Aunque la primera tarea emprendida por la izquierda (tarea que la constituyó como la primera izquierda que ha existido) fue la trituración del orden político existente, aunque la finalidad (finis operis) implícita en su empresa era la aniquilación de todas las estructuras hasta llegar al átomo inexistente del hombre desprovisto de atributos, aunque su empeño destructivo fue sin duda llevado adelante sin hallar obstáculos que lograran impedirlo, no por ello ha de calificarse como nihilista aquel impulso. La primera izquierda empezó destruyendo cuanto encontraba a su paso, pero su propósito no era la destrucción misma, en lo cual consiste el nihilismo, sino un orden más justo que el que había habido hasta entonces.
El nihilismo es más propio de los movimientos milenaristas, que comenzaron ya en el alba del cristianismo y continúan vivos en la actualidad, y suele aparecer asociado a creencias religiosas que propugnan la destrucción a sangre y fuego de los malos con el fin de que empiecen la era definitiva de bienaventuranza para los buenos. Ni siquiera Bakunin y otros anarquistas deberían ser entonces calificados de nihilistas, pues, según ellos, la destrucción es creadora del nuevo orden.
La asignación del nihilismo a la izquierda es obra de quienes quedaron desplazados a la derecha por el viento de la historia, tras comprobar que aquella fracasaba una y otra vez en sus intentos de alcanzar una vida más justa. No debe extrañar que en ocasiones la misma izquierda se haya aprobado esta acusación y se haya visto a sí misma como nihilista. Es, entre otros, el caso de Kolakowski. No obstante, el hecho de que lo sea en algunos rasgos importantes no debe servir para identificar sin más ambos movimientos. El hecho cierto es que el nihilismo no está vinculado al Estado, por lo que no debe ser aceptado propiamente como movimiento político, y la izquierda sí.