En el siglo XIII aparecen la Inquisición y la orden de los dominicos. El primer propósito de ambas era combatir a los herejes del momento, entre los que destacaban las varias ramificaciones de los albigenses y los insabattatos. El comunismo de estos últimos decayó con las predicaciones y el ejemplo de los franciscanos y fue un problema menor. La batalla contra los otros fue mucho más ruda y duradera. Era necesario que hubiera monjes de mente clara y dispuestos a la acción, que la Orden de Predicadores fundada por Santo Domingo de Guzmán, nacido en Caleruega, de la provincia de Burgos.
Él mismo había extendido sus predicaciones con notable éxito por la Provenza y el Languedoc, que por entonces pertenecían a la corona de Aragón, lo que debió impulsarle a fundar una orden compuesta de hombres sabios y doctores que entendieran bien las doctrinas heréticas, supieran distinguirlas de las que no lo fueran y combatirlas con conocimiento.
El castigar con hierro y fuego a los herejes era una tradición que se remontaba a Roma. Las leyes de los emperadores Valentiniano, Graciano, Teodosio, Valentiniano II, Honorio, Valentiniano III, etc., así lo dispusieron en diferentes épocas del Imperio. El emperador Clemente fue, como queda dicho, el primero en aplicar la pena capital a Prisciliano y sus seguidores en el siglo IV. Que los reyes de siglos posteriores tuvieran por cosa normal y legítima hacer lo mismo con quienes socavaban los cimientos de la sociedad no era más que una continuación de las leyes antiguas. Los emperadores Otón III y Federico II –éste último a pesar de la fama de monarca benigno y suave con que la historia le ha señalado-, en seguimiento de ese derecho procesal, aplicaron penas muy graves contra los patarinos.
A un maniqueo se le castigaba en aquellos tiempos como a un facineroso que atenta contra la sociedad. Eso imponía la necesidad de distinguir a un hereje de un fiel, cosa que no es tan fácil como distinguir a un bandido de un hombre honrado. Era una tarea que habían empezado a hacer los obispos. Fue en la guerra de Provenza cuando los papas nombraron delegados especiales, que casi siempre eran dominicos, para regularizar los procedimientos, que llegaron a ser más equitativos que ningún otro tribunal de aquellos siglos, como verá quien estudie las luchas de don Pedro de Aragón, llamado el Católico, rey de Aragón y conde de Barcelona, contra los valdenses.
Este monarca vivió entre los años 1178 y 1213. De conducta bizarra, fue un héroe en la batalla de las Navas. En 1197 dictó órdenes durísimas contra los pobres de León y los valdenses, dirigiéndolas a
todos los arzobispos, obispos, prelados, rectores, condes, vizcondes, vegueres, merinos, bailes, hombres de armas, burgueses, etc., de su reino, para anunciarles que, fiel al ejemplo de los reyes sus antepasados y obediente a los cánones de la Iglesia, que separan al hereje del gremio de la Iglesia y consorcio de los fieles, manda salir de su reino a todos los valdenses, vulgarmente llamados sabattatos y pobres de León, y a todos los demás de cualquiera secta o nombre, como enemigos de la cruz de Cristo, violadores de la fe católica y públicos enemigos del rey y del reino. Intima a los vegueres, merinos y demás justicias que expulsen a los herejes antes del domingo de Pasión. Si alguno fuere hallado después de este término, será quemado vivo, y de su hacienda se harán tres partes: una para el denunciador, dos para el fisco. Los castellanos y señores de lugares arrojarán de igual modo a los herejes que haya en sus tierras, concediéndoles tres días para salir, pero sin ningún subsidio. Y si no quisieren obedecer, los hombres de las villas, iglesias, etc., dirigidos por los vegueres, bailes y merinos, podrán entrar en persecución del reo en los castillos y tierras de los señores, sin obligación de pechar el daño que hicieren al castellano o a los demás fautores de los dichos nefandos herejes. Todo el que se negare a perseguirlos incurrirá en la indignación del rey, y pagará 20 monedas de oro. Si alguno, desde la fecha de la publicación de este edicto, fuere osado de recibir en su casa a los valdenses, insabattatos, etc., u oír sus funestas predicaciones, o darle alimento o algún otro beneficio, o defenderlos o presentarles asenso en algo, caiga sobre él la ira de Dios Omnipotente y la del señor rey y sin apelación sea condenado como reo de lesa majestad y confiscados sus bienes. (Menéndez y Pelayo, M., Historia de los heterodoxos españoles, tomo I, Editorial católica, Madrid, 1978, pág. 387)
La ley, que obligaba a todos, debía ser leída en todas las iglesias del reino todos los domingos. Por si cupiera alguna duda sobre su propósito, se agregaban estas palabras:
Sépase que si alguna persona noble o plebeya descubre en nuestros reinos algún hereje y le mata o mutila o despoja de sus bienes o le causa cualquier otro daño, no por eso ha de tener ningún castigo: antes bien, merecerá nuestra gracia. (Menéndez Pelayo, M., ibidem)
Al lado de estas leyes, comunes en toda Europa, la Inquisición fue un progreso y significó una dulcificación de los procesos penales.
Esta constitución contra los valdenses fue dada en Gerona. Como consecuencia de su aplicación no hubo apenas valdenses en el reino de Aragón.