El bautizo e imposición del nombre de la izquierda política se celebraron en la Asamblea Revolucionaria del 28 de agosto de 1789. La izquierda se arrogó la herencia de la razón y, sin pararse en mayores meditaciones, consideró a ésta como motivo progreso y avance de la luz contra las fuerzas del oscurantismo religioso. Es de notar que la metáfora de la luz procede del libro VII de la República de Platón y había sido frecuentado, entre otros, por los Padres de la Iglesia, los filósofos medievales, los místicos y los ilustrados del XVIII.
La asociación entre la izquierda y la razón se buscó desde el principio. Los revolucionarios de París pretendieron divinizarla e instaurar su culto, para lo cual sentaron a la señorita Maillard, una actriz de teatro, en el sitial reservado a la Virgen María en la catedral de Notre Dame. La aureola de la cabeza de aquella Diosa Razón era un gorro frigio.
La iniciativa era estúpida, por supuesto, pero tiene para nosotros el interés de mostrar el deseo de asociar el movimiento revolucionario con el racionalismo ilustrado. Cabría preguntarse si aquellos adoradores de la nueva diosa pensaban que la razón era la facultad de analizar los conceptos a través de los juicios negativos, la de sintetizarlos a través de los afirmativos, la necesidad de evitar las contradicciones en los silogismos, la presencia de ideas innatas, etc. Es de suponer que no estarían dispuestos a adorar ninguno de estos ídolos. ¿Por qué entonces querían asociarse a la razón?
La respuesta habría que buscarla quizá en el opúsculo kantiano “¿Qué es la Ilustración?”, modelo para muchos de defensa de la razón y el progreso, además de ser, también en opinión de muchos, una especie de culminación del movimiento ilustrado que a lo largo del siglo XVIII había combatido al modo libresco contra el lazo entre el Trono y el Altar propio del Antiguo Régimen. El movimiento revolucionario parisino sería el desenlace del movimiento ilustrado.
Pero el escrito de Kant no parece que baste para aceptar que la izquierda encabeza la lucha por la razón, porque la convicción de que la Ilustración es ante todo un enfrentamiento contra el Antiguo Régimen es justamente lo que Kant quería evitar, por lo que en su ensayo restringe la razón al uso privado, aconsejando que se piense cuanto se quiera, pero que se obedezca, lo que en realidad era una defensa cerrada del régimen despótico de Federico de Prusia. Los súbditos de éste, pensaba el propio déspota, son libres para pensar y él lo es para mandar sin restricciones. Luego era kantiano. Ese mismo enlace entre la razón entendida a la manera kantiana y el fascismo ha sido puesto de relieve por Horkheimer y Adorno, además de por Marx. Enlace que, dicho sea de paso, propagan hoy sin darse cuenta casi todos los profesores de filosofía de bachillerato.
Luego no es Kant el que justifica la relación entre la izquierda y la razón. Ésta se encuentra más bien sugerida en pasajes de autores como Montesquieu, que tacharon de irracionales a los hombres de letras españoles por creer en el dogma de la Eucaristía. El señor de la Brede también dijo alguna vez que a los españoles no debería nunca arrebatárseles la Inquisición, porque entonces su crueldad sanguinaria echarían de menos el goce de las hogueras en que se quemaban los herejes.
Son palabras indignas, pero sumamente clarificadoras. Se apoyan en una falsedad que se toma por verdad manifiesta sin tomarse la molestia de probarla: que la Iglesia es supersticiosa e irracional. Como la teología política que había imperado durante la época de las monarquías absolutas la alianza del Trono y el Altar, al sacudir los cimientos de éste en nombre de la razón se esperaba destruir aquél. La relación tuvo éxito, pero nunca se explicó en qué consistía.
¿Habrá entonces que concuir es una falsa relación y que la izquierda y la razón no tienen nada que ver? No. Sólo que las “razones” dadas por los que participaron de aquellos hechos deben ser tenidas en cuenta al modo en que, por ejemplo, Evans-Pritchard tuvo en cuenta las creencias en la brujería, los oráculos y la magia entre los azande[1].
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[1] Evans-Pritchard, E. E., Witchcraft, Oracles and Magic among the Azande, Oxford University Press, London, 1937. Hay traducción española de A. Desmonts, Anagrama, Barcelona, 1976.