Milenaristas españoles

No faltaron en nuestro suelo las fantasías mesiánicas y milenaristas que han culminado en el siglo XX con los teologías políticas de comunistas, nacionalsocialistas, anarquistas, etc. En el año 1352 un tal Nicolás de Calabria predicó en Barcelona las siguientes tesis delirantes: que un tal Gonzalo de Cuenca era el hijo de Dios, que era inmortal, que el Espíritu Santo se habría de encarnar en un futuro no muy lejano y entonces todo el mundo sería convertido a la fe verdadera por el tal Gonzalo, el cual rogaría a su Padre el Día del Juicio para que salvara a todos, pecadores y condenados, y que así se haría, que en el alma humana se dan tres naturalezas, a saber, el alma, creada por el Padre, el cuerpo, por el Hijo, y el espíritu, por el Espíritu Santo.

De estas tesis insanas abjuró en Santa María del Mar de Barcelona, pero sin convicción, pues en 1357 fue denunciado de nuevo, de lo que resultó que el Eymerich y Arnaldo de Busquets, inquisidor y vicario capitular, entregaron a aquel sujeto al brazo secular. El Virginale, un libro escrito el de Calabria y su maestro, el supuesto Hijo de Dios, Gonzalo de Cuenca, y que había sido escrito bajo la inspiración del demonio, según Eymerich, fue entregado a las llamas.

Entró en escena unos años más tarde un sujeto llamado Bartolomé Jarioessius, autor de De adventu Antichristi, cuyo solo título indica la dolencia que padecía. Aseguraba el tal Bartolomé que el Anticristo y sus secuaces aparecerían el día de Pentecostés del 1360 y que a partir de entonces no habría más ceremonias religiosas, los fieles cristianos pervertidos por el Anticristo nunca podrían convertirse por causa de un sello que les fijaría en la frente o la mano con el fin de que incluso en esta vida fueran abrasados por el fuego eterno. Luego el Anticristo moriría y a continuación se convertirían los moros, los paganos y los niños, de modo que la iglesia estaría compuesta solo de infieles venidos a ella.

Otro hubo cuyo nombre era Antonio Riera, según el cual estaba próximo el tiempo que habían de ser exterminados todos los judíos, todos los frailes predicadores y los clérigos seculares, no pudiendo haber en adelante culto alguno por falta de sacerdotes. Todas las iglesias serían establos y se utilizarían para usos inmundos. Pero que habría de llegar un tiempo en que la religión de musulmanes, judíos y cristianos se reduciría a una sola, pero eso solo Dios podía saberlo. Con todo, estos acontecimientos sucederían en el término de cien años, al cabo de los cuales se acabaría la persecución contra los cristianos y, todos reunidos, acudirían a Jerusalén a nombrar allí un papa.

Otro de aquellos lunáticos, Pedro Rosell, fervoroso y fanático seguidor de Raimundo Lulio, enseñó a quien quisiera oírle que todos los teólogos abjurarían de su fe a la llegada del Anticristo y que entonces los discípulos de Lulio convertirían a todo el mundo con la doctrina del maestro. Añadía que la ley del Antiguo Testamento es de Dios Padre, la del Nuevo del Hijo y la del Espíritu Santo es de Raimundo Lulio.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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