Impuestos y clase media

El año 2008 se estrenó en Lyon El diablo rojo, una obra de teatro de Antoine Rault cuyo protagonista, el Cardenal Mazarino, da a Colbert, su sucesor en la administración de las finanzas reino de Francia, algunos consejos sobre tributación. El purpurado conocía mejor las cosas de este mundo que las del otro. El problema que ambos tenían entre manos era que, habiéndose vaciado las arcas del Estado después de veinte años de guerra con España, era necesario volver a llenarlas como fuera.

Colbert piensa que ya no es posible sacar dinero de ningún lado y que el Estado no podrá escapar de la quiebra. Mazarino responde que un simple mortal sí puede quebrar y ser encarcelado por haberse endeudado, pero que el Estado no puede ser enviado a prisión, así que puede endeudarse más y más. Se deben, pues, crear nuevos impuestos. ¿Quiénes habrán de pagarlos? Los pobres no, pues carecen de todo, y los ricos tampoco, porque entonces dejan de gastar y un rico que no gasta condena a muchos pobres a morir. Tienen que pagarlos los que están entre los ricos y los pobres, que componen la inmensa mayoría de la nación. Éstos se levantan por la mañana con el afán de enriquecerse y se acuestan por la noche teniendo miedo de caer en la pobreza. A todos ellos se les puede gravar más y más con impuestos, porque nunca dejarán de trabajar para reponer lo que el Estado les arrebate. Son una mina de oro que nunca puede agotarse.

El consejo de Mazarino tiene validez permanente. ¿Sobre qué haciendas y propiedades hay que cargar hoy los gastos estatales que hayan de sufragar tantos derechos que día a día inventan las oligarquías que nos gobiernan? El derecho efectivo a la vivienda, a la cultura, al consumo de los bienes necesarios para tener una vida feliz, al cambio de sexo, al desarrollo personal, a las energías limpias, además de los que exigen para sí esas mismas oligarquías, no se pagarán con el dinero de los ricos ni con el de los pobres, sino con el de los que están en medio, lo cual no es voluntaristmo ni ideología engañosa, sino realidad, porque es el único lugar de donde pueden extraerse esos dineros. La realidad nunca negocia y siempre se impone, aunque a veces aparece antes a la inteligencia de un oligarca depredador como Mazarino, que tantos aprendices ha tenido y tiene.

Además, las clases medias tienen auténtica virtud política. Su moral es una moral sólida: un tendero se puede arruinar si engaña a un niño, porque más tarde o más temprano se sabrá y todos dejarán de acudir a su tienda. Su negocio le impone comportarse con cierta moralidad, aunque sea a desgana. También le exige desear la paz y la buena concordia con sus vecinos, cumplir la palabra dada, pagar sus deudas, etc. “Un puesto modesto es la suma de mis aspiraciones”, dice Focílides. Las gentes como él son la salvación de la administración pública. Su posición social, un punto medio entre la riqueza y la pobreza, y su actitud ante la vida las convierten en la viga maestra que sostiene el inmenso edificio del Estado. Soportan todo y se recuperan de cualquier infortunio. Pero, en contra de lo que creía Mazarino, el diablo rojo de la obra de Rault, pueden llegar a derrumbarse y entonces es inevitable el desorden. Esto es algo que entendieron Lenin y Stalin mejor que él.

Mientras que los unos, los ricos, están dispuestos a insurreccionarse por mantener su posición o hacer que sea más elevada, y los otros, los pobres, por salir de ella, es decir, mientras unos se revuelven contra el orden establecido por no bajar y los otros por subir, las gentes de medianos recursos nunca están dispuestas a sublevarse. A ellas se debe la tranquilidad de los Estados o, cuando menos, son motivo de muy escasos disturbios.

Las zozobras financieras del presente han dado relieve a dos facciones, la de los adinerados y la de los abandonados de la fortuna. Unos y otros esperan y exigen todo del Estado benefactor, estando dispuestos al desorden, en tanto que los de en medio se esfuerzan por sí mismos. Esto hace de las democracias regímenes más duraderos que los demás si quienes las componen son las clases medias. Las democracias son en realidad mesocracias, gobiernos de la clase media. Cuiden a esta clase con primor, señores oligarcas. Háganlo en su provecho, ya que no lo harán en el de los demás.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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