Dos consideraciones han de hacerse sobre Afganistán, una sobre su estructura tribal, que se cierra sobre sí misma, y otra sobre su religión, que se abre al exterior. Es la diferencia entre implosión y explosión.
Para comprender la primera contamos con la visión de Churchill sobre el país, obtenida cuando estuvo allí, 1897. Dice que, salvo cuando la necesidad de sobrevivir les obliga a recoger la cosecha, las tribus pastunes siempre están combatiendo entre sí, que todo varón es a la vez guerrero, político y teólogo, que toda casa es una fortaleza y toda aldea, por más apartada que esté, está en perpetua alerta. Las familias, añade, tienen como norma la venganza y las tribus y clanes ajustan cuentas entre sí, de modo que ni una sola deuda queda sin pagar.
Si esta visión es verdadera, entonces los hombres de las tribus afganas viven en estado hobbesiano de naturaleza, fiados todos a sus propias fuerzas; en estado de guerra de todos contra todos; guerra que no es batalla, sino disposición a batallar durante el tiempo en que no hay seguridad de no agresión. El tiempo restante es paz. Reina la igualdad, pero igualdad en cuanto que cada uno puede matar a otro, que es distinta y contraria a la igualdad ciudadana de un régimen, como la democracia liberal anglosajona, en que impera la ley.
Estados Unidos, que ha oscilado siempre entre los principios idalistas de W. Wilson y los realistas de Th. Roosevelt, se inclinó por los del primero cuando pretendió instaurar en Afganistán un sistema legal democrático, transparente y dotado de una autoridad extendida a todo el país. Hubo muchos, fuera y dentro de Estados Unidos, que así lo creyeron y ahora lamentan que no se haya logrado. Pensaban quizá que podría hacerse allí lo que se había hecho antes en Japón y Alemania después de la guerra.
Pero en Afganistán, “tumba de imperios”, no ha sido ni será posible. Una democracia hace a los hombres iguales ante la ley, ciudadanos de una nación, para lo que es indispensable que destruya las pertenencias a sus grupos de origen, que rompa las cadenas y deje sueltos los eslabones, obligando a emerger el individuo libre como valor supremo. Lo cual es incompatible con la organización tribal afgana. Como también es incompatible que la ley haya de estar sujeta a la sharía, razón que lleva al musulmán integrista a abominar de la democracia occidental como una iniquidad diabólica. Es la segunda consideración, que se refiere a la tendencia expansiva.
Lo primero, la estructura tribal afgana, no es peligrosa para los occidentales demócratas, pero sí lo segundo, el imperio de la sharía que el islam pretende imponer en todas partes. La relación entre los talibanes y al-Qaeda ha sido constante desde hace unos treinta años y esa organización terrorista tiene su mando central en zonas de Pakistán que lindan con Afganistán y se encuentra protegido por talibanes pakistaníes. No es la única. Hay otros grupos yihadistas con los que vienen manteniendo vínculos los talibanes afganos, grupos implicados en la comisión de atentados en Europa. Ahora dispondrán todos ellos de un espacio propicio para planificar nuevos atentados, que serán más probables en Europa que en Estados Unidos.
El mayor problema que de esto se sigue no es la oleada de refugiados que llegarán a Europa, sino el espanto de una sharía que ha triunfado en Afganistán y cuyo objetivo no es Kabul, sino París, Madrid, Berlín o Londres.
(Previamente publicado en Minuto Crucial el 23/09/2021)