Florecieron al lado de los cátaros. Corría el siglo XII. El padre de la secta era un comerciante leonés de nombre Pedro Valdo, quien en el año 1160 debió padecer una repentina iluminación que le llevó a convertir en obligación el precepto evangélico de la probreza. Su apellido dio nombre a la secta. Sus adeptos se llamaron también Pobres de León e insabattatos. Este última denominación era una corrupción de la palabra latina sabatum, que vale por zapato. La causa de que la adoptaran era que que llevaban zapatos cortados en la parte superior como símbolo de pobreza.
Valdo reunió a bastantes seguidores. Como los primitivos cristianos, empezaron por abandonar todos sus bienes, a vivir de limosna, a censurar los dineros y regalías de los clérigos, etc. Se atribuyeron el derecho de la predicación y de la administración de sacramentos, rechazaron la oración por los muertos, preferían rezar en sus casas y no en las iglesias, negaron obediencia a las autoridades eclesiásticas, decían que el juramento era ilícito, igual que la pena de muerte. Tenían por cierto que un sacerdote en pecado no podía consagrar, ni administrar el matrimonio, pero sí podía hacerlo cualquier lego siempre que siguiera los dictámenes de la secta.
En 1181 la doctrina valdense fue condenada por el papa Lucio III. Bernardo, arzobispo de Narbona, los declaró herejes algún tiempo más tarde, pero ellos no cejaron en su empeño. Tan seguros estaban de su ministerio que en 1212 pidieron a Inocencio III que su orden fuera admitida como tal, pero el mismo papa los condenó en el concilio de Letrán tres años después.
Los insabattatos eran comunistas y laicistas. Para ellos no existía lo tuyo ni lo mío. Celebraban la misa en lengua vulgar y se administraban la comunión en común como si se tratara de los ágapes de la antigüedad.
Eran fanáticos y andaban fuera de carril, pero eran honestos y austeros, al revés que los albigenses. Se parecían más a los cuáqueros. No buscaban el martirio no portaban armas, como los cátaros. Y acudían a las asambleas de los católicos, si bien ocultaban su pertenencia a la secta.
Tal vez por esto nunca llegaron a gozar de la popularidad de las otras sectas que entonces pulularon por toda Europa. De hecho acabaron extinguiéndose casi por completo hacia el siglo XIV. Para entonces solo quedaban unos pocos en el Delfinado y Saboya. San Vicente Ferrer fue el que más luchó por su desarraigo. Sea como fuere, quedaban algunos todavía cuando en el siglo XVI aparecieron los movimientos protestantes. Al saber de ellos, se pusieron en contacto con Ecolampadio y Bucero para buscar un modo de unión. Al principio no hubo acuerdo, porque los errores de unos y otros eran discordantes entre sí, pero luego fueron evangelizados por Farel y otros individuos procedentes de Ginebra, por lo que su secta se disolvió finalmente en el calvinismo.
Así se esfumó uno de los grupos comunistas de la antigüedad. En el siglo XIX quedaba solo el eco de su nombre. Seguían llamándose valdenses, pero en realidad eran protestantes.
(Cf., Menéndez Pelayo, M., Historia de los heterodoxos españoles, tomo I, cap. II)