Ideas de Viernes Santo

Un hombre es un ser que nunca se completa y nunca llega a ser total, dice el existencialista. Rodeado de otras muchas cosas que constituyen el mundo y constituyen incluso su mundo, comprende que todas ellas son seres enteros y verdaderos, pero que a él le falta lo importante. Él no es como ellas. Él siempre tiene alguna reserva de lo que todavía no es, por lo que siempre tiene algo que hacer. Ellas no. Y esa reserva de posibilidades no se habrá de agotar antes de que cese en la existencia, cuando todas las cosas sigan siendo y también siga siendo la cosa por la que él se habrá trocado. Seguirán siendo sin él.

Dejar de existir no es la nada, sino la nada de él y en cuanto que se encuentre en ese estado, la muerte no es nada, pues no puede sentirla ni conocerla. Entiéndase bien: lo de “encontrarse en ese estado” es una mera combinación de palabras sin sentido alguno. ¿Habrá que recordar aquí los argumentos de Epicuro contra la realidad de la muerte? Más o menos dicen así:

Primero:

La muerte está para los vivos o está para los muertos.
Pero para los vivos no está, pues están ellos.
Para los muertos tampoco, pues ellos ya no están.
Luego no está para nadie.

Segundo (a imitación del primero):

Cuando estás tú no está ella y cuando ella está no estás tú, así que nunca está para tí.

 Tercero:

La vida es sentir y la muerte privación de sentir.
Luego la muerte no se siente.

Los tres coinciden en lo mismo, en que la muerte no existe. Pero no existe porque es nada. Mas no la nada absoluta, sino la relativa, la de alguien. La nada de algo no, porque algo siempre hay. El ser es. ¿No nos lo habían dicho ya? Quien no es eres tú. O yo. Este es el no ser de Heidegger y otros, Unamuno entre ellos.

En esa nada relativa se completa uno y desaparece. Punto final del relato. Ya no se es más. Una vez que se cruza ese umbral, nadie hay ya para ser, sentir, saber, aspirar a algo que no se logró. ¿Un misterior? ¿Hay aquí algo oculto, difícil de entender? En absoluto. Está más claro que el agua. Antes, durante una miríada de siglos, fue nada. Vuelve ahora a lo mismo. Todo claro. Nada ha cambiado. En el conjunto de lo real no hay mutación alguna, pero en el intervalo entre lo de antes y lo de después (antes y después para alguien, claro, no en sí), alguien supo qué es existir. Eso no cuenta para el conjunto, se dirá. No, no cuenta, es verdad. Saber eso no tiene la menor importancia para el conjunto. Un corto resuello del universo centelleante y la breve cosa animada se fundió en el agua. Igual que si nada se hubiera sabido. Pero el intervalo…

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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