Ni opulentos ni indigentes

Es cosa cierta que el hombre que se ha criado con grandes comodidades no está preparado para obedecer a nadie. Tampoco para mandar, a no ser que lo haga con capricho y siguiendo el impulso de cada momento. Ha vivido con lujo y ahora no sabe hacer otra cosa que seguir en medio del lujo. Es vanidoso y altanero. Solo sabrá despreciar a aquellos sobre los que mande. Por esto no es bueno que haya una casta de individuos sobresalientes destinados a ejercer el poder de una nación. Hablaba con verdad el albañil americano que hizo saber a Max Weber su preferencia por los políticos ladrones de Estados Unidos en lugar de las clases de funcionarios superiores de Europa. Así al menos podían despreciarlos en lugar de ser despreciados por ellos.

Pero tampoco está hecho para las exigencias del mando y la obediencia el que ha nacido y se ha criado en la indigencia, porque la pobreza suele tener un efecto degradante sobre quien la padece, de modo que si obedece es como esclavo, sin altura de miras, y si manda es como déspota, sin condescencia alguna.

Luego para el Estado no son buenos los opulentos ni los indigentes, porque entre ellos no hay hombres libres. La vida política exige que haya una cierta benevolencia que a nadie permita sentirse inferior o degradado cuando tiene que cumplir la ley.

Quedan entonces las clases medias como fundamento del Estado, esas clases laboriosas compuestas de hombre que han tenido que ganar su sustento comerciando entre sí, compromentiéndose unos con otros y teniendo que cumplir la palabra dada, hombres a quienes conviene que haya buenas leyes y que sean obedecidas. Son individuos que no sienten codicia por los bienes ajenos, como los pobres, y nadie envidia los suyos. Son gentes orgullosas por haberse labrado su propia situación, pero no soberbias hasta el punto de despreciar la de otros. No tienen motivo para ello.

Es la gente más segura que hay, la que presta equilibrio al Estado, la gente a la que recurren los gobernantes una y otra vez cuando hay peligro, aun a riesgo de esquilmarla, como puede estar ocurriendo en el presente. La gente que en la Política de Aristóteles habla con la voz de Focílides:

Un puesto modesto es el objeto de mis aspiraciones

Lo mejor de todo es por tanto que la pólis esté constituida por gentes de fortuna regular y que la deban a su esfuerzo y su inteligencia. Cuando las clases medias son las más numeros hay más probabilidades de que los Estados estén mejor organizados. Ellas tienden al equilibrio y alejarán lo político de los excesos.

Fortuna suficiente, no demasiada, es lo que debe procurarse para el mayor número posible. Que todos puedan atender sus necesidades, a ser posible por sí mismos y sin depender de nadie.

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Acerca de Emiliano Fernández Rueda

Doctor en Filosofía por la Universidad complutense de Madrid. Profesor de filosofía en varios centros de Bachillerato y Universidad. Autor de libros de la misma materia y numerosos artículos.
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