El día seis de julio del 371 a. C. se enfrentaron Tebas y Esparta en Leuctra, de Beocia. Todas las batallas hoplíticas se libraban disponiendo una falange de entre ocho doce filas de profundidad. La falange avanzaba en formación cerrada y compacta para causar el mayor impacto posible sobre el ejército enemigo. Cada guerrero llevaba su lanza en la mano derecha y su escudo en la izquierda, lo que hacía que buscara la protección del escudo de su compañero derecho. Conocedores de esta tendencia, los capitanes colocaban a sus mejores tropas en el ala derecha y a las más débiles a la izquierda.
Epaminondas, el estratega tebano, actuó al revés. Dispuso que su caballería y su mejor infantería se colocaran en el ala izquierda y las lanzó contra el ala derecha del enemigo. Su centro y su derecha, más débiles, retrocedían a cada embestida espartana de tal manera que se iban colocando más a la derecha y en la retaguardia de la avanzada principal, formando una línea oblicua.
El resultado de aquella táctica novedosa fue que el ejército espartano fue barrido y Epaminondas se alzó con la victoria.
Más que la victoria, quiero resaltar que Epaminondas transgredió un principio sagrado: el mayor honor y nobleza de la derecha sobre la izquierda. El historiador Pierre Vidal-Naquet así lo constata. Según él, el general tebano triunfó en la batalla porque recurrió a un poder ilegítimo, el de juntar sus mejores tropas en el flanco izquierdo, despreciando la tradición.
La oposición entre la derecha y la izquierda es una relación política desde hace muy poco tiempo. Es metafísica, cosmológica, antropológica, biológica, histórica, teológica, etc. Sólo desde hace unos doscientos años es política. En las tribus primitivas, en Roma y Grecia, en China, Egipto y otras civilizaciones ha significado el orden frente al caos, el bien frente al mal.
He aquí una simple muestra, extraída del Corán, publicado por la Editora Nacional en 1979 (56, 1-56; 69, 13-37), sobre la salvación y la condenación de los hombres al final de los tiempos:
Los de la derecha —¿qué son los de la derecha?— estarán entre azufaifos sin espinas y liños de acacias, en una extensa sombra, cerca de agua corriente y abundante fruta, inagotable y permitida, en lechos elevados…
Nosotros las hemos formado de manera especial y hecho vírgenes, afectuosas, de una misma edad, para los de la derecha…
Los de la izquierda —¿qué son los de la izquierda?— estarán expuestos a un viento abrasador, en agua hirviente, a la sombra de un humo negro, ni fresca ni agradable.
La oposición adquirió carta de naturaleza política a finales de junio de 1789. El año anterior casi no había habido cosecha. En aquel tiempo se empleaba más del 90% del salario medio sólo en la compra de pan. La causa del hambre fue la meteorología, pero se pensó en causas no naturales, que los mesías políticos, de reciente aparición, tales como Robespierre, Danton, Saint-Just, excitaron, culpando a los malignos acaparadores y a los funcionarios del rey y de los municipios. Apareció la promesa fulgurante: en una nueva Europa habrá felicidad y abundancia. Cuando la promesa de ese futuro encontró años más tarde un presente negro, apareció, como suele acontecer, el tirano Napoleón, que remedió en parte la quiebra de la República con sus guerras de rapiña.
Es una constante de la historia: una revolución es siempre la antesala del despotismo.
La Revolución de 1798, mito fundante del tiempo político, dio origen al carácter sacro de la izquierda. El motivo fue baladí. A fines de junio de 1789, con el fin de ordenar los asientos de los miembros de la Asamblea, se asignó a los partidarios de la reina, defensores de la tradición, el lado derecho de la presidencia, y a los partidarios del Palais Royal, defensores del nuevo orden y del progreso, la izquierda.
Fue un hecho insignificante, pero marcó el rumbo de la era que empezaba, signada por los mesianismos de la igualdad y el progreso, es decir, por las ideologías, un término acuñado precisamente por Napoleón. El concepto de izquierda adquirió categoría universal, significando el bien frente al mal. Han pasado dos siglos y los políticos, artistas, intelectuales, filósofos y gentes del común están convencidos de que lo honorable es ser de izquierdas, un simbolismo que al comienzo carecía de interés, pero que se ha convertido en el mejor exponente del enorme atractivo que sigue ejerciendo la Revolución Francesa, alterando un valor arraigado en lo más profundo del género humano. Es probable que nunca haya habido un cambio similar.