Esencia y realidad de la técnica

Capítulo primero. Naturaleza y técnica.

(& 1.º) Historia de la técnica.

1) Se puede hacer historia de escala menor e historia de escala mayor. La primera no abarca más allá de 5.000 ó 6.000 años. Solamente desde el siglo pasado se hace historia de escala mayor, contando con que el mundo tiene varios miles de millones de años y el hombre varios millones.

2) Han sucedido estas dos formas de hacer historia para la técnica. Aristóteles hizo historia de escala menor. La naturaleza, decía, llega las más de las veces a su perfección por sí misma. El pino llega a pino, el niño a hombre, el potro a caballo, etc. El hombre llegaría a su perfección si fuera filósofo, decía también. Cuando una cosa llega a su fin llega también a su final, pese a que alguno llega a lo segundo antes que a lo primero.

(& 2.º) Qué es naturaleza.

Una cosa es natural cuando por sí misma llega a un final que es su fin. El ojo es natural porque llega por sí a ver, que es su fin o finalidad, y ahí se queda, sin ir más allá, sin ver, por ejemplo, los rayos X, los gamma, etc.

(& 3.º) Naturaleza: fin y final de la técnica. Etapa naturalista de su historia.

A veces una cosa natural, decía Aristóteles, no llega a su fin y final por un accidente: el niño no llega a ser adulto, el potro muere antes de ser caballo, etc. En esos casos la técnica tiene la misión de terminar lo que la naturaleza no terminó. El fin de la técnica es, según esta manera de ver, la naturaleza. Si el ojo no ve bien, las gafas arreglan ese defecto devolviéndolo a su ser, a su función.

Técnica naturalista.

Naturaleza y técnica se oponen, pero se complementan. Se oponen sólo inicialmente, a decir verdad, porque en realidad la técnica está al servicio de la naturaleza y no puede ir más allá de ella.

Por esto la técnica visual tiene que valer para corregir los defectos naturales de miopía, presbicia, etc., pero no para dar visión microscópica, telescópica, etc.

En conclusión:

  1. La naturaleza de cada cosa tiende a llegar a su perfección propia.
  2. La finalidad de la técnica no puede ser otra que reponer esa perfección si se ha perdido o alcanzarla si no se ha llegado a ella.
  3. La naturaleza es fin, la técnica medio.

(& 4.º) Secuelas inmediatas.

1º) Muchos aparatos naturales hay entre nosotros, según lo dicho: pico, pala, azada, arado, caballo, buey, vela, timón, selección natural, etc. No son naturales: excavadora mecánica, tractor, barco de vapor, de electricidad o de propulsión nuclear, selección artificial, etc.

2º) Si fuera cierto que lo natural es límite de lo técnico, límite real además de moral, entonces cada vez que un invento técnico rebasara ese límite tendría que ser inútil. Más allá de la capacidad del cerebro no sería posible hacer cálculos, más allá de la comida “natural” (carne, frutas, etc.) no sería posible tener alimentos, más allá del sexo “natural” no sería posible tener hijos, etc.

Todo lo artificial sería inoperante, pues sólo lo natural lo sería. Este fue el convencimiento profundo de los griegos, los romanos y los medievales. Por eso no se les pasó por la cabeza el que la técnica pudiera sobrepasar lo natural, y como no se les pasó no pudieron intentarlo siquiera.

3º) Si la naturaleza hiciera casas las haría como las hace ahora la técnica, la arquitectura. Si la técnica hiciera vivientes los haría como los hace la naturaleza. Esto decía Aristóteles. Lo cual es consecuencia de su idea de que la misión de la técnica es llevar a la perfección lo que la naturaleza, por un accidente, no ha podido llevar hasta ahí. Pero cuando la naturaleza llega por sí misma la técnica no hace otra cosa que imitarla.

Lo que producen los hombres artificialmente podría producirlo la naturaleza. No lo hace por un accidente, pero no porque no le sea posible hacerlo. Los árboles podrían dar flautas, las montañas casas, etc. Aristóteles, que era consecuente, no se arredró ante estas consecuencias. Otros no lo son tanto.

Contra esta actitud de Aristóteles puede verse mejor la del hombre técnico actual, el que empezó en el Renacimiento, para quien lo natural se está convirtiendo en material bruto para los fines que él inventa. La naturaleza ya no es para él fin y final. Pero esto se verá más adelante.

4º) Muchas maneras hay de no respetar lo natural. Una consiste en hacerle explotar. Es nuestra técnica actual. La anterior fue analizadora de lo natural. Antes aún fue la imitadora de lo natural. Son las tres fases de la técnica.

Se hablará ahora solamente de la primera, de la técnica que respetó lo natural. Es la etapa de encubrimiento de los secretos de la realidad, etapa simbolizada por el episodio de Noé y sus hijos. Sem y Jafet taparon los órganos de la generación del padre por respeto. Cam simbolizó el siguiente periodo, el del desvelamiento de secretos.

Pero eso que se oculta en la naturaleza es precisamente lo más interesante que puede saberse de ella. En la parábola de Noé se oculta justamente la fuente del ser. Cuando hay ocultamiento no puede haber técnica de ninguna clase, a no ser por casualidad. Tampoco puede haber teología, ciencia, filosofía, etc. Si se considera como un secreto que debe ocultarse la fuente de la Autoridad, entonces ésta no se entiende y hay teocracia, o autoritarismo. Cuando se mantiene como un secreto la proporción entre los lados de un triángulo rectángulo, como hicieron los sacerdotes egipcios, no se llega a hacer el teorema de Pitágoras. Ni siquiera se llega a saber lo que es un teorema y así no es posible hacer geometría, matemáticas.

Cuando todo es secreto que no debe desvelarse no puede haber ciencia ni técnica, porque el pensamiento no puede lanzarse a su propia aventura, a la aventura de sí mismo.

Son los griegos los primeros que en nuestra historia quisieron ver, levantar los velos que otros habían tendido sobre la realidad. La verdad fue para ellos des-velamiento, des-ocultación, des-encubrimiento. Alétheia.

La parábola griega, contraria a la de Noé, es el problema de la duplicación del volumen de un cubo. Se declaró la peste en Atenas y Apolo exigió que, para erradicarla, había que duplicar el volumen de un altar de forma cúbica erigido en su honor. A primera vista bastaba con duplicar la longitud de la arista, pero el resultado no era el doble del volumen, sino un volumen ocho veces mayor:

a=2, V=23, 23=8.

a=4, V=43, 43=64.

Había que proceder por tanteo: un poco menos del doble, pero no resultaba; un poco más de la mitad del doble, etc. Tampoco. Hasta que alguien se dio cuenta: había que hallar la raíz cúbica del doble de la arista elevada a la tercera potencia. Con ello había hallado la solución de las ecuaciones de tercer grado:

a3 -2 = 0

Claro está que con esta fórmula no se cura la peste. Ni siquiera un simple catarro se cura. Pero a vueltas con esa fórmula y otras semejantes, a vueltas con la matemática y la ciencia, y con sus aplicaciones técnicas, sí se cura la peste, el catarro, la gripe y muchas otras enfermedades cuya solución únicamente Apolo conocía, respetando los demás su decisión. La salud, el control de la natalidad y otras muchas cosas se hacen posesión de los hombres normalmente arrancándoselas a algún dios o autoridad superior que hasta el momento mantenía ocultas. Para ello hay que dejar de respetar el ocultamiento de la naturaleza.

Con todo, no fue suficiente el desocultamiento emprendido por los griegos. Todavía fue necesario algo más, pues, como se ha visto más arriba, todavía ellos seguían manifestando algún respeto, pues concebían lo natural como el fin de la técnica.

Capítulo segundo. Tipos de técnica.

(& 1.º) Causas naturales. Técnica naturalizada.

1) Alguna vez descubriría alguien, quizá por casualidad, que un leño flota. Descubrió otro fin que el dado por la naturaleza. Descubriría asimismo que un buey sirve para tirar de la carreta o del arado. Y así sucesivamente.

Esto no es otra cosa que dar a los seres otro ser: el buey es animal de tracción, la hoja de parra vestido, el tronco barca, etc.

2) con las primeras técnicas aquellas ya se puso de manifiesto que el ser es instrumento. El ser no es ser y la está, como dijo Parménides. “El ser es, como dijo Platón, miles de miles de veces y de miles y miles de maneras no ser”.

Esta es la primera técnica que existe, la técnica naturalizada.

Aristóteles fue de otro modo: el ser es lo que acaba siendo. Sólo que a veces no acaba. ¿De dónde se sacó Aristóteles esa convicción sobre la naturaleza, si no fue de la idea que tenía sobre la técnica?

De esa idea procede, por ejemplo, que el hombre no es hombre hasta que no es lo que puede ser. Hasta que no llega a su fin: ser político, vivir en pólis.

(& 2.º) Técnica naturalista: definición y contraposiciones.

1) Vemos como algo natural que haya proporción entre la magnitud del efecto y la de la causa: que los brazos de un hombre muevan 15, 20 ó 100 kgs., pero no diez toneladas. Fue Newton el que formuló esa proporcionalidad, diciendo que la masa es finita. Física de analizadores. No fue posible para la física de analizadores, como no lo fue para los romanos, los griegos y los medievales, descubrir que lo grande es que haya una gran desproporción entre la causa y el efecto, que a una causa mínima corresponda un efecto máximo.

Pasar a este tipo de técnica es lo que ha hecho el hombre moderno.

2) Decía Aristóteles que no se debe saltar de género a género. Pero la ciencia y la técnica actuales lo han hecho. Se verá mejor siguiendo el marco clásico de las cuatro causas.

(& 3.º) Las cuatro causas en naturaleza y técnica.

Cuatro son las causas que, según Aristóteles, intervienen en la producción de un ser cualquiera: la material, la formal, la eficiente y la final. Cuando un escultor hace una estatua de mármol para que sirva de objeto de culto, la causa material es el mármol, la formal la figura que queda esculpida en él, la final es el fin a que se destina, el culto, y la eficiente es el escultor mismo. Éstos son cuatro elementos conceptuales de la teoría aristotélica que sirven a su autor para dar razón del movimiento, la sustancia, el primer motor inmóvil…

  • Orden de causa eficiente.

“Automóvil” es una palabra abandonada hace tiempo por las ciencias. Aprovechémosla. Automóvil es lo que se mueve a sí mismo, lo que se mueve solo.

Aristóteles creía que solamente se mueve a sí mismo el ser vivo. Era un tiempo en que no se disponía de la ley de inercia. Ahora que disponemos de ella, sabemos que todo cuerpo dejado a sí mismo se moverá con movimiento rectilíneo y uniforme para siempre. Y que se moverá solo.

En la entraña de la materia, allí donde se da el paso al límite, como dicen los matemáticos, se comprueba que las cosas se mueven solas. De allí toma su energía el motor de explosión. La entraña de la materia es infinidad, infinidad real que puede ser estructurada y montada por medio de artefactos construidos por el hombre. Un ejemplo: 100 kgs. de materia producirían 215 x 1012 kw/h, un billón de kw/h.

La técnica sí que ha dado el salto de ser objetos movidos por otros, como sillas, mesas, etc., a ser objetos que se mueven solos, como un motor. El salto ha sido simultáneamente salto de lo finito a lo infinito, a lo ilimitado.

Pero esos saltos, pese a que descalifican a los anteriores, no bastan para hacer que los anteriores dejen de existir. De hecho hoy conviven los boyeros y los ingenieros nucleares.

(2) Orden de causa formal.

La materia es por todas partes la misma, pero no las cosas que se hacen de ella. De la misma materia se hacen la flor, el pino, el río y el hombre, pero eso no los hace iguales. El ser de la materia que todo lo compone no es el ser de los compuestos.

La naturaleza da los compuestos, las formas o especies. Estas son siempre las mismas, según creían los antiguos y muchos modernos. Para todos ellos el firmamento estrellado y toda la multitud de plantas, animales y hombres no hacen otra cosa que repetirse. Los modernos creen que de vez en cuando se produce un nuevo ser por selección natural. Lo han aprendido en Darwin. El proceso es lento, piensan, y solamente hay constancia del mismo por los restos fósiles que haya dejado.

La técnica, por el contrario, genera formas nuevas velozmente, formas alejadas de las naturales, por más que Aristóteles creyera que colabora con los fines de la naturaleza y que, por tanto, es natural. Tan alejadas están de las formas naturales como un género lo está de otro, como el felino, por ejemplo, del cérvido y éste del homínido.

Por esto no puede aceptarse que la técnica imita la naturaleza. Por esto no puede el hombre volar imitando a los pájaros. Si se hace unas alas y se arroja al vacío, creyendo que se sostendrá en el aire agitándolas, es seguro que caerá en picado y se romperá la cabeza contra el suelo. Un avión no es un ingenio que se parezca al ave, sino otra cosa. Por eso vuela, porque en su diseño se ha abandonado la anatomía y fisiología del ave. En ésta hay conexión entre muchos órganos y sus funciones: el estómago con el sistema nervioso, con el linfático, con el circulatorio, etc. En el avión solamente hay una función, la de volar, y con vistas a ella está todo lo demás organizado y regulado. Luego el volar se puede separar de lo natural. También, por el mismo motivo, el calcular, el ver, el andar, el oír, etc. La existencia del teléfono, del televisor, del ordenador, del radar, de la calculadora, etc., son una prueba de que las funciones naturales se pueden separar de los órganos naturales y reproducirse todas ellas en artilugios técnicos. No es, pues, necesario que sean funciones adquiridas por nacimiento, por naturaleza.

Si no se pudieran separar entonces no se podría volar más que siendo ave, ni nadar más que siendo pez. Para poner en acción esas funciones habría que cargar con la naturaleza y con las obligaciones que impone. Había, por ejemplo, que alimentar a los mulos incluso cuando no trabajaban. Eso hacía el campesino antiguo. El moderno no necesita hacerlo, porque su tractor no tiene más que una función y cuando no la ejerce no exige nada. Lo natural está sujeto a su propia naturaleza y cada parte suya a todas las demás. Lo técnico es diferente. La realidad natural es la realidad de los compuestos, de los compuestos sustanciales. La realidad técnica es de diferente género.

La realidad técnica moderna es un género diferente de realidad. No es de compuestos sustanciales, pero tampoco es una simple mezcla de cosas. Cada objeto técnico -una calculadora, una lavadora o un coche- es un conjunto de componentes que obedecen a un plan. Ahí reside la diferencia. El plan es el orden que se ha seguido en el montaje de las piezas y lo que se ha de seguir después para asegurar una vida prolongada del aparato. El plan se ve muchas veces en el folleto adjunto que le dan a uno con el aparato.

Los planes de la técnica son el equivalente no natural de los compuestos sustanciales, esencias o formas naturales. Las esencias eran fijas, según la creencia antigua, o poco cambiantes, según la moderna de Darwin. Los medievales creían que algunas esencias no podían ser hechas ni siquiera por Dios, porque en sí mismas no eran factibles, no porque a Dios le faltar poder para hacerlas. Dios, por ejemplo, podía hacer centauros, pero no círculos cuadrados. Podía hacer todo lo que no fuera contradictorio. La naturaleza era para El material con el construir formas, si bien las había creado de una vez por todas. Lo que ahora se puede decir del hombre es que se ha convertido en un ser que ha hecho de las formas naturales material para nuevos inventos, para nuevos seres. Así se comporta incluso con su propio ser. Ha nacido hombre, es decir, animal, vertebrado, mamífero, primate, etc., pero se está convirtiendo en muchos otros seres. El hombre es un inventor de formas.

  • Orden de causa final.

Si seguimos pensando que lo natural es fin y final por sí mismo y que la técnica no pasa de ser un medio es porque durante toda la historia de la humanidad hemos vivido en un paisaje natural. Pero desde hace unos doscientos años vivimos en un paisaje artificial, como dijo Ortega y Gasset. Luz eléctrica, cocina, libros, televisores, relojes, agua corriente, etc. Poco o nada hay en nuestro mundo que no sea artificial. Este es nuestro mundo. Basta mirar alrededor para comprobarlo.

Examínese el caso de la comida y la bebida. La leche es pasteurizada, el agua yodada, la carne tratada con antibióticos, la fruta curada con plaguicidas, etc. Siguen siendo cosas naturales artificialmente trabajadas. Las comemos y bebemos todavía con los órganos naturales, con la boca y las manos, pero en caso de gravedad nos alimentan ya con sueros que entran en el cuerpo por canales no naturales. ¿Cuánto tiempo falta para que comamos y bebamos cosas artificiales tratadas artificialmente?

Esto no es inverosímil. Los alimentos no son digeridos hasta que se convierten en estructuras moleculares, hasta que dejan de ser leche, carne, pan, fruta, etc. Bajo esas formas serían indigestos. La naturaleza nos los da y nuestro aparato digestivo los convierte en otra cosa para digerirlos. No los digerimos tal como vienen naturalmente, sino que digerimos las proteínas, los ácidos nucleicos, las micromoléculas, etc. Ahí es donde está el comer, el beber, incluso el vivir.

En esto la naturaleza ha llegado hasta el límite que no puede rebasar. Hace mucho tiempo que los alimentos naturales han llegado a su fin y a su final. Ahora son una barrera. Como el que, al llegar a lo alto del monte, ve que no puede subir más. Y es cierto que no se puede subir, pero para la naturaleza. La técnica actual empieza justamente donde la naturaleza abandona la ascensión porque ha llegado al final. Se toma lo natural como un trampolín para saltar y llegar más alto, mucho más alto.

Nos preguntamos ahora si, dadas estas circunstancias, el hombre actual tiene algún fin y algún final. Por el momento puede darse una respuesta negativa: que si hay para él alguna meta, algún fin, lo cierto es que está mucho más allá de las metas naturales y éstas son para él el principio del camino, no el final.

Una cosa parece clara, que la felicidad del cuerpo o del alma, el bienestar o el descanso de ambos, no son fines de la técnica actual. El fin es en todo caso lo contrario, no descansar en nada, no detenerse. Pero esto no es una respuesta, claro está, pues lo que se está diciendo con ella es que no hay fin ni final.

Se puede intentar dar una diciendo que el fin del hombre técnico actual es estar dispuesto a todo. Se diferenciaría este fin de los pasados lo que se diferencia el pago en especie del pago en dinero, porque el segundo pone a disposición de nuestra voluntad todo lo que a ésta se le antoje, en tanto que el primero la fuerza a contentarse con objetos concretos. El pago en especie significa la finitud, el pago en dinero la infinidad. Esta, la infinidad, sería la esencia del hombre técnico actual, porque no se contenta con los fines concretos, delimitados, a que cada cosa está destinada. El dinero es uno de los grandes inventos de este hombre nuevo, uno de los que mejor lo representan. También las geometrías no euclídeas, nacidas del descubrimiento de que es posible elegir alguna de las alternativas a la geometría clásica y desarrollarlas convenientemente.

La humanidad técnica actual ha recorrido la geometría de Euclides, el derecho romano, la teología católica, la aritmética de Arquímedes, la física de Newton, el sistema capitalista, el sistema comunista, etc., y todos ellos los ha rechazado. ¿Qué queda en pie? Ella sola, disponible para lo que sea y dispuesta a todo. Todas esas cosas, instituciones, creencias, costumbres, medios de producción, sistemas políticos, etc., existieron en su tiempo como cosas únicas y cerradas, igual que los objetos dados como pago en especie, como fines definitivos que no era posible rebasar, como fines y como finales. Pero nuestro tiempo las ha rebasado y las ha transformado en objetos de museo. Incluso los valores morales han sido rebasados: “No hay que ser esclavos de los vicios ni de las virtudes”, decía Nietzsche.

Toda la física de nuestro tiempo es negación de la creencia en cosas cerradas, hechas y completas de una vez por todas. Un ejemplo: no existe la luz como un objeto, sino que la luz es una propiedad de un número asombroso de objetos que debe contarse por exponentes de diez: de diez elevado a ochenta, por ejemplo, como si ese número estuviera cerca de nosotros porque se trata de un diez y un ochenta. No se admite que haya cosas, sino propiedades de las cosas.

Esto nos da una posible respuesta: no existe El Fin de la técnica, como no existen El Fuego, La Justicia, etc. Lo que hay en su lugar es un auténtico enjambre infinito de fines, de fines que son propiedades de elementos existentes en número inmenso, como la presión lo es de las moléculas.

No es que el fin de la técnica sea la infinidad, sino la permanente e inagotable disponibilidad. Las cosas ya no tienen ser, sino propiedades; todos los fines y finales de las cosas son campos de posibilidades para nuevas exploraciones e inventos.

No hay fines que delimiten y definan. Los fines-finales son simples estaciones para desplazarse a otro punto. En todos los órdenes es así: en el físico, el moral, el religioso, el político, el económico, el social, etc. No parece posible contener este ímpetu que sólo sabe romper los diques que tratan de contenerlo. No debemos extrañarnos de nada.

  • Orden de causa material.

¿Cuenta el hombre con suficiente material para empresa tan grande? ¿Hay tantas posibilidades en la materia?

En el orden de la materia física parece que sí. Lo prueba Einstein con la fórmula (E = mc2 )en que hace equivaler la masa y la energía, el cuerpo y la luz. Baste como ejemplo de ello saber que con un kilo de cualquier materia se puede producir la cantidad de 25.000.000.000 kw/h.

Esto es un cálculo teórico que prueba que hay materia, más de la necesaria, para los fines que el hombre se proponga. Pero no estaba disponible cuando Einstein publicó su fórmula, allá por 1920. Que lo estuviera más tarde fue un descubrimiento de Hahn y Strassmann en 1938.

Estos científicos descubrieron que el uranio podía estar al alcance de la técnica del momento y que con medio kg. se podía obtener el equivalente a 10.000 toneladas de dinamita y alcanzar la temperatura de 10.000 millones de grados, superior a la del centro del Sol, y que la presión en el centro de la explosión sería de varios billones superior a la de la atmósfera.

Cómo hacerlo fue invento de Fermi, Oppenheimer, Teller, etc. Ellos inventaron el ser real, la materia como explosivo. Todo explota. Este fue su invento. Esta afirmación, que es verdadera, no se habría alcanzado si no se hubiera encontrado materia a propósito para ello y si no se hubieran inventado técnicas para demostrarlo.

En otro orden de cosas que el de la física, Hegel había dicho algo parecido: que toda realidad es inquieta e inestable porque tiende a sobrepasar sus límites. De lo que aquí se trata es de que la técnica demuestra lo mismo. Con una sola condición: que encuentre material para hacerlo. Lo que no parece un grave problema, dado que el material se halla en lo profundo. De lo profundo de la realidad habló Aristóteles diciendo que es materia prima. Hablando de lo mismo, Demócrito dijo que es átomos y vacío. Nadie le hizo caso entonces. En el siglo XIII David de Dinant dijo que Dios era la materia prima y Santo Tomás lo llamó stupidissimus. Pero ahora hemos comprobado ya que lo profundo es potencia pura, omnipotencia. Lo profundo, de lo que todas las cosas naturales estamos hechas.

La materia no es reposo y quietud, sino energía, automóvil. Así es el estado atómico. La base de todo se expande y explota. Un volcán. Esa materia da lo necesario para hacer cualquier cosa. Demócrito y Dinant lo entrevieron. Ahora lo saben con certeza otros: Hahn, Strassmann, Teller, Oppenheimer, etc. Y no necesitan sus ojos y sus oídos, como pensó Demócrito, que tienen otros ojos y otros oídos: contadores Geiger, cámaras Wilson, aceleradores de partículas, etc. Y no piensan como los mortales comunes, sino con ecuaciones diferenciales, cálculo de probabilidades, etc. Son sentidos y conceptos a la altura de lo profundo de la realidad. Los demás, los que creyeron que con los sentidos naturales y los conceptos naturales se puede comprender lo profundo, han quedado atrás. Así no es posible ver que la luz es piedra y la piedra luz. Así no se puede llegar al estrato nuclear de la realidad.

Heisenberg, heredero remoto de Demócrito y de Platón, corrige la idea del primero haciendo notar que el átomo no es eterno, sino lo que tiene más posibilidades de cambiar. Que se puede transformar en todo. De ser todo puede pasar a ser cualquier cosa. Lo específico de una partícula atómica es que puede cambiarse en otra sin dejar un solo resto. Esto es, dicho sea con las reticencias debidas, la transustanciación.

Luego hay con qué realizar la empresa de la técnica actual. El cómo es cuestión de tiempo y de acierto. Pero la sustancia del universo, que es divina, ofrece campo sobrado para el trabajo. Si la sustancia del universo es divina, dicho sea de paso, entonces la moderna matemática y la moderna teoría física son la auténtica teología.

Segunda parte. Humanización de la técnica.

Capítulo primero. Humanización racional de la técnica.

Si partimos de la actualidad y retrocedemos en el tiempo creemos espontáneamente que los hombres han tenido cada vez menos técnica, hasta que, en el extremo, ya sea el Neanderthal, el Australopiteco o cualquier otro antecesor nuestro, imaginamos que existe el mínimo posible de técnica, incluso ninguna. Sólo un poco para ayudarse con las manos a comer y recolectar alimentos.

Pero entonces también el primitivo ha había humanizado la naturaleza, pues humanizarla es justamente tener técnica. Pero eso sólo es posible si el hombre se sabe distinguir del animal y de la planta y, por ello mismo, se comporta de modo distinto. Para eso hay que inventar maneras de saberse distinto y actuar de forma distinta.

Podría tratarse de un error, porque, en primer lugar, el primitivo es de manera tan directa un ser natural que ni siquiera sabe que lo es -le falta su opuesto, el ser artificial, que es imprescindible para poder uso de aquel- y, en consecuencia, no puede comportarse como un ser distinto de la naturaleza.

En segundo lugar, porque el hombre primero sería hombre en la medida en que dejara de ser criatura de la naturaleza, se hiciera distinta de ella y la utilizara para sus propios fines. En la medida en que se hiciera señor de lo natural.

En tercer lugar, porque propiamente hombre es el que inventa la manera de no ser criatura, ni de la naturaleza ni de nadie. Incluso inventa la manera de no ser su ser previo, señor de lo natural, y se hace inventor, creador. Inventor de productos que son criaturas nuestras.

(& 1.º) Hombre primitivo. Naturaleza-técnica.

El primer estado de la historia, el estado natural, consiste en ser algo, un hombre, una planta, etc., y no serlo íntegramente de sí. Ejemplo: la inmensa mayoría de las mujeres pasa su vida sin poseer plenamente su cuerpo, por la vista, el goce, la actividad, etc., ni su alma, por la reflexión. El cuerpo tiene que ser bendecido o legalizado antes de su uso. El alma también tiene que seguir los cauces oficiales para poderla usar.

En esto consiste el primitivismo, el naturalismo, en ser en sí mismo, pero no ser de sí mismo. Cuerpo y alma son de la Religión, de la Ley, de la Naturaleza, no de quien los vive. Su ser es él, pero no es de él.

Lo contrario es ser hombre humano, no natural. Es la gran hazaña ontológica: ser hombre y serlo de uno mismo, dejar de ser en otro, sean la Iglesia, el Estado, el Partido, etc. En esta lucha se cifra la Historia del Mundo. Mientras es en otro, el hombre está alienado.

Esto no es metáfora: a cada paso que damos tiembla el universo, se estremece la luna. Pero esto es cierto después de Newton, no antes. Más aún es cierto después de Einstein. El campo gravitatorio de cualquier partícula se extiende a todo el universo. De lo que pasa en el cuerpo del hombre, y más aún en su alma, se entera también todo el universo. Digámoslo ya de una vez por todas: nuestro cuerpo no se acaba donde termina nuestra sensibilidad, sino que llena todo el mundo. Día llegará tal vez en que lo sintamos.

Entretanto no lo sabemos ni lo sentimos. Más bien nos sentimos como criaturas del universo, como cosas suyas. Así es el hombre primitivo, que no se apodera de su ser. En ese estado no es fácil ni probable que surja una técnica. Es sumamente improbable, pues la técnica la hace el que decide servirse del universo, para lo cual tiene antes que dejar de sentirse como cosa suya, de él.

Los actuales hombres no somos primitivos, pero tampoco modernos. Somos híbridos. Mezcla de ser natural y señor de la naturaleza.

(& 2.º) Hombre primero. Técnica naturalista.

1) No es lo mismo el que una cosa sirva para algo, porque se le encuentra casualmente ese uso, como Adán y Eva, que se dieron cuenta por casualidad de que una hoja de parra sirve para tapar lo que no debe verse, y que sirva para algo porque se la ha fabricado con ese fin preciso.

Descubrir que una cosa nacida naturalmente de la naturaleza sirve para usos inverosímiles es cosa propia del hombre natural. Que sirva para los mismos usos porque ha sido conscientemente fabricada es algo muy distinto. Entre ambos estados hay un largo camino que el hombre ha recorrido. Es el camino que parte del hombre como criatura natural, como siervo de la naturaleza, y termino en el hombre como señor de ella, como creador. Inversamente, la naturaleza empieza como señora y termina como sierva.

2) El mundo humano está compuesto por los descubrimientos que marcan ese camino, el que lleva desde la naturaleza como señora hasta la naturaleza como criada. Más humano se será cuanto más cerca se esté del final.

El criado va descubriendo las flaquezas de la dueña y la va dominando hasta ponerla a su total servicio. Lo extraño es que el mundo que brota de esos descubrimientos resulte ordenado. Pero, dejando esto de lado, lo que queda es que la naturaleza, el ser, se va haciendo de arcilla en manos del alfarero, del hombre.

El primer hecho de la historia humana tuvo lugar cuando un hombre hizo por primera vez que la señora se hiciera sierva. Antes de aquel acontecimiento no había historia humana, sino historia natural. Merced a aquel hecho pasó el hombre natural a ser el primer hombre propiamente tal, el primer hombre real y verdadero. Entonces empezó a convertir la realidad externa a su persona en mundo suyo. Un resultado de ello fue que él mismo dejó de ser animal y se hizo hombre. El macho se hizo varón, la hembra mujer, los cachorros hijos, el jefe de la manada se hizo rey y así en todo lo demás. Se trataba de propiedades naturales no producidas por el hombre, pero utilizadas por él para otros fines. Esas propiedades así utilizadas constituyen el mundo humano. Son cosas como el sexo, la fuerza, el alimento, etc. La propia naturaleza humana empieza a ser sometida. Comienzo del hombre, comienzo de la historia.

El hombre empieza, sí, a separarse de la naturaleza, pero su técnica es todavía técnica naturalista. Técnica de carros, bueyes, lanzas, gallinas, etc. Son todavía cosas naturales, pero sirven al hombre para otro fin. Criados del hombre, pero con su ser propio, igual que esclavos de guerra, que son hombre por naturaleza, pero esclavos por sujeción. Esta es la técnica natural, hecha por un hombre todavía natural.

Bien mirado, el hombre natural no ha existido nunca. Sería un animal, pero el animal no se sabe distinto de la planta, aunque es distinto de ella. El animal se sirve de otros animales y de las plantas, pero no explota ese servicio. Por eso no guarda el agua en vasijas, sino que la deja correr, ni de su instinto sexual hace nacer familias, sino que lo deja correr igualmente. El hombre, por el contrario, ha disciplinado siempre esas energías. El hombre nunca ha sido un animal.

3) El hombre siempre ha utilizado como sirvientes a las cosas naturales, en tanto que el animal se ha adaptado a ellas. Uno es señor, el otro criado.

El hombre de técnica naturalista tiene como modelo el Génesis bíblico: “Os he dato todo vegetal que lleve frutos… para que os sirva de alimento; y todos los animales de la tierra, y todas las aves del cielo… para que tengáis de qué comer” (Génesis, I, 29-30). Dios ha creado las cosas para que sirvan al hombre. No hizo cordero al cordero y agua al agua, sino comida a uno y bebida a la otra. En calidad de comida y bebida sirven al hombre.

La naturaleza está hecha para servir al hombre y el hombre para servir a Dios. La naturaleza no es naturaleza, sino criada. No se tiene por fin a sí misma, sino al hombre. No está en su ser. Lo mismo el hombre, que tampoco se tiene por fin a sí mismo, sino a Dios. Tampoco está en su ser. Dios no hace antropología, sino religión, ni hace teología, sino teocracia.

El griego pensó mejor que el judío: los dioses son hombres inmortales nada más, sometidos, como todas las cosas, a las Leyes de la Moira. Más tarde, la religión cristiana, embebida ya de filosofía griega, identificó las Leyes de la Moira con Dios. Dios fue el Ser.

La diferencia es grande. Una vez que se deshacen de la teogonía de Hesíodo y de la teología de Homero, los griegos vea a Dios como un magnífico ejemplo, el supremo, de ser. Es el centro del ser, desde luego, pero a la manera en que un punto es el centro del círculo. Pero obsérvese bien: el centro de un círculo es un punto que no se diferencia en nada de los otros y no sería centro si no existieran los de la periferia. Así es la ontología, una de cuyas partes será la teología, que tratará del ser principal, de Dios. Así lo pensó Aristóteles.

Esto es una desacralización de lo real. El ser es el mismo siempre, ya sea el de Dios o el de las criaturas. Pero entonces el hombre ya no tiene a quien servir. En efecto, el hombre, que piensa, dice Aristóteles, es de la misma naturaleza, del mismo ser, que Dios. En esa situación el herrero ya no es herrero por obra y gracia de Vulcano, el dios de la fragua, ni el cazador es cazador por obra y gracia, por regalo, de Apolo, el dios flechador. Ahora el hombre es herrero o cazador por sí y en sí, no por otro y en otro.

El camino ha consistido en hacer de la teología ontología y de la teología cosmogonía. Hay que agradecérselo a Aristóteles en gran medida. Es lo que permite que el matemático demuestre un teorema sin tener que recurrir al oráculo, que el geólogo calcule las edades de la Tierra sin tener que recurrir al libro del Génesis. La ontología abre la puerta a la impiedad.

Pero la ontología pecó de esencialismo: cada cosa es lo que es y no otra cosa diferente de sí. De ahí que la función del hombre fuera descubrir lo que las cosas son, porque se supone y acepta que el ser de las cosas está oculto. Descubrir, desvelar, el ser de las cosas, rasgar el velo que las oculta, no es hallar si sirven o no para algo distinto. Eso carece de importancia. Las cosas son lo que son. Lo demás, que tengan una u otra utilidad, que se presenten de una manera u otra, es accidental, no tiene importancia.

Esto es contrario al ser del hombre del siglo XX, aunque no todos los hombres de este siglo se hallen en el ser que les corresponde, porque el hombre nuevo sabe que es inventor, creador, de cosas nuevas, de cosas que no son siempre lo que son. El nuevo hombre es un rebelde ontológico.

El esencialismo impide que surja una sociedad nueva, una sociedad no natural, una sociedad que es y vive en un paisaje artificial, el primer paisaje artificial que ha existido, porque el nuevo hombre lo ha hecho y se ha hecho.

Tenemos, por tanto, dos fases hasta el momento: la del hombre primitivo, o natural, y la del hombre primero. La tercera, que queda para más tarde, es la del hombre nuevo, el actual. Vemos ahora solamente la segunda fase.

El hombre de esta fase se distingue del de la anterior en que desvela el ser, en que es analizador de lo real. Dejadas a sí mismas, las cosas muestran a veces lo que son, a veces no. Pero si se las analiza de forma sistemática y planificada presentan componentes que no se pueden observar: elementos, átomos, etc. Que algunas cosas son agua es obvio para cualquiera. Que todas sean agua sólo se le puede ocurrir a quien no se fía de lo que ve con sus ojos, por más naturales que sean, y desentraña, descubre, lo natural con su inteligencia. Que la luz ilumina es también claro para cualquiera. Que es un compuesto de fotones sólo para quienes no se contentan con lo que sienten de ella.

Pero ésta es actitud pasiva. Comprende la realidad, pero no la toca. Hace poco, con Einstein, Fermi, Plank y otros se ha vuelto activa. El ontólogo pasivo ha llenado el mundo de aparatos y de teorías que se limitan a aprovechar lo que las cosas descubren por sí mismas o lo que los hombres descubren en ellas: termómetros, barómetros, física de Galileo, física de Newton, de Carnot, libros, lámparas, edificios, transportes, etc. Es la humanización racional del universo. El hombre racional ha visto que el hombre es racional y ha hecho un paisaje racional. Es el primer hombre de verdad, el señor racional del universo.

Pero ésta es solamente una fase de la técnica. La siguiente es la de hombre creador. Una cosa es definir, otra hacer. Un ejemplo: el radio y el uranio están bien definidos y colocados en la tabla de Mendeleiev. Sus propiedades son bien conocidas por el hombre racional, que es ya nuestro antepasado. Pero ahora sirve uno para descubrir lo que la naturaleza se había propuesto ocultar, los huesos de nuestro cuerpo, y el otro para crear una bomba.

La ciencia anterior no llega a tanto. Se limita a descubrir que el siervo es lo que es, que su ser no lo hemos hecho nosotros. Que un ser fuera hechura directa de las manos de alguien sólo se encontraba en la teología. Allí todas las cosas eran hechura de Dios. El ser de cada una de ellas era creación de El. El hombre no podía por esto cambiar su ser. Si nos servían de comida y de bebida era por concesión de Dios.

Pero allí mismo, en el Paraíso, donde esto sucedía, el hombre quiso ser Dios, creador, hacedor de seres. El castigo fue inmediato. Dios relevó a los animales y a las plantas de su obligación de esclavos e hizo del hombre uno de tantos animales y plantas. Este dejó de ser señor y se convirtió en un igual.

Si Adán hubiera tenido tiempo de hacerse labrador, domesticador de animales, zapatero, industrial, comerciante, etc., nadie habría podido expulsarle de ninguna tierra, como nadie puede ahora hacerlo. A cada paso que da la técnica humana se hace más imposible todavía echar a Adán de un mundo que es cada vez más hechura suya, por el mismo motivo por el que las cosas no podrían tener su ser en sí frente a Dios.

Dicho sea todo esto con el debido respeto por la religión. También puede interpretarse este hecho de la siguiente manera: Dios nos ha permitido convertir las cosas en criaturas nuestras, en cosas hechas a imagen y semejanza nuestra. Así evitamos el posible desacato a la autoridad divina.

Pero en el fondo tienen las cosas su propio ser, pese a todo. Siguen siendo siervas con su propia naturaleza. Así ha sido desde los griegos y los romanos hasta el Renacimiento, pasando por los medievales.

Ahora cambia todo. El hombre ha probado ya a ser creador de novedades, inventor de seres que no estaban antes en la naturaleza, sino en los planes del propio hombre.

4) Tratemos de comprender esto. Para ello es preciso comprender que la técnica actual es desaforada violación de secretos. Antes es preciso hacerse una idea de las varias versiones de la verdad. Si por verdad se entiende estar manifiesto algo a alguien, hay cuatro clases de verdad:

  1. Algo es verdadero cuando manifiesta por sí lo que es, como el sol de mediodía o la Vía Láctea a nuestros ojos. Verdad óntica. Basta mirar para ver.
  2. Algo es verdadero porque saca a la luz lo que tenía oculto, como el árbol que sale de la semilla y la gallina del huevo, y sabemos entonces qué clase de árbol o de gallina es. El ser de la cosa -“esto es un nogal, esto es una gallina” etc.- se conoce al final. La cosa empieza pareciendo ser otra, no siendo lo que es, para acabar finalmente siendo lo que es. Verdad como descubrimiento. Hay que esperar, indagar, para ver.
  3. Algo es verdad porque por sí descubre lo que por sí había cubierto. No es el caso del árbol y la gallina, sino del sol visto como es en verdad, no como parece a los ojos naturales. El sol muestra lo que es, una bomba de fusión nuclear, creadora de elementos, cuando, haciendo estallar esa periferia de luz que vemos todos, permite a algunos definir lo que es el sol por fuera y por dentro.

Este es el modelo de verdad de la ciencia moderna, porque es el modelo propio de lo real, de lo profundo de lo real, de ese estrato en donde el ser se hace a sí mismo. En la superficie del ser, donde habitan nuestros sentidos, hay sólo apariencias.

El ser profundo no engaña, no se oculta. El ser atómico y nuclear acaba por romper la cáscara periférica, como un volcán, o como el radio y el uranio, que se desintegran espontáneamente.

Si la anterior verdad es de descubrimiento, ésta de desencubrimiento. Es la de Boltzmann, Gibbs, Einstein, Eddington, etc.

  1. Verdad es hacer que lo profundo de lo real (protones, neutrones, fotones, genes, etc.) se descubra conforme a los planes inventados por un hombre que no tiene como fin mantener el orden natural sino recrear el ser a imagen y semejanza suya. Esta es una inversión que no deja títere con cabeza.

Esta técnica, la actual, es la auténtica ontología. Pero más adelante se verá esto con mayor detenimiento.

Capítulo segundo. Humanización del universo propia de la época actual.

La inmensa mayoría de la gente vive en medio de aparatos sin saber lo que son. La mayoría no sabe lo que es un avión, un televisor, un teléfono, un ordenador, etc. Menos aún saben conocen las ideas y teorías por las cuales existen estos aparatos. No es extraño que se sientan alienados, zarandeados, pues son unos patanes técnicos. Están en una fiesta a la que no han sido invitados y se sienten intrusos. La cosa se agrava porque la fiesta es en su propia casa.

Pero también son patanes del mundo natural. No saben de células, órganos, funciones, etc. Se sirven de las cosas a bulto, pero las desconocen. Volver a la naturaleza no pasa, para ellos, de ir al campo. Ellos no han humanizado el universo.

(& 1.º) Humanización “histórica” del universo.

Una estela, que mira hacia el pasado y no hacia el futuro, testimonia que ha pasado algún barco, avión, etc., no que va a pasar. Lo que sí hace es dejar colocados en una sola línea todos los hitos por donde ha pasado el barco o avión, señalar la trayectoria pasada, no la que viene después.

Aplicación parcial de esta metáfora: en Londres se creyó que, de seguir así, en un tiempo no muy lejano quedaría la ciudad cubierta por el estiércol de los caballos que tiraban de los carruajes recientemente introducidos en la ciudad. No tuvieron en cuenta, porque no estaba a su alcance, que en ese lapso de tiempo que vendría después se habrían de introducir los carruajes a motor, los automóviles. La técnica no suma.

La historia es, por esto, como la estela del barco. Dice lo que ha pasado, colocándolo a lo largo de una línea, pero no lo que pasará. Un hombre domesticó al buey, otro inventó la rueda, un tercero el carro tirado por bueyes. Nada había en el primer buey domesticado que hiciera presagiar el carro, pero, una vez inventado éste la invención de la rueda y la domesticación del buey hicieron estela, ocuparon un lugar propio en una línea que ser ve cuando se ha trazado, no antes. La historia se observa desde el final, no desde el principio. Del buey no se sigue el carro con necesidad. De la rueda tampoco. Ni de los dos inventos juntos se sigue. La historia de las cosas se hace cuando está cumplida y acabada.

En astronomía y en física es todo predecible con exactitud: los eclipses, las trayectorias de los planetas, la velocidad creciente de una piedra en caída libre. Todo es repetitivo y viejo. En historia es todo nuevo.

Inventada la balsa, la humanidad no estaba en vísperas de la barca. Inventada la barca, no estaba en vísperas de la galera. Inventada la galera, no estaba en vísperas del barco de vapor, del de propulsión nuclear, etc. Las distancias temporales entre esos inventos tampoco son las mismas ni son regulares ni proporcionales. En historia lo de estar en vísperas de algo puede abarcar dos días lo mismo que dos mil años. No tiene sentido, por tanto, preguntarse si estamos ahora en vísperas de algo, porque la respuesta es necesariamente vaga y confusa: puede suceder dentro de dos mil años o mañana por la mañana. Mejor no pensar en ello. Mejor no hacer profecías ni malos presagios.

La astronomía y la física tienen racionalidad prospectiva. La historia racionalidad retrospectiva. Cuando viene al mundo el barco de propulsión nuclear todos los otros se convierten ipso facto en antecesores suyos. Venida al mundo la física relativista, la física de Newton y la de Galileo se convierten en sus precursoras. Cada nuevo hecho que se produce hace estela y coloca en su estela a todos los que, siendo del mismo orden, han existido antes que él. Los demás es como si no hubieran existido. En historia las hijas paren a las madres. Lo nuevo derroca a lo antiguo. No lo hace falso normalmente, sino algo peor, lo hace anticuado y obsoleto.

La técnica actual, que tanto tiene, no tiene una pedagogía a su altura, una pedagogía que como primera lección enseñe la racionalidad retrospectiva de la historia. Así empezaría quizá el hombre moderno a sentirse habitante de un mundo diferente de los anteriores y un productor de sí mismo. El que estando rodeado de coches, aviones, ordenadores, papel, libros, luz eléctrica, teléfono, etc., siga pensando con categorías antiguas no es un hombre de este mundo. Está alienado, fuera de sí, fuera del ser que le corresponde ser.

Es una alienación muy propia de nuestra época. Hasta que uno no se dé cuenta de que los productos de las manos son productos del dueño de las manos, y que las teorías, sean religiosas, morales, sociales, científicas, etc., son productos de la mente y, en consecuencia, productos del dueño de la mente, uno no será un hombre actual. A vencer esta situación puede contribuir poderosamente la historia de la técnica.

(& 2.º) Humanización intelectual del universo.

Aprender a leer cuesta trabajo. Entender una tabla de logaritmos es más difícil todavía que descifrar jeroglíficos egipcios. Que el cielo esté escrito en geometría, no en colores, fríos o calores, rayos ni truenos, lo supo Ptolomeo de Alejandría. Que lo esté en aritmética y álgebra lo supo Galileo. Ahora lo saben los estudiantes de Bachillerato, incluso los de España. Y andando así podría ser que suceda lo mismo con la biología, la economía, la sociología, etc.

Platón ya estaba seguro de esto: “Nadie entre que no sepa geometría”, dicen que puso en el dintel de su Academia.

Ahora todos nuestros enseres se hacen con matemáticas: coches, aviones, neveras, sueldos, etc. Nuestro paisaje artificial es un paisaje matemático. Pero pocos saben leerlo. Si hubiera que exigir el conocimiento de las matemáticas necesarias para hacer un coche pocos podrían conducirlo. Los conductores normales somos monos amaestrados.

Todos vivimos en la misma época. Todos somos contemporáneos. Pero no todos somos de la misma época. Muchos estamos alienados, somos extranjeros en nuestro propio mundo.

A los griegos, los romanos y los medievales no les hacían gran falta las matemáticas. Para entender e interpretar su mundo de entonces les bastaban sus sentidos naturales. No necesitaban leer en libros -en los pocos que entonces había- lo que pasaba ante sus ojos.

Desde el Renacimiento el hombre moderno es hombre de libros. Son imprescindibles para descifrar el ser actual. No todos los libros son imprescindibles, claro está, pues hay libros que no son libros, sino otra cosa. Pero no son muchos los hombres que usan libros, libros de verdad, para entender su mundo. Viven en él y viven de él, pero no pertenecen a él.

El remedio no es rebajar el saber para todos, para que todos sean iguales. Para que todos sean iguales de verdad y ninguno esté alienado en este mundo todos deben empezar por aprender el lenguaje matemático en que está impreso el mundo. No es un remedio fácil ni de rápida aplicación, pero no existe otro. “Nadie entre que no sepa geometría”, decía Platón. “Sólo un cerdo puede no saber matemáticas”, decía también.

(& 3.º) Humanización social del universo.

Todos los productos humanos llevan la huella del hombre, pero no del hombre individual, sino del social. Huellas de un hombre individual, de su autor, podía llevarla el hacha de piedra, pero no un objeto artificial de nuestro tiempo. Una puerta, una silla, un plato, no serían como son si no fuera por la estatura del hombre, por su forma fisiológica, su boca, etc. En el coche de un cangrejo las marchas serían “marchas atrás”.

Todos los objetos actuales son tales que valen para cualquiera. Cada objeto vale para todos, no para uno solo. Mientras se hacía podía ser individual (?), pero una vez hecho es social. Incluso mientras se hacía era hecho por un hombre cualquiera, un miembro de la sociedad. El hacerse y lo hecho son cosas del hombre social.

Esto es así por un invento social, la división del trabajo. Incluso para hacer alfileres se montan fábricas enteras, de modo que un alfiler habrá sido hecho por todos y para todos. Lo dejó dicho Adam Smith, que en 1776 publicó La riqueza de las naciones.

Trabajando intensamente toda la jornada, escribió, y utilizando las herramientas existentes en 1770, un obrero adiestrado en la tarea difícilmente puede hacer más de un alfiler al día y desde luego no llegaría de ninguna manera a hacer 20. Pero si se descompone el trabajo necesario para hacer un alfiler en una serie de pequeñas acciones aparentemente aisladas resulta que diez obreros pueden hacer unos 48,000 alfileres al día. Uno saca el alambre, otro lo estira, un tercero lo corta en trozos iguales, un cuarto lo afila, un quinto lo esmerila, tres especialistas hacen la cabeza, otro la une, etc. Por último el alfiler se pule y se envuelve en papel.

El total de operaciones que distinguió Adam Smith fue de 18. Una pequeña fábrica, que no disponía de la maquinaria necesaria y empleaba a 10 obreros, donde, por consiguiente, algunos de ellos tenían a su cargo varias operaciones diferentes, podía fabricar, si se esforzaban, unas doce libras de alfileres al día, observó. Puesto que en cada libra había más de 4.000 alfileres de mediano tamaño, los diez obreros podían hacer más de 48.000 alfileres diarios, a razón de unos 4.800 cada uno.

¿A qué se debe este aumento de la productividad? A tres causas: a la mayor destreza de cada obrero, al ahorro del tiempo que suele perderse entre una ocupación y otra y a las máquinas que facilitan y acortan el trabajo de los obreros, por lo que cada uno de ellos puede hacer la tarea de muchos.

Hoy las cosas han mejorado. Se estima que la producción de alfileres por obrero es de unos 800.000 diarios. Si se tiene en cuenta que la jornada laboral es más corta que en 1770, el incremento en la productividad es mayor aún de lo que indican estas cifras.

La producción y el consumo de lo producido son cosas del individuo, pero sólo aparentemente, porque en realidad lo son del individuo social, socializado. De su ser social, no de su ser individual, le viene el disponer de alfileres y el fabricarlos. Hasta le viene el beber agua y cumplir con sus necesidades más inmediatas. Cualquier cosa que haga necesita empresas, Estado, Ayuntamiento, etc. Es la invención de la socialización. El ser de uno es el ser de “todos nosotros”. Es el advenimiento del socialismo. Para que no llegara lo mejor sería no hacer nada, como para contradecirse lo mejor es no hablar, como decía Unamuno, o para no poder ser refutado el escéptico debería volverse planta, como decía Aristóteles.

Cuanto más haga el hombre ahora más se socializa. Tanto es así que ante un objeto cualquiera no es posible decir cuántas manos han tenido que contribuir en su hechura y producción. Un simple bolígrafo ha dependido, por su precio, de otros miles de precios de otros objetos. Para fabricarlo ha hecho falta una previsión de ese precio, por la cual se ha puesto en marcha toda una enorme maquinaria de producción, transporte y comercialización, al final de la cual estaba yo, uno de tantos, dispuesto a comprar el objeto pagando un dinero que tiene que repartirse entre toda esa gente. No hay forma de saber cuánta gente está involucrada en ese proceso.

La economía actual ha hecho de los hombres actuales el primer contexto general unitario. El hombre primitivo no fue así. Vivía con otros de su familia, su clan o su tribu. Después de muchos siglos de historia se ha construido un paisaje artificial de artefactos y un paisaje artificial de hombres. Este es nuestro mundo, pese a las divisiones y subdivisiones que siguen existiendo y que seguramente existirán para siempre.

El hombre primitivo veía colores y oía sonidos, creyendo que el mundo era lo que él veía y oía. Para él era natural pertenecer a la familia. Sigue siéndolo. Padre, madre, hermano, abuelo. He aquí la primera conciencia de sociedad. Pero ahora son otros los contenidos de una verdadera conciencia social, mal que nos pese. Ahora son las constituciones políticas, la teología moral, los sistemas de derecho, la economía, etc., el verdadero contenido de una conciencia social. ¿Quién vivirá en esta conciencia? No el alienado, desde luego. La conciencia universal no está al alcance de todos.

Entretanto nos queda la escisión, la división entre lo que sentimos que somos, seres naturales con sentidos naturales y conciencia natural, y lo que podríamos descubrir que somos realmente si sometiéramos nuestra conciencia a una disciplina estricta y sistemática.

Es uno de los problemas que siguen a la humanización del hombre y del universo.

Capítulo tercero. Límites de la técnica.

(& 1.º) Límites y fronteras generales.

1) La naturaleza no pone límites a cosa alguna. No los pongamos nosotros. Esto decía Cicerón, tentado por la idea del Imperio, como todo gran romano de la época. Tampoco la técnica, a diferencia de la artesanía, reconoce límites.

Pero, diga lo que diga Cicerón, la naturaleza ha puesto límites a las cosas, límites insuperables que son los del ser de cada cosa. Límites ontológicos. Estos límites son los que la técnica no reconoce.

2) Lo mismo que se traspasa la barrera del sonido produciendo un estruendo, se traspasa la barrera que separa la artesanía de la técnica produciendo otro. No hay evolución entre ambas fases. La artesanía era natural, no sobrepasaba los límites naturales. La técnica no reconoce esos límites.

3) La física matemática y experimental moderna ha descubierto ciertas constantes que son en realidad límites. Uno: la velocidad de la luz. El conocimiento de un tope no es para el hombre actual una ocasión de pasarlo, sino de darle la vuelta.

En el mundo de las especies naturales nacen monstruos, que lo son cuando un nacido no se asemeja a la especie, que sirve de norma y modelo. En el mundo de la ciencia y la técnica no nacen monstruos, por más que lo parezcan. Nacen novedades. Novedad es ,  ; también es novedad la Revolución Francesa. Pero todo eso ya es normal. En la realidad no hay fronteras.

(& 2.º) Límites y fronteras humanas.

El hombre actual, desde el Renacimiento, no ha dejado de tantear y experimentar, pese a que ha excluido de sus tanteos y experimentos su propio cuerpo natural. El estado de salud de su cuerpo le parece el límite. La medicina es la técnica para lograrlo.

De la salud del alma nos hemos preocupado bien poco. Todo han sido herejías: en política, en religión, en moral, arte… El periodo helenístico fue estado de salud ; pero llegó el Cristianismo y todo lo sublevó. El Cristianismo fue estado de salud posterior, que, una vez logrado y establecido, fue cambiado también en el Renacimiento a fuerza de matemáticas y física. Y así siempre.

Pero el cuerpo y su salud han permanecido siempre intocables para todos, fueran herejes del alma o no. Hemos respetado al cuerpo más que al alma. Como si no existiera para el hombre y la historia un estado de salud del alma, pero sí del cuerpo.

Mientras exista esa dualidad el hombre será un híbrido. Está bien aventurarse a cambiar el alma, no el cuerpo. Ejemplo: está bien usar un microscopio para los ojos, no hacer un microscopio de los ojos… ¿Y la genética?

Hemos levantado el cuerpo como un límite absoluto. Aquí hemos dado la primacía a lo natural. No nos atrevemos a hacer lo que en todas partes hacemos: discutir y poner a prueba la primacía de todo. La técnica actual ha discutido y puesto a prueba la “genética”, real de lo inanimado (bombas atómicas, reactores atómicos, etc.), incluso algo de lo animado en las plantas. Y hemos creado nuevos seres, inexistentes antes. Podría también crearse un nuevo cuerpo humano, genéticamente distinto de todo lo demás.

Si esto se hiciera, si se sobrepasara este umbral, entonces es cuando verdaderamente la técnica no reconocería límites. Dejaríamos de parecernos ya a los monos por haber inventado la manera de hacernos diferentes de ellos.

  1. La técnica es la apertura de la realidad a novedades. La naturaleza a repeticiones. El ser natural es inerte. El técnico es acelerado.
  2. La técnica es apertura a novedades retrospectivamente coherentes en estela. La técnica es historia. La naturaleza es apertura a lo mismo innumerables veces repetido. La naturaleza es determinista.
  3. La técnica no puede encontrase con fronteras por ser apertura a novedades. La técnica no es como los números, donde el único sucesor del 1 es el 2, del 2 el 3, etc.

El futuro natural está abierto a cosas que no son, pero tienen que ser. El futuro técnico está abierto a cosas que no son, pero no tienen que ser. Está abierto a ser tanto como a no ser.

El ser natural es inercial. El técnico es dinámico. Acabando: la naturaleza tiene límites que exigen ser respetados. La técnica no tiene límites ni exige respeto alguno.

Capítulo cuarto. Peligros de la técnica.

Muchos cambios en matemáticas y física no han sido advertidos por la mayoría de las personas, incluso a veces por matemáticos y físicos. Ni los cambios ni las consecuencias, sobre todo éstas. Uno de esos cambios es la ley de los grandes números, que, según decía con humor Poincaré, los físicos tomaban por ley matemática y los matemáticos por ley física.

La ley dice lo siguiente: porque a 1 se la añada 1 no pasa nada a 1. Ni porque a 100 se le añada 2 pasa nada a 100. Lo mismo pensamos aplicándolo a los hombres. Porque hayamos pasado de 2, Adán y Eva, a 10 tribus (a 12.000 señalados por cada una, 120.000 señalados en total, dice el Apocalipsis) tampoco pasa nada a 2 ni a 10. Número es el 2, el 10 y el 106. ¿Qué importa?

Pero esto es un error debido a que vivimos en inocente matematicismo. De ese error se han curado los físicos desde Boltzman. Desde entonces se sabe que los gases, las corrientes de electrones, las de fotones, etc., tienen propiedades de que carecen los elementos. Que en la suma total hay cosas que no están en los sumandos.

Con diez o diez mil moléculas no hay presión ni temperatura. Tiene que haber varios miles de millones, muchos miles de millones. Tampoco se hace una ciudad con 100 ó 200 habitantes. Hacen falta centenares de miles o millones de ellos. Una guerra tampoco se hace con 200. Hacen falta miles o millones.

Al aumentar las masas, los individuos ya no son lo que eran. Son, a partir de ahí, un cualquiera cada uno de ellos. Es lo que hace la naturaleza: produce especies produciendo individuos por miles, por millones, cada uno de ellos uno cualquiera, insignificante, en relación con los demás. Igual pasa entre humanos. No puede haber propaganda política, publicidad, adoctrinamiento público, comunicación de masas, democracia parlamentaria, etc., a no ser que se dirijan a seres difuminados, sin nombre y sin rostro, sin personalidad, a seres cualesquiera, no a individuos particulares, como tú, yo, él, que tenemos nombres propios y cualidades definidas. La industria y el comercio actual no hacen mi camisa para mí, a mi medida, sino que hacen varios centenares de millones de camisas de la talla 46, para quien sea, no para mí, para ti o para él. Para cualquiera. Un partido político tampoco actúa de otro modo. Se dirige al “público en general”, a nadie y a todos, para inocularle sus ideas, no a los doctos y entendidos, que podrían entenderlas, discutirlas, reformarlas, negarlas, etc.

Unus christianus, nullus christianus, decía San Agustín. Siguiendo su idea, no es uno cristiano hasta que lo sean los 5.000 ó 6.000 millones de hombres. Es la ley de los grandes números.

No nos engañemos. Democracia tuvieron los griegos, los atenienses, que eran 20.000 o poco más. De ellos casi todos podían acudir a la asamblea, a la boulé. Con 50 millones no hay democracia. Decir que la hay es como derramar una botella de buen vino en el mar y decir luego que aquello es vino.

La técnica actual, la que nos llega después del Renacimiento y, sobre todo, de la Revolución Industrial, padece la enfermedad de los grandes números. Es la pérdida de la calidad por la cantidad. En esto sí que se asemeja la técnica a la naturaleza.

Por sí misma la técnica tiene a la novedad, a la originalidad. La naturaleza a la repetición, a la nula o escasa variación. No hay en ella dos individuos iguales, se dice, y es verdad. Pero cada uno se ellos es simplemente una variante del otro. Son como cartas de una sola baraja.

El peligro es que la técnica se naturalice. Ya lo está haciendo. Cada individuo está siendo uno más, uno de cien, de mil, de un millón, de mil millones, etc.

Epílogo.

La humanidad se ha dividido siempre en dos clases, buenos y malos. Hoy está dividida en técnicos y normales. En todos los órdenes: religioso, moral, filosófico, social, etc. Tal vez estemos todos a favor de las innovaciones, pero siempre que sean “las cosas de siempre”. Somos más renovadores que innovadores. Pero la técnica actual es lo segundo, no lo primero.


Extracto de G. Bacca, Elogio de la técnica, Anthropos, 1987.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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