El Anteproyecto de Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans, etc. habla de libre determinación de género. Preciso es advertir que la primera parte, «libre determinación» va por buen camino, pero no la segunda, «de género».
Uno puede dirigir su ser hacia un lado u otro, bueno o malo. O sea, que puede determinarse. Es más, no tiene más remedio que hacerlo, pues determinación de sí es libertad y los humanos somos libres, tanto si queremos como si no. Este es, dicho sea de paso, uno de los principios más importantes del catolicismo.
En lo tocante al sexo, es posible decidir ser un sádico canalla, una buena esposa y madre o un sacerdote casto; para resultar atractivo, un varón puede esforzarse por parecerse a Apolo, aunque no logrará cambiarse por él, y una mujer puede hacer lo propio por asemejarse a Venus, pero tampoco se convertirá en ella. Que hay que hacer algo con lo que uno es parece indudable. Incluso el no decidirse por una cosa o la otra ya es haberse decidido. No decidir, no determinarnos, no está a nuestro alcance. Somos libres por fuerza.
Ahora bien, lo que nos es dado es decidir qué hacer con nuestro ser, nunca decidir nuestro ser. Que nuestro género, en sentido biológico, sea el humano, y que incluya la animalidad o biología, no puede depender de elección alguna nuestra. ¿Cómo sería posible una cosa así? Habría que duplicarse, dividirse en dos partes, de manera que una dispusiera qué ha de ser de la otra. Así lo cree la ley trans, pues da reconocimiento civil y, llegado el caso, asistencia sanitaria, a quien abriga el sentimiento de estar en un cuerpo equivocado. ¿Por qué no está la equivocación en ese sentimiento?
Quien ha aprendido en Tomás de Aquino que todo él es alma y todo él cuerpo, no comprende que se pueda estar en un cuerpo que no es el suyo. Si la mente fuera algo distinto de él, en lugar de ser su perfección y acabamiento, el espíritu en la máquina, sería la mente la equivocada, no el cuerpo. Menos aún en lo referido al sexo, que no es cuestión de genitales y fenotipo, sino de genotipo, algo que afecta a todas las células del organismo.
Pongo a un lado con respeto los muy raros casos que se desvían un tanto de la regularidad general, agrupados hasta el año 2018, cuando la Organización Mundial de la Salud eliminó la «transexualidad del capítulo sobre trastornos mentales y del comportamiento» (Ley trans, Exposición de motivos), bajo el rótulo del hermafroditismo, que tienen sobre sí un problema biológico importante. Ni siquiera a propósito de ellos puede decir esta ley en su exposición de motivos, que «supone la culminación definitiva del camino recorrido hacia la igualdad y la justicia social», ni que sirve para aliviar su situación. El sintagma «justicia social» vale para todo, lo que es no valer para nada.
Una leyenda cuenta que el rey Ptolomeo preguntó a Euclides si no habría un método (‘método’ significa ‘camino’) más fácil para aprender geometría, a lo que éste habría respondido que «no hay un camino real hacia la geometría». Así es. Ni Ptolomeo ni Napoleón con todos sus ejércitos habrían podido cambiar un solo teorema de la matemática o una ley de la gramática. Tampoco Irene Montero ni todo su gobierno, por muy democráticos que sean los procedimientos utilizados y por mucho que ella, sus colegas del Consejo de Ministros y todos los diputados del Parlamento crean ser la encarnación del pueblo soberano, pueden hacer que varíe una sola coma de una ley biológica.
(Previamente publicado en Diario de Jerez el 22/07/2021)