturales, como el deseo sexual, la ira o el miedo y ser castos, pacientes o valerosos.

Podría parecer que el hábito, por producir un cierto automatismo en la conducta, disminuye y hasta destruye el querer, de manera que el acto dejaría de ser humano y el actor no sería responsable de él, pero no es así, sino al revés. Lo que se consigue con él no es eliminar el querer sino hacer con más agrado y menos esfuerzo lo que se quiere, incluso cuando es malo o perjudicial. En lugar de disminuirlo, lo potencia.

d)  El carácter

Los hábitos adquiridos imprimen su marca sobre el hombre, dotándole de un carácter peculiar, según el cual obrará en adelante. Es decir, el hombre obra según su propio ser, que él construye activamente. El ser humano es fabricado de la misma manera que un animal hace su guarida para guarecerse en ella. Este es uno de los sentidos de la palabra “ética” que aquí recogemos.

Habida cuenta de que el carácter se hace con hábitos, un hombre de buen carácter será aquel que ha adquirido buenos hábitos y de malo el que los haya adquirido malos. De aquí se sigue que nadie nace bueno o malo, con buen o con mal carácter, sino que todos pueden ser buenos o malos, dependiendo de cada cual el llegar a ser una cosa u otra.

No basta, pues, ser hombre y tener tendencias propias de hombre para ser bueno. La bondad no sigue al ser que se nos da en el origen, sino al que elabora cada uno. Un hombre puede por esto ser el mejor de los seres, pero también la peor de las bestias. De él solamente depende. Ha de rechazarse, por tanto, la doctrina filosófica según la cual basta seguir las tendencias naturales para obrar bien.

Conclúyese asimismo de estas ideas que los niños no son buenos ni malos todavía, pero que los adultos son por fuerza una cosa u otra, puesto que han formado ya su carácter.

C. Objeto formal de la ética

Los actos humanos no interesan solo a la ética. También a la psicología, la sociología, el derecho o la etología. En esto coinciden todas estas ciencias y otras que podrían mencionarse. Se diferencian en el punto de vista desde el que toman en consideración tales actos. El aborto, por ejemplo, interesa al derecho por la necesidad de regularlo legalmente, a la medicina por el perjuicio físico que puede ocasionar y a la sociología por la incidencia que pueda tener en la tasa poblacional. Estas ciencias tienen, pues, un mismo objeto material, el aborto, pero diferente objeto formal, por la diferente perspectiva adoptada por cada una para estudiarlo.

e) Las normas morales

El objeto formal de la ética es el acto humano en cuanto referido a una norma ética. Si está conforme con dicha norma, se dirá que es bueno, y malo en caso contrario. La norma está presente en todo hombre, de manera que todo hombre es consciente de estar obrando bien o mal cada vez que realiza un acto humano.

Puede suceder que por una ineptitud biológica o por una degradación moral haya quien sea incapaz de reconocer las normas de la ética, como puede suceder que por una grave deficiencia mental, económica, etc., o por falta de dedicación haya quien no puede reconocer normas matemáticas. El que se encuentre en el primer caso no será responsable de ello, pero sí el que se encuentre en el segundo, pues por su sola decisión le sucede lo que le sucede. Un terrorista que comete crímenes horrendos por una causa delirante es un sujeto de esta clase, un imbécil moral.

Dicho lo cual, puede definirse la ética diciendo que tiene como objeto formal el definir el bien y el mal determinando cuáles son las normas éticas y extrayendo de ellas el orden al que deben ajustarse lo actos humanos.

f)  Fuentes de la ética

Como solamente puede haber ética si se sabe y se quiere lo que se hace, solamente los actos humanos pueden ser éticos. Solamente ellos pueden, por tanto, ser buenos o malos, según que se ajusten o no a las normas éticas. Los objetos no pueden ser una cosa ni otra, a no ser por analogía.

Decimos que la gimnasia es sana, pero no en sí misma. ¿Cómo podría estar sana o enferma la gimnasia? Es una cosa o la otra por referencia al sujeto que la practica, el único que puede estar sano o enfermo. Si lo aplicamos a la cosa es porque extendemos a ella por analogía el concepto que solamente puede aplicarse en rigor al sujeto.

Una vez que lo ético se circunscribe al acto humano, es necesario analizar cómo debe producirse éste. La condición general es que lo que se va a hacer, el objeto de la acción, sea primero pensado y después querido. Y tiene que ser las dos cosas, pues la voluntad no quiere las cosas tal como son en sí, sino tal como le son presentadas por el pensamiento. La voluntad, en cuanto tal, no entiende, por lo que no puede saber qué es lo que quiere, sea bueno o malo, favorable o perjudicial. Ha de intervenir la inteligencia para ello. Estas son las fuentes principales de lo ético en nuestras acciones. Lo demás es circunstancial y puede solamente acrecentar o disminuir lo malo o bueno de lo que hagamos.

Una circunstancia es el quién. No es lo mismo, por ejemplo, que una mala acción, como robar, sea realizada por un hombre de recursos escasos que por un policía. Otra es el qué, que se refiere a la cantidad y la cualidad de lo que se hace. Así, no es lo mismo ayudar a alguien con una pequeña cantidad de dinero que hacerlo con una grande. Otra el modo, que es la manera en que se lleva a cabo la acción. Alguien puede hacer algo sin completa conciencia de lo que hace, o en público y no en privado, por sí mismo o ayudado por otros cómplices, etc., lo que disminuirá o agravará el mal que hace. Otra, por último, es fin o propósito con vistas al cual se hace algo. El fin no justifica un acto malo, aunque sí hace bueno un acto indiferente.


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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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