Promesa de futuro

“Vivir no importa. Lo que importa es navegar”, decía un refrán de la Grecia antigua. En un escrito de Platón consta que hay tres clases de hombres: los vivos, los muertos y los que van sobre la mar. La pasión de navegar arrastraba a los individuos de aquel pequeño pueblo antiguo. De ella están tomadas muchas metáforas que hoy hallamos en sus libros. No parecerá demasiado pretencioso que hoy haga yo uso de una comparación semejante para mostrar lo que es la historia, una dedicación que ellos apenas cultivaron, y cuando lo hicieron no fue por el afán de conocer el futuro.

Hay que imaginar un barco que navega de noche, no lleva luz alguna en su proa y sí en su popa, de manera que el marinero que está de guardia en esta parte no ve nada cuando mira hacia adelante y solo un poco y con esfuerzo cuando mira hacia atrás. La linterna de popa arroja un haz de luz débil e imprecisa, pero a veces suficiente para que el marinero se haga una idea del rumbo que lleva el barco. Sin embargo, casi nunca le sirve de mucho, porque la mar se altera con excesiva frecuencia, la nave cabecea a menudo y cambia muchas veces su dirección de manera imprevista, de manera que la estela que va dejando apenas sirve para saber por dónde ha pasado el barco y, desde luego, no para adivinar por donde irá. Para mayor confusión, hay ocasiones en que no llega a dibujarse estela alguna, de manera que entonces ni siquiera le es dado saber lo que ha sucedido antes del momento justo en que se halla y no puede hacer más que conjeturas y trazar posibles derrotas en su imaginación o bien echar mano de mitos y leyendas que él sabe que un hombre sensato no debe nunca tomar en serio.

La historia es igual que ese barco. Un hombre solo puede saber algo del pasado si al paso de la embarcación se ha formado una estela que él pueda ver mirando desde la popa hacia atrás. La visión de la historia es retrospectiva siempre, nunca prospectiva. Se dirige siempre al pasado, nunca al futuro. Y aún el pasado le es en gran manera desconocido. Como mucho, podrá delinear la trayectoria general que ha seguido hasta él, o tal vez sea mejor decir que la estela no lleva hasta él, sino que parte de él. El barco pasa trazando un curso, a cuyos lados se han ido organizando las moléculas de agua durante un instante. Es el barco el que traza la estela, no ésta la que lleva a él. Esto es algo que conviene no olvidar.

Que presuman los aspirantes a profetas y los visionarios de toda estirpe de su oficio. Un hombre sensato no les concederá crédito alguno. Ni siquiera se lo concederá cuando acierten. ¿Acaso podía marrar en sus predicciones aquel sacerdote romano que anunciaba a una mujer embarazada que tendría un niño, pero luego apuntaba en su registro que sería niña? Si resultaba lo primero, la mujer podía quedar convencida, y, si resultaba lo segundo, también, pues había acertado el libro del embustero.

Los visionarios se vuelven peligrosos cuando toman la proa del barco y quieren dirigirlo hacia el futuro. Se vuelven muy peligrosos si la gente los sigue, lo que ocurre con mucha facilidad, pues muestran un semblante esperanzado y prometen la felicidad. Son los bienhechores del género humano. Se lo creen ante todo ellos mismos. El mañana les pertenece. ¿Cómo no van a estar en lo cierto? Los que no se lo concedan son unos malvados. Y así, de esta manera tan simple, una zanja divide a los buenos de los malos y todo lo demás viene a continuación. La canción que sigue es un buen indicativo de esto que digo:

The sun on the meadow is summery warm
 The stag in the forest runs free
 But gathered together to greet the storm
 Tomorrow belongs to me
 Tomorrow belongs to me
The branch on the linden is leafy and green
 The Rhine gives it's gold to the sea
 But somewhere a glory awaits unseen
 Tomorrow belongs to me
 Tomorrow belongs to me
The babe in his cradle is closing his eyes
 The blossom embraces the bee
 But soon says a whisper, arise, arise
 Tomorrow belongs to me
 Tomorrow belongs to me
Now Fatherland, Fatherland, show us the sign
 Your children have waited to see
 The morning will come when the world is mine
 Tomorrow belongs to me

(Secuencia de la película Cabaret)

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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