La batalla de Muret

Los cátaros no se limitaban a disquisiciones teológicas. Muy al contrario, en Provenza, donde habían adquirido un gran predominio, se dedicaban a saquear iglesias y a perseguir a sacerdotes católicos, así que no bastaron contra ellos las predicaciones de los dominicos, por lo que los inquisidores Guido y Reniero y el legado papal Pedro de Castelnau decidieron excomulgarlos. Pero esto no les importó gran cosa. El conde de Tolosa, Raimundo, que militaba en las huestes de los herejes, atacó iglesias y monasterios. El legado lo excomulgó también a él, pero un vasallo suyo lo mató.

El papa, Inocencio III, dispensó a los vasallos del conde del juramento de obediencia y ordenó una cruzada contra los albigenses. Cincuenta mil guerreros acudieron a la llamada. Muchos procedían de la Francia norteña, que deseaba redondear su territorio más que ganar una contienda teológica. Raimundo comprendió que era imposible resistir. En camisa y con una soga al cuello, pidió perdón. Lo obtuvo con la obligación de luchar junto a los cruzados. La sangre de los albigenses corrió abundante. Al lado de ellos guerreaba el conde de Foix. Raimundo, juzgando que la penitencia que se le había impuesto era excesiva, acudió a Roma a pedir su revocación. Como no se le concedió, se unió a los herejes y fue excomulgado de nuevo.

Simón de Monfort mostró sus intenciones de apoderarse de los territorios de Raimundo. Los señores de Provenza se pusieron del lado de éste. El papa se opuso a los deseos del de Monfort, alegando que la condena de Raimundo no llevaba consigo la de sus herederos. Pero Simón hizo caso omiso de la advertencia y la guerra continuó.

Pedro de Aragón, quien, como se ha visto antes, habría quemado vivo a cualquier hereje que hubiera sido visto en sus estados, estaba emparentado con los condes de Tolosa y de Foix y acudió en auxilio suyo, poniéndose del lado de los albigenses. El papa y Santo Domingo amonestaron a Don Pedro, pero de poco valió. Simón de Monfort se había hecho fuerte en el castillo de Muret, al que Don Pedro puso sitio en unión de los tolosanos.

La batalla fue encarnizada. El rey luchaba entre los primeros al grito de “Soy el rey”. Y fue herido y muerto. Los demás, al verle caído, se dieron por vencidos y huyeron sin oponer resistencia. El daño fue grande, lamentada la pérdida del héroe de las Navas y muy llorada su muerte, injusta por demás, pues había venido a caer defendiendo a los herejes que había perseguido con tanta saña. Esta derrota de los albigenses y del rey Don Pedro, que fue más caballero que rey, sucedió el 16 de septiembre de 1213.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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