Dios

¿En qué piensa el Papa cuando habla de Dios? ¿Qué clase de ser es Dios?

El ateo dirá tal vez que no tiene por qué preguntarse una cosa semejante, pero está en un error. Justamente por ser ateo tiene que saber qué es lo que niega. Si yo digo que no existen los gamusinos es porque sé qué es un gamusino: un animal imaginario que se utiliza en muchos pueblos de España para gastar bromas a niños y cazadores novatos. El ateo tendría que ser el primero en saber qué es lo que él dice que no existe, pues en caso contrario estaría corriendo el riesgo de no negar nada.

En la entrada anterior dije que es muy difícil, si no imposible, que dos personas sientan lo mismo, pero que es fácil que razonen  lo mismo y que al entrar en razón se entra en un terreno común, universal. Ahora es preciso ir un poco más allá e introducir otra distinción entre sentir y pensar.

Sea, por ejemplo, el sentido de la visión. El ojo tiene la función de ver. Si no ve, no es un ojo. Sería como un arquitecto que no hiciera nunca una casa o como un jugador de fútbol que nunca jugara un partido. Pero la función de ver no puede cumplirla el ojo por sí solo. En primer lugar tiene que ser un ojo de verdad y no de nombre, como el de una estatua. En segundo tiene que haber objetos que ver. Y en tercero estos objetos tienen que estar bañados por la luz. La visión es, pues, el resultado de tres factores combinados: ojos, objetos y luz. Si falta uno solo no se ve nada. No basta entonces con levantar los párpados para pasar de no ver a ver.

¿Habrá algo que sea por sí mismo lo que es, algo que no tenga necesidad de ninguna otra cosa? Aristóteles respondió que sí en uno de los pasajes más célebres de su Metafísica. Es dudoso que haya habido un texto de más larga influencia que ése, pues tres grandes religiones –judaísmo, islam y cristianismo- lo han utilizado para hacerse una idea lo más aproximada posible del Dios en que creen.

Cuando se piensa, dijo aquel macedonio naturalizado en Grecia, no se actúa como cuando se ve. Puede parecer que pasar de no pensar a pensar es lo mismo que pasar de no ver a ver, pero no es cierto, porque pasar de no pensar a pensar es estar pensando ya, pero pasar de no ver a ver no es estar viendo ya: tiene que haber todavía objetos y luz. La mente, por el contrario, no necesita de nada ajeno a sí misma. Piensa cuando se quiere y ya está. Al hacerlo produce los objetos sobre los que piensa.  No se piensa para llegar a otra parte, sino que se piensa por pensar. Aquí no hay avance hacia otra cosa, sino hacia sí mismo, porque el que piensa y lo pensado no se distinguen. Son los sentidos los que necesitan otras cosas.

La razón, concluyó aquel gran filósofo, “piensa en sí misma, pues es lo más alto que hay, y su pensamiento es pensamiento de pensamiento”. No otra cosa es Dios, en quien no hay distinción entre lo que se está siendo y lo que se está empezando a ser, que es lo que les pasa a las cosas naturales. Él, que es lo que es por sí mismo sin depender de nada, no es una cosa natural más. Es la razón del mundo sin ser el mundo. De Él procede el orden que el mundo posee y descubre la razón subjetiva, personal, de los hombres cuando alguien logra demostrar un teorema o encerrar en una fórmula los movimientos de los planetas.

Esto es algo de lo que piensa Benedicto XVI cuando habla de Dios.

Share

Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
Esta entrada fue publicada en Filosofía teórica, Metafísica, Teodicea. Guarda el enlace permanente.