Naturaleza y cultura (añadido)

Los términos naturaleza y cultura

El término griego physis, que los latinos tradujeron por natura y ahora entendemos como naturaleza, está emparentado con significados tales como “engendrar”, “hacer crecer”, “nacer”, etc., por lo que se designan con él ciertas cualidades o propiedades innatas de una cosa, cualidades y propiedades que hacen que dicha cosa sea lo que es y no otra distinta. Ya entre los presocráticos llegó a significar la realidad básica de todo cuanto existe, algo que permanece estable a través de las mutaciones observables. Así, Tales de Mileto afirmó en el siglo VI a. d. J. que la physis de todo es el agua, queriendo decir con ello que las cosas, pese a que se presentan bajo una u otra apariencia, de roca, mineral o animal, son en el fondo lo mismo y permanecen siéndolo siempre, a saber, agua. No de otro modo piensan quienes en nuestro tiempo están seguros de que todo cuanto existe se reduce en el fondo a ser átomos o combinaciones de ellos. Ni una ni otra manera de pensar, que son idénticas en realidad, obligan a admitir que la realidad es estática. Muy al contrario, puede pensarse que en la naturaleza de un ser cualquiera reside también su propio principio de transformación, de manera que, por ejemplo, es natural que, si nada externo se lo impide, un potro se transforme en caballo, una semilla en espiga o un niño en hombre y no lo es cuando da lugar a otro ser, como cuando la madera de un árbol se utiliza para hacer una mesa, pues entonces decimos que esto no ha sucedido por naturaleza, sino por técnica.

Esta es una forma antigua de pensar que no ha perdido aún su vigor. Seguramente es la que conduce a oponer los conceptos de naturaleza y técnica – physis y téchne entre los griegos, –, o naturaleza y convención –physis y nómos entre los griegos–, si bien en nuestro tiempo el debate se ha polarizado alrededor de los conceptos de Naturaleza y Cultura. Mientras unos piensan que la convención, o la técnica, o la cultura, etc.,  son un desarrollo de la naturaleza, a otros les parece que son un obstáculo para la espontaneidad natural, y otros aún creen que son superiores a la naturaleza, otros que es inferior, etc.

El término cultura, por su lado, procede del latín colere, que originariamente significó “cultivar” y “cuidar de algo”. Agri culturae, de donde agricultura, eran las diversas formas de cuidar o cultivar los campos. El término se amplió posteriormente al cuidado que los sacerdotes prestaban a sus dioses, lo que hizo que el vocablo cultum adquiriera el sentido religioso que todavía tiene. Y, del mismo modo que un campo culto es un campo bien cultivado, o bien cuidado, se entendió también que un hombre culto es un hombre “bien cultivado”, una persona bien educada. Era el traslado del sentido material del término a un sentido más psicológico, como cultura animi. Todavía más tarde sirvió para referirse a leer novelas, asistir a la ópera, al teatro, etc., actividades con que las clases bien educadas entretenían sus ratos de ocio. Que todavía se sigue entendiendo de este modo es evidente para quien considere las consejerías y ministerios del ramo, las secciones de cultura de los periódicos y la televisión, etc.,  Por último, el uso del término llega a la caricatura cuando se utilizan expresiones como “cultura de la corrupción”, “cultura del pelotazo”, etc.,

Algunas de estas nociones, más otras que no se recogen aquí, son concepciones vulgares que apenas tienen relación con el moderno concepto de cultura, el cual, procediendo de la filosofía, ha sido puesto en circulación la antropología social durante el siglo presente, de donde se ha extendido a otras ciencias sociales como la sociología, la arqueología, etc.,  Cuando un arqueólogo habla, por ejemplo, de la cultura musteriense, hay que suponer que no se está refiriendo a la inclinación del hombre de Neanderthal por la ópera o el teatro, sino más bien a las herramientas o armas que se hallan en los yacimientos de esa época.

El concepto de cultura

La primera definición explícita de la cultura aparece en un libro que Edward Burnett Tylor publicó en 1877:

La Cultura o la Civilización, tomada en su amplio sentido etnográfico, es ese complejo conjunto que incluye el conocimiento, las creencias, las artes, la moral, las leyes, las costumbres y cualesquiera otras aptitudes y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de una sociedad.

Según esto, la cultura es aquello que un hombre aprende como miembro de una sociedad, lo que incluye sus conocimientos, valoraciones, técnicas, habilidades, hábitos, etc.,  y, en general, todo cuanto no ha heredado biológicamente, es decir, todo cuando no es innato en él. Luego la idea de cultura es opuesta en gran medida a la de naturaleza. Por naturaleza tenemos pelo, mantenemos un nivel aproximadamente estable de temperatura corporal, respiramos, nos reproducimos, andamos a gatas de niños y a dos pies cuando dejamos de serlo (?), etc.,  Por cultura nos cortamos en pelo, tomamos aspirinas para no tener fiebre, controlamos la respiración al nadar, nos  enamoramos, nos desplazamos en moto en la adolescencia o usamos garrote en la vejez, etc.,

Estas ideas elementales han sido vertidas en un vocabulario técnico más preciso, del que conviene a veces hacer uso para evitar confusiones y malentendidos. La situación general para todos los seres vivos es que han de reaccionar a las variaciones del medio para aumentar sus posibilidades de mantenerse con vida. El conjunto de esas reacciones recibe el nombre de conducta. Tanto la ameba como el hombre son capaces de ella. La diferencia es que los organismos de una sola célula se conducen con todo su ser, los organismos pluricelulares especializan sus órganos en distintas operaciones y los organismos pluricelulares con sistema nervioso central utilizan además una compleja red de comunicaciones para poner en contacto los centros del organismo en que se toman las decisiones con aquellos que las ejecutan. Los órganos nerviosos de estos últimos son de dos clases:

a)    Receptores, que reciben estímulos del mundo externo a través de los ojos, la nariz, los oídos, etc.,
b)    Efectores, que transportan órdenes a los músculos, las glándulas, etc.,  para que efectúen cambios apropiados.

El arco reflejo, conexión entre los receptores y los efectores, es la unidad básica de la conducta en los organismos pluricelulares con sistema nervioso central. Debido a su complejidad, estos organismos están siempre recibiendo estímulos, frecuentemente antagónicos, que tienen que ordenar, dirigir, distribuir, etc.,  de tal manera que las acciones resultantes sean las adecuadas. Este es el motivo por el que en las últimas fases de su evolución, el cerebro de los animales superiores ha acaparado casi la totalidad de las acciones, convirtiéndose en el centro de donde irradian las órdenes que deben ejecutar los distintos órganos. Una peculiaridad distintiva del cerebro es su extraordinaria capacidad de labrar nuevos caminos por los que discurren las señales que van de los receptores a los efectores, es decir, de crear nuevos arcos reflejos. Así pues, éstos pueden ser de dos clases:

a)    Reflejos no condicionados, que son las vías nerviosas existentes ya cuando nace el organismo. Aumentar el tamaño de la pupila por el aumento de la luz es un reflejo no condicionado.
b)    Reflejos condicionados, que son las vías nerviosas nuevas originadas por el cerebro. Montar en bicicleta es un reflejo condicionado, o, mejor, una suma de reflejos condicionados.

Al conjunto de los primeros se le suele llamar conducta instintiva y al de los segundos conducta aprendida. De ahí que pueda reinterpretarse la definición de cultura dada por Tylor como “todos los reflejos condicionados adquiridos por los individuos como miembros de una sociedad”. Pero lo que ahora interesa es observar que, según se asciende en la escala de los animales, la conducta aprendida aumenta a costa de la instintiva. En un extremo se sitúan los insectos, seres de vida corta y de explosiva y rapidísima capacidad reproductora, que han logrado una excelente adaptación al medio merced a unos cuantos instintos que se transmiten velozmente de padres a hijos. En el otro se sitúan los vertebrados, seres de vida larga y de reproducción lenta, que disponen del aprendizaje y, en ocasiones, de conciencia. Pero, habida cuenta de que el aprendizaje individual en nada favorece a la especie si no se extiende a ésta, porque, a diferencia de la conducta instintiva, no se transmite biológicamente, los vertebrados hubieron de adquirir, con su capacidad de aprender, la capacidad de transmitir lo aprendido de generación en generación, lo que con toda seguridad obedeció a la asociación, más o menos duradera según las especies, entre padres e hijos durante el tiempo en que los últimos no pueden valerse por sí mismos. Esto requirió, claro está, la existencia de algún mecanismo de transmisión de lo aprendido que fuera distinto del genético. Los mamíferos y las aves disponen de él, pero el desarrollo que ha adquirido en algunos casos ha abierto entre los animales una barrera más honda que muchas otras. Para los mamíferos superiores significó una ventaja abrumadora, porque fueron capaces de adquirir y fijar unas pautas de conducta tan bien definidas como las de los instintos, pero con la posibilidad de cambiarlas según las circunstancias. Ahora comprendemos la importancia de la definición de hombre que hemos mantenido hasta aquí: ser vertical que ha liberado sus manos de las tareas de la locomoción para que éstas liberen a su vez su boca para la palabra. Resulta difícil pensar lo que hubiera sido de ese animal vertical que se desplaza sin hacer uso de sus extremidades delanteras sin esta habilidad.

En consecuencia, los mamíferos desarrollan las dos clases de conducta a que nos venimos refiriendo:

a)    La conducta biológica, o conjunto de pautas instintivas de conducta, por un lado, y
b)    La conducta social, o conjunto de pautas aprendidas en cuanto miembro de una sociedad, por el otro.

Este conjunto de pautas aprendidas encierra cosas tan dispares como la forma en que las madres enseñan a sus hijos a comer, los procedimientos científicos de los institutos de investigación, los bailes, las creencias religiosas, las instituciones de parentesco, el control político, etc.,  Todo lo que un individuo aprende como parte de una sociedad puede, en suma, referirse a alguno de los siguientes campos, que son, por ello, las partes en que puede dividirse una cultura cualquiera a los efectos del análisis:

a)    El sistema material, que comprende fundamentalmente la técnica y la tecnología, presentes en un grado u otro en todas las sociedades, y que consiste en el conjunto de conocimientos usados para la producción de bienes materiales y para la reproducción de otros individuos humanos. Aquí se deben contar las pautas de trabajo, las relaciones ambientales, las técnicas de producción, la crianza de los niños, el control de la demografía, etc.,
b)    El sistema social, que comprende los mecanismos merced a los cuales un individuo forma parte de un grupo social definido. Aquí deben incluirse la socialización, la división social del trabajo, las estructuras económicas de producción, como la relación contractual entre empresarios y trabajadores, la organización política, la división en castas, clases, facciones, etc., la disciplina policial, la guerra, etc.,
c)    Los sistemas de comunicación, entre los que debe contarse como el principal, fundamento y cauce de transmisión de todos los demás, el lenguaje articulado.
d)    El sistema de los conocimientos, que incluye todos los adquiridos por un individuo a lo largo de su vida, no sólo gracias a las instituciones educativas sino también por su relación con otras personas, por su inclusión en grupos de trabajo, intereses y aficiones, por la acción de los medios de comunicación, etc.,  La diferencia entre las instituciones educativas y las demás reside en que las primeras organizan el aprendizaje de moco consciente, sistemático y con fines previamente definidos. Los conocimientos pueden ser, por último, económicos, religiosos, morales, estéticos, técnicos, tecnológicos, filosóficos y científicos.
e)    El sistema de los valores, que son las actitudes adoptadas por los individuos ante la vida, la muerte, el más allá, los demás hombres, la realidad en general, etc.,  Son transmitidos por múltiples instituciones y son de tipo económico, religioso, moral, estético, técnico, filosófico y científico. Acompañan ineludiblemente a los conocimientos.

Textos aclaratorios

 Malinowski: la cultura

El hombre varía en dos aspectos: en forma física y en herencia social, o cultura. La ciencia de la antropología física, que utiliza un complejo aparato de definiciones, descripciones, terminologías y métodos algo más exactos que el sentido común y la observación no disciplinada, ha logrado catalogar las distintas ramas de la especie humana según su estructura corporal y sus características fisiológicas. Pero el hombre también varía en un aspecto completamente distinto. Un niño negro de pura raza, transportado a Francia y criado allí, diferirá profundamente de lo que hubiera sido de educarse en la jungla de su tierra natal. Hubiera recibido una herencia social distinta: una lengua distinta, distintos hábitos, ideas y creencias; hubiera sido incorporado a una organización social y un marco cultural distintos. Esta herencia social es el concepto clave de la antropología cultural, la otra rama del estudio comparativo del hombre. Normalmente se la denomina cultura en la moderna antropología y en las ciencias sociales. La palabra cultura se utiliza a veces como sinónimo de civilización, pero es mejor utilizar los dos términos distinguiéndolos, reservando civilización para un aspecto especial de las culturas más avanzadas. La cultura incluye los artefactos, bienes, procedimientos técnicos, ideas, hábitos y valores heredados. La organización social no puede comprenderse verdaderamente excepto como una parte de la cultura; y todas las líneas especiales de investigación relativas a las actividades humanas, los agrupamientos humanos y las ideas y creencias humanas se fertilizan unas a otras en el estudio comparativo de la cultura.

El hombre, con objeto de vivir altera continuamente lo que le rodea. En todos los puntos de contacto con el mundo exterior, crea un medio ambiente secundario, artificial. Hace casas o construye refugios; preparará sus alimentos de forma más o menos elaborada, procurándoselos por medio de armas y herramientas; hace caminos y utiliza medios de transporte. Si el hombre tuviera que confiar exclusivamente en su equipamiento anatómico, pronto sería destruido o perecería de hambre o a la intemperie. La defensa, la alimentación, el desplazamiento en el espacio, todas las necesidades fisiológicas y espirituales se satisfacen indirectamente por medio de artefactos, incluso en las formas más primitivas de vida humana. El hombre de la naturaleza, el Naturmensch, no existe.

Estos pertrechos materiales del hombre –sus artefactos, sus edificios, sus embarcaciones, sus instrumentos y armas, la parafernalia litúrgica de su magia y su religión– constituyen todos y cada uno los aspectos más evidentes y tangibles de la cultura. Determinan su nivel y constituyen su eficacia. El equipamiento material de la cultura no es, no obstante, una fuerza en sí mismo. Es necesario el conocimiento para fabricar, manejar y utilizar los artefactos, los instrumentos, las armas y las otras construcciones, y está esencialmente relacionado con la disciplina mental y moral de la que la religión y las reglas éticas constituyen la última fuente. El manejo y la posesión de los bienes implica también la apreciación de su valor. La manipulación de las herramientas y el consumo de los bienes también requiere cooperación. El funcionamiento normal y el disfrute normal de sus resultados se basa siempre en un determinado tipo de organización social. De este modo, la cultura material requiere un complemento menos simple, menos fácil de catalogar o analizar, que consiste en la masa de conocimientos intelectuales, en el sistema valores morales, espirituales y económicos, en la organización social y en el lenguaje. Por otro lado, la cultura material es un aparato indispensable para el moldeamiento o condicionamiento de cada generación de seres humanos. El medio ambiente secundario, los pertrechos de la cultura material, constituye un laboratorio en el que se forman los reflejos, los impulsos y las tendencias emocionales del organismo. Las manos, los brazos, las piernas y los ojos se ajustan, mediante el uso de las herramientas, a las habilidades técnicas necesarias en una cultura. Los procesos nerviosos se modifican para que produzcan todo el abanico de conceptos intelectuales, sentimientos y tipos emocionales que forman el cuerpo de la ciencia, la religión y las normas morales prevalecientes en una comunidad. Como importante contrapartida a este proceso mental, se producen modificaciones en la laringe y en la lengua que fijan algunos de los conceptos y valores cruciales mediante la asociación con sonidos concretos. Los artefactos y las costumbres son igualmente indispensables y mutuamente se producen y se determinan. (Malinowski, B., en Kahn, J. S. (comp.) El concepto de cultura: textos fundamentales, trad. de J. R. Llobera, A. Desmonts y M. Uría, Anagrama, Barcelona, 1975, páginas 85–86)

La inteligencia de Imo

En la isla de Koshima vivía una población de macacos, entre los que se encontraba la hembra Imo, que a la sazón contaba dos años de edad. Los investigadores arrojaban batatas a la playa, donde se llenaban de arena, que las hacía difícilmente comestibles. A la espabilada Imo se le ocurrió llevar unas batatas a un arroyuelo de agua dulce y lavarlas, comiéndoselas luego. Poco a poco, otros macacos la iban imitando, aprendiendo a lavar las batatas y comérselas. La sibarita Imo probó un día a lavar las batatas en el agua salada del mar, encontrándolas así más sabrosas. También en esto la siguieron poco a poco sus congéneres. Dos años más tarde los etólogos empezaron a arrojar trigo a la arena de la playa. Algunos macacos trataban de recoger los granos uno a uno, pero el procedimiento era excesivamente lento y trabajoso. Otra vez Imo (que ahora tenía ya cuatro años) tuvo una genial ocurrencia: recoger puñados de arena mezclada con granos de trigo, llevarlos al agua del mar y soltarlos, dejando así que la arena se hundiese y los granos flotasen, recogiéndolos entonces tranquilamente con la mano y comiéndolos. También aquí la innovación de Imo sería pronto imitada por los demás.

A partir de 1972, los etólogos redujeron considerablemente la alimentación artificial. Las pocas batatas y trigo disponibles eran monopolizados por los miembros del clan dominante de macacos, al que había pertenecido Imo. Sólo los juveniles de este clan recibieron la cultura técnica de Imo de sus madres. Al reanudar los etólogos sus entregas más generosas, sólo los del clan de Imo sabían cómo aprovecharse de ellas. (Mosterín, J., Filosofía de la cultura, Alianza Universidad, Madrid, 1993, páginas 42–43


 

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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