Sobre la imposibilidad de demostrar a priori la existencia o la inexistencia de un ser cualquiera
Empezaré haciendo la observación de que hay un absurdo evidente en pretender demostrar un asunto de hecho, o en intentar probarlo mediante argumentos a priori. Nada puede demostrarse, a menos que su contrario implique una contradicción. Nada que pueda concebirse distintamente implica una contradicción. Todo lo que podemos concebir como existente, podemos también concebido como no existente. Por lo tanto, no hay ningún Ser cuya no-existencia implique una contradicción. Consecuentemente, no hay ningún ser cuya existencia sea demostrable. Este razonamiento lo considero decisivo, y estoy dispuesto a apoyar en él el resto de toda la controversia.
Se pretende que la Deidad es un Ser necesariamente existente; y se intenta explicar la necesidad de su existencia asegurando que, si conociéramos toda su existencia o naturaleza, percibiríamos que a él le es imposible no existir, como es imposible que dos y dos no sean cuatro. Pero es evidente que eso no puede suceder mientras nuestras facultades sigan siendo como lo son al presente. Siempre nos será posible, en cualquier momento, concebir la no-existencia de lo que en un principio concebimos como existente; y la mente no puede jamás verse en la necesidad de su poner que un objeto permanezca siempre en su ser, de la misma manera que nos vemos siempre en la necesidad de concebir que dos y dos son cuatro. Por lo tanto, las palabras existencia necesaria carecen de significado, o, lo que es lo mismo, no tienen un significado consistente.
Pero hay algo más: de acuerdo con esta pretendida explicación de la necesidad, ¿por qué no decimos que el universo material es el Ser necesariamente existente? No nos atrevemos a afirmar que conocemos todas las cualidades que, de ser conocidas, harían que su no-existencia nos pareciese algo tan contradictorio como que dos y dos fueran cinco. Sólo encuentro un argumento que sea capaz de probar que el mundo material no es el Ser necesariamente existente: y este argumento se deriva de la contingencia de la materia y la forma del mundo. Se ha dicho que «puede concebirse que cualquier partícula de materia sea aniquilada, y puede concebirse que cualquier forma sea alterada.
Por lo tanto, una tal aniquilación o alteración es siempre posible»*. Pero parece ser una actitud muy parcial no percibir que el mismo argumento puede aplicarse igualmente a la Deidad, en la medida en que tenemos una concepción de Dios, y considerando que la mente puede, por lo menos, imaginarlo como no existente, o imaginar que sus atributos pueden ser alterados; y no hay razón para establecer que esas cualidades no puedan pertenecer a la materia; pues, siendo completamente desconocidas e inconcebibles, jamás puede probarse que sean incompatibles con ella.
(Hume, D., Diálogos sobre la religión natural, trad. de C. Mellizo, Alianza Editorial, Madrid, 1999, páginas 46-47)