El viajero está mirando una foto antigua, de Jean Laurent, hecha alrededor del año 1870. Hay bajeles en el puerto y otros veleros de menor tamaño. Algunos, varios siglos antes, habrían venido desde la Nueva España o desde el Perú, y sería otros: galeones, naos o carabelas. Imagina el trajín del puerto en aquel tiempo por el tráfico de mercancías. A ese tráfico acudían gentes de lugares lejanos, que se asentaban en la ciudad. Al fondo destaca la figura de la catedral, con su enhiesta torre, antes alminar, coronada por un campanario renacentista. Todo ha cambiado, pero la catedral sigue ahí.
Abu Yacub Yusuf había erigido una gran mezquita en el lugar que ella ocupa. Los trabajos finalizaron el año 1198. La fecha evoca otros sucesos cercanos: el 1195 fue derrotado Alfonso VIII en Alarcos por Abu Yusuf Yacub al-Mansur (su ejército enarbolaba una bandera blanca y verde) y el 1197 el mismo califa convocó a los alfaquíes en la mezquita, que se llenó de gente, para proceder a la condena de Averroes, por el delito de hacer filosofía, lo que le condujo a la cárcel de Lucena y luego a Marrakesh, donde murió; la lámpara del saber musulmán ya no volvió a encenderse nunca.
La bandera andaluza, que otros llaman aún por su nombre árabe, arbonaida, había ondeado unos cincuenta años antes, en la Alcazaba de Almería. Volvió a flamear el año 1483 en 18 de los 22 estandartes que el conde de Cabra tomó a Boabdil. El Duque de Medina-Sidonia también la utilizó cuando conspiró contra su señor, el rey Felipe IV.
Reapareció luego en la Asamblea de Ronda el año 1918, a propuesta de Blas Infante, padre de la patria andaluza, que se convirtió al islam en una ceremonia pública el año 1924 (Shahada de Agmhat), cambiando su nombre cristiano por el de Ahmed. Añoraba Ahmed los tiempos florecientes de Al-Andalus, que no era Andalucía, sino el Califato de Córdoba, o tal vez la umma, comunidad universal musulmana. Pensó incluso en un lenguaje propio, el alifato, que fuera capaz de representar sonidos del sur que el castellano no puede representar.
Como buen musulmán, Blas Infante debe estar en el seno de Alá. Si, como Averroes dice, el buen musulmán, que no es otro que el sabio y filósofo, se diluye en el entendimiento divino, entonces no conserva la conciencia de sí (lo que es igual que no existir) y no puede alegrarse por haber sido reconocido padre de la patria (¿?) andaluza, ni porque sus “hijos” hayan adoptado el himno que él creó. En compensación, tampoco puede dolerse al ver que éstos comen jamón, beben vino, festejan el nacimiento del Niño Dios con bullas y zarabandas, celebran la muerte y resurrección del Hijo de Dios, son devotos de María, su Madre Virgen, etc. Son tantas y tantas blasfemias para el buen musulmán…
La Junta de Andalucía, delegación del Estado Español en el sur de España, promueve ahora la bandera blanca y verde y le dedica un día, el 4 de diciembre, para honrarla, con el fin de propagar “los valores que encarna dicho emblema”, dice el lenguaje oficial.
¿Qué valores?, se pregunta el viajero mientras va de camino hacia la catedral. En este preciso momento suenan sus campanas, las de la Giralda, como lo vienen haciendo hace siglos, desde que Fernando III consagrara al servicio divino la anterior mezquita. En ella están enterrados, entre otros, este rey santo, su hijo, Alfonso X el Sabio y Cristóbal Colón.
Más “valores” hay en una sola piedra del sepulcro de uno de los mencionados, o en el de los Reyes Católicos, en Granada, que en cualquiera de los símbolos que ha adoptado la Junta Andaluza. Las gestas militares de los reyes fueron la palanca que impulsó la civilización cristiana, que ahora llaman Europa, por todo el mundo, llevando consigo incluso el saber árabe y judío cuyas fuentes había cegado la intransigencia musulmana. ¿No es acaso esto un valor digno de predicarse y seguirse?
El fanatismo del islam, triunfador sobre la filosofía y la ciencia, destruyó bibliotecas y escuelas. Fueron los reyes cristianos los que lograron salvar del incendio una parte de aquel saber. El prototipo es Alfonso X y las traducciones de obras árabes y judías a la lengua romance y de ahí al latín, para divulgarlas acto seguido por todas las universidades cristianas.
El viajero ha llegado a la Plaza de los Reyes. Ve de cerca la catedral gótica, que se alzó sobre el terreno de lo que fue mezquita cuando ésta amenazaba ruina. Observa el antiguo minarete almohade, coronado por un campanario renacentista y se dice que es un símbolo perfecto de integración de elementos árabes y cristianos. Una civilización grande y poderosa, una civilización que ve brotar de su estructura la ciencia, el arte, la técnica y la riqueza se distingue en esto, en que sabe incorporar a su propia constitución los ingredientes de otras latitudes y otros tiempos.
La enseña blanca y verde, por el contrario, ha simbolizado unas veces el fanatismo religioso, otras la fragmentación y otras incluso la traición.