La Monarquía Francesa del siglo XVIII constaba de partes anatómicas que consistían en grupos, familias, estamentos, etc. La fase analítica fue la reducción de tal sistema político, que había llegado a su máxima expansión con Luis VIX, a sus partes atómicas. La finalidad era reducirlo a sus componentes o átomos humanos. Sin embargo, al llevar adelante el proceso se pensó que tales componentes no deberían ser distintos de los de cualquier otra monarquía o entidad política entonces existente. En otras palabras: una vez que el análisis hubiera llegado hasta el extremo de los individuos, tras la disolución de los grupos del Antiguo Régimen, se creyó que éstos habrían quedado diluidos en una Humanidad general, lo que tenía que impulsar a los revolucionarios no solo a eliminar las barreras entre grupos dentro de Francia, sino también las que separaban a la propia Francia de todas las demás Monarquías y Estados existentes. El camino emprendido por la Revolución no podía detenerse en los Pirineos, el Rhin o el Canal de la Mancha y tenía que extenderse a toda la Humanidad. Era la consecuencia lógica de la estructura de razón analítica propia de la Revolución, una consecuencia que hubo de plasmarse en la recliadad con las invasiones napoleónicas. Éstas no son, por tanto, otra cosa que la derivación necesaria del proyecto original de los girondinos.
La Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 26 de agosto de 1789 había descubierto a los individuos. Pero sucedía que a partir de ellos era imposible reconstruir la Francia de la que se había partido. Las partes atómicas halladas en el análisis del todo imposibilitaban la reconstrucción de éste. Sucedía con ese hallazgo lo que sucede romper una vasija llena de agua después de sumergirla en un estanque: que las moléculas de agua de su interior no pueden distinguirse de las del estanque. Si los franceses hubieran sido tratados como átomos humanos, si se les hubieran restado todos los accidentes, como la lengua, la religión, las leyes, etc., que habían adquirido a lo largo del tiempo como súbditos de la anterior organización política de Francia, y cada uno de ellos hubiera sido reducido a su mera sustancia personal de ser humano en general, entonces se habrían borrado las fronteras del mapa y los hombres de Francia no se habrían podido distinguir de los restantes hombres del mundo. Pero eso no podía suceder, porque unos hombres reducidos a tal estado ya no son hombres, sino simios, y una república universal de simios es algo delirante.
Por más que los revolucionarios pretendieran estar dominando la Historia, comenzando una nueva era, con nuevo calendario, nuevo sistema métrico decimal, nuevos códigos legislativos, etc., lo cierto es que partieron de un estado que ya existía, la Monarquía Francesa de los siglos XVII y XVIII, y que, introduciendo en el seno del mismo, en el interior de sus fronteras, el proceso de análisis, el resultado no podía ser otro que el de la reconstrucción de la vieja monarquía con otra estructura. No era posible partir de una nada simiesca y construir los nuevos tiempos según una voluntad ejercitada en la obra de Rousseau. La obra no tenía más remedio que volver a las paredes que la Historia había interpuesto entre la sociedad francesa y las demás. Lo que sí resultó fue que en el camino se halló que la entidad política ya no podía ser monárquica, pues había cambiado de soberano: los átomos mismos. Esa nueva sociedad política era la Nación. La Nación política, no étnica, racial, ni gentilicia, pues éstas no pueden tener en cuenta partes atómicas, sino anatómicas.