Algunos de los simpatizantes que tiene el terrorismo etarra se han hecho la ilusión de haber hallado el término medio entre el Estado y esa banda que se llama a sí misma socialista e independentista, para lo cual tienen que otorgar a ésta la autoridad que solo corresponde al Estado y a los secuaces de la misma que han muerto por causa propia o ajena la dignidad moral que solo corresponde a sus víctimas. Al querer ponerlas en pie de igualdad no se dan cuenta de que no existe un punto medio entre la ley y el crimen.
A uno de ellos, que ha encontrado un centro de resonancia en cierta organización que pretende cosas tales como la pacificación y la resolución del conflicto y en un periódico autodenominado independiente, se le ha ocurrido que el asesinato de Lasa y Zabala tiene que producir en cualquier persona de bien el mismo sentimiento de pena y dolor que produce el de una víctima cualquiera de la banda.
A esto hay que contestar, en primer lugar, que si tal asesinato pudo ser perpetrado por servidores del Estado, no lo fue desde luego en cumplimiento de la ley que tenían la obligación de obedecer, sino en contra de ella. No hubo en aquel caso equidistancia posible entre la ley y el crimen. Los ejecutores de aquel acto estaban del lado del segundo. ¿Qué más da lo que se sienta o deje de sentir en un caso así? ¿Acaso es necesario hacer otra cosa que distinguir con precisión dónde está una y dónde el otro?
Y, en segundo lugar, hay que decir que si el sentimiento se convierte en criterio moral, entonces la moral deja de existir. Al que siente algo siempre se le puede oponer otro que siente lo contrario y ambos estarán en lo cierto. La moral excluye por eso los sentimientos y las inclinaciones individuales, porque son múltiples y contrarios entre sí, en tanto que un principio moral es universal o no es principio moral.
Mejor criterio ha tenido una juez que, dejándose llevar de su inclinación personal, ha insultado a unos etarras en pleno juicio y ha decidido después retirarse del mismo para evitar incluso la apariencia de que su sentimiento pudiera influir en su sentencia. Esa mujer sí ha dado muestras de comprender a la perfección que el recto juicio, legal o moral, tiene necesidad de prescindir del sentimiento personal.
Es así porque la juez sabe que en algunas ocasiones lo moral es lo contrario de la inclinación. Todos conservamos la vida por inclinación y no por obligación moral. Es lo corriente. El valor moral de una persona resplandece, sin embargo, cuando su vida se ha vuelto tan desventurada que tiene motivos sobrados para abandonarla, pese a lo cua sigue viviendo porque sabe que el suicidio es inmoral. Al obrar contra su inclinación una persona así manifiesta el más alto nivel moral.
(Publicado en La piquera, de Cope-Jerez. Archivo sonoro:30-11-11)