Querido amigo:
Tengo la intención de dejarte unas cuantas cartas aquí, en Minuto Crucial, para poner orden en algunas cosas que hablamos tú y yo cuando estamos juntos.
Empezaré hablando del dinero. Me parece importante hacerlo porque muchos consideran que es algo que hace malo a quien lo posee.
Lo primero es que el dinero no es una mercancía, sino un medio para el intercambio de mercancías. No es el agua que lleva los cangilones de la noria de la economía. Ni siquiera es el eje sobre el que ésta gira. Es más bien la grasa que, aplicada al eje, hace que todo ruede con desenvoltura. Y no importa que haya mucho o poco, porque el precio de las cosas se acomoda siempre a la cantidad de dinero existente. No gana más una persona que el año 2012 ve en su nómina una cifra cinco veces superior a la de 1990 si no puede cambiar ese importe por los mismos productos de entonces.
En general, el conjunto de los productos expuestos en el mercado no puede cambiarse por una cantidad de dinero superior a la existente en ese mismo mercado. El total de las mercancías y el total de la masa monetaria conforman dos magnitudes de las cuales la segunda se acopla siempre a la primera como el guante a la mano. Con todo el dinero de que se dispone no es posible comprar más de lo que hay. Eso es todo. Así de sencillo.
Se sigue de aquí que no es la abundancia de dinero lo que enriquece a la población. Antes al contrario, la empobrece. Si se producen más cosas, permaneciendo estable la masa monetaria, la gente será más rica, pues con el mismo dinero podrá adquirir más. Si, por el contrario, se produce lo mismo, pero aumenta el dinero en circulación, será más pobre, pues podrá comprar menos.
¿A quién interesa entonces que haya mucho dinero? Al Estado, sin duda alguna, sobre todo cuando está regido por gobernantes demagogos, como ocurre casi por necesidad en los regímenes democráticos.
Pero de esto te escribiré en otra ocasión.
Cuídate.