La victoria suele ser mala consejera. Por eso no es de extrañar que aprenda mucho más el vencido que el vencedor. No se debe en ningún caso vencer al que es superior, porque los superiores son los que más odian la superioridad y, no pudiendo aceptar nunca que han sido derrotados, guardarán dentro de sí la humillación siempre presta a convertirse en venganza.
Luego se debe afinar al máximo la cautela, hasta convertirla en al arte que moldure nuestra personalidad. La cautela es a la superioridad de uno mismo lo que el desaliño a la belleza de la mujer hermosa. Si ésta no quiere ganarse la animadversión de las que no lo son, tiene que cubrir su cualidad con el desarreglo. Si el inteligente no quiere tener en contra suya a los enemigos que su inteligencia le procure, tiene que ser cauteloso. Dice Gracián que hay que imitar a los astros, los cuales, pese a ser hijos del Sol por la luz que de él reciben, nunca compiten con él. Y la inteligencia es el sol de las cualidades que todo individuo cree poseer, pues en su fuero interno nadie aceptará nunca que es imbécil.
Esto es así en todas las facetas de la vida y sobre todo en los negocios. Si has de entrar en tratos con alguien, no aparentes ser tan capaz e inteligente como él. Menos aún debes permitirte superarlo. Aparenta ser un poco menos nada más, pero no demasiado, pues a nadie le gusta tratar con sandios.