Igualdad

 Lo peculiar de nuestro tiempo es la interacción entre los gustos de la masa y una gran eficiencia lograda por las técnicas para satisfacerlos. Pero las técnicas, las únicas que gozan de prestigio ante la masa, en cuanto tales carecen de principios. A un físico o un ingeniero se le puede encomendar el diseño de una central nuclear, a un genetista el de un clon humano, y seguramente sabrán hacerlo. Pero la decisión sobre si se debe o no hacer tales cosas no pertenece a su especialidad. Las técnicas no poseen principios morales. No quiere esto decir que sean inmorales. El problema se complica porque en el presente los principios no son principios, sino valores, y por tanto son convencionales y pueden por eso subir y bajar, como los valores de la bolsa, de donde parecen haber cogido el nombre. En estas condiciones la educación moral se sustituye por el condicionamiento.

Así las cosas, no puede esperarse que la buena educación sea universal. Nada impide, empero, que uno decida cultivar su propio jardín, como Epicuro, y buscar para sí mismo al menos la excelencia. Esto creo que sigue siendo una obligación para una minoría, una vez que la mayoría no intenta siquiera saber que existe este camino. Tampoco puede esperarse que éstos –los mejores- accedan a la dirección de las masas. Ni siquiera es bueno desearlo. A ese grupo reducido de los mejor educados pertenecieron Marx y Nietzsche, el padre del comunismo y el abuelo del nazismo respectivamente. La buena educación no debe separarse de la prudencia si no se quiere correr el riesgo de repetir los terremotos que sacudieron el siglo XX. No se debe despreciar la política ni esperar imposibles de ella, como pretender introducir en su interior directrices visionarias y utópicas, lo que no sería propio del hombre prudente y bien educado.

El diagnóstico es poco esperanzador, pero es necesario mantener la esperanza. Ganar en el juego cuando se tienen buenas cartas es fácil. Si las cartas que nos han repartido son malas podemos lamentarnos y abandonar la partida o bien poner más inteligencia y más pasión para ganar.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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