Carlos Luis de Secondat, Señor de la Brède y Barón de Montesquieu, de cuyo nacimiento se cumplen hoy trescientos veintitrés años, es uno de los escritores que ha contribuido de manera más eficaz a extender la leyenda negra de España. Lo extraordinario de su caso es que, tratándose de una persona de gran inteligencia y saber en materia de historia y política, tenga la peor ignorancia que alguien puede padecer, que es la del que no quiere saber algo porque cree saberlo ya.
Nunca se molestó en visitar España cuando tuvo que hablar de ella, pese a que su castillo de la Brède estaba muy cerca, no conocía nada o casi nada de lo que aquí se escribía, pero lo despreciaba. Un coronel español le habló una vez de la obra ilustrada y crítica de Feijoo y apenas tuvo paciencia para acabar de escucharle. “El único libro buen libro que tienen es uno que hace ver cuán ridículos son todos los demás”.
Su ignorancia de la América Española era sublime.
Dice, por ejemplo, que la fortuna de la Casa de Austria se acrecentó porque “el universo se extendió y se vio aparecer un nuevo continente bajo su obediencia”, como si América hubiera cruzado el océano para ponerse a los pies del Reino de España y no hubiera sido éste el que envió allí sus soldados, misioneros, imprentas, universidades y sistemas jurídicos y políticos europeos. También que los españoles arrasaron América, la despoblaron y en su tiempo, el siglo XVIII, se estaban despedazando entre sí por una especie de justicia divina, como si mientras tanto las instituciones americanas se hubieran hecho solas. Que en lugar de llevar a los habitantes de Méjico una religión suave les obligaron a una superstición furiosa, cuando era la misma que en la Francia de su tiempo: el catolicismo, por cuya causa nunca hubo en tierras españolas guerras de religión, como sí las hubo, y bastante sangrientas, en Francia o Inglaterra.
Su pluma no se para en barras. Emprendida la tarea de la difamación ¿qué cosa mejor que mencionar las hogueras inquisitoriales y extender a todos el deseo homicida que él supone que las encendía?: “Los españoles que no son quemados son tan adictos a la inquisición, que fuera cargo de conciencia el quitársela”, dice en la número 78 de sus Cartas persas.
Es una gran pérdida para el saber que una inteligencia como la del autor del Espíritu de las leyes, que tan bien entendió a Inglaterra, se dejara llevar de la animadversión y la incuria a la hora de entender a España, porque perdió la ocasión de ilustrar a todos con el conocimiento de la realidad, por lo que ahora no puede ser tenido en cuenta sino como ejemplo de lo que no se debe hacer. Muchos otros españoles, como Saavedra Fajardo, Feijoo, Moratín, etc., no cometieron esos graves errores y describieron con acierto y capacidad crítica lo que en su tiempo sucedía. Pero no tuvieron tanto brillo como él y han sido postergados, sobre todo en la mente de bastantes conciudadanos, que, acomplejados de no se sabe qué, siguen más los dicterios de plumas ilustres que los estudios serios y concienzudos de escritores responsables.
(Publicado en La piquera, de Cope-Jerez el 18/01/2012)