Educación de los mejores

Lo peculiar de nuestro tiempo es la interacción entre los gustos de la masa y una gran eficiencia lograda por las técnicas para satisfacerlos. El gentío es el amo. Quiere esto, lo otro, lo de más allá… viajes, alimentos bien sabrosos, ropa de marca, vacaciones, sexo, alcohol… Quiere todo, aunque en el fondo quiere todo eso porque no sabe querer. Un filón para el mercado en todo caso. Para la producción de cosas, la cual, ayudada por la tecnología del presente es capaz de producir mucho más de lo que el gentío pide.

Ocurre, sin embargo, que las técnicas, dotadas del máximo prestigio a los ojos del gentío carecen en cuanto tales de principios morales o estéticos. ¿Cómo no? A un físico se le puede encomendar el diseño de una central nuclear, a un genetista el de un clon humano. Saben hacerlo. Otra cosa es que deban hacerlo. Eso no pertenece a su especialidad. No es que estos personajes sean inmorales, no. Es que los principios que podrían regir la vida de las masas no son tales principios. Son valores, como los de la bolsa. Suben y bajan de cotización. Es decir, son convencionales y pueden ser más amados por unos que por otros. Incluso pueden ser seguidos un día sí y otro no. En estas condiciones la educación moral se sustituye por el condicionamiento… para seguir comprando. Lástima que la crisis amenace este sistema tan bien ensamblado mientras había dinero en abundancia, dinero que incrementaba la oferta y aumentaba la demanda en una espiral que parecía no tener fin.

Ahora parece que muchos están despertando de su sueño dogmático, de su estado de bienestar.

Poco puede esperarse en estas condiciones. Una educación universal no producirá excelencia. El consejo es cultivar el propio jardín, como Epicuro, y buscar para sí mismo al menos los placeres puros del espíritu. No es solo un consejo. Estimo que es también una obligación una vez que la mayoría ni siquiera desea saber que existe este camino.

Pero no se trata de pertenecer a los mejores para guiar a las masas. Eso es un viejo sueño siniestro, una pesadilla en realidad. Así que ni siquiera se debe desear. Recuérdese que al grupo de los mejores pertenecieron Marx, el padre del comunismo, y Nietzsche, el abuelo –putativo, se dice- del nazismo. La buena educación tiene que ir unida a la prudencia si no se quiere correr el riesgo de repetir los terremotos que sacudieron el siglo XX. La política no se debe despreciar. Tampoco se deben esperar imposibles de ella. ¿O vamos ahora a retornar a las directrices visionarias y utópicas? Eso no es propio del hombre prudente y bien educado.

El diagnóstico es poco esperanzador, sin duda. Pero, amigo mío, lo que yo digo es que es fácil ganar en el juego cuando se tienen buenas cartas y que cuando son malas es inútil lamentarse y abandonar la partida. En vez de eso hay que poner más inteligencia y más pasión para ganar.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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